Por Eduardo Varas C.
La conversación, obra grande de Coppola realizada en 1974.
Observamos, de entrada. Vamos desde arriba y empezamos a bajar lentamente, con un ritmo que quizás ahora resulte complicado, tedioso y anacrónico. Somos testigos de un trabajo más para el experto en vigilancia Harry Caul (un magnífico Gene Hackman) y cuando lo divisamos en medio de todas las personas que están en el Union Square en San Francisco, entendemos porqué todo se toma su tiempo, nada estalla de golpe y cada paso es medido. Vamos a ser testigos de cómo la culpa y la paranoia en Caul lo va a mover y sacar del camino que él considera, casi desde lo obsesivo, como esa única manera para cumplir sus trabajos: grabar conversaciones ajenas como un simple acto de espionaje, a nombre de instituciones del gobierno o de empresas.
La conversación es un filme importante, que quizás se ha visto opacado por esa obra maestra que su director, productor y guionista Francis Ford Coppola realizó inmediatamente después (y que estrenó el mismo año): El Padrino parte II. Regresar a él es internarse en ese buen cine norteamericano de los setenta, el que era premiado internacionalmente, con aplausos rabiosos (ganó la Palma de Oro en Cannes, en 1974), el que asumía más riesgos, no solo en la puesta en escena y en la construcción de los personajes, sino en la repetición sistemática de las escenas para generar sentido. Quizás ese retorno sea complejo desde ahora, a ciegas, sin saber qué esperar. Es obvio que las crisis actuales (al menos en lo fílmico) son manejadas de otra manera y el silencio de Caul puede resultar incómodo, pero desde su relación con el exterior, esa tirante distancia incluso con la gente que considera cercana, podemos establecer lo que pasa con él. No, no es una telenovela en la que el personaje carga una voz en off siniestra que da por sentado lo obvio. Aquí se construye desde lo que escuchamos y vigilamos, incluso con el manejo de una tecnología que a casi 40 años ya parece de la Edad de Piedra. No en vano Coppola apuesta en ciertos momentos por planos que parecen tomados por cámaras de seguridad; así nos acercamos a la misma labor del experto y vivimos un similar dilema para comprender qué hay detrás de esa última conversación que ha grabado.
Y ahí está el conflicto de la película, en lo que pasa con su trabajo después de que entrega las cintas de las conversaciones que ha registrado. La culpa en Caul es grande, porque en el pasado una de sus grabaciones fue el punto de arranque de una tragedia y eso lo está carcomiendo. Gene Hackman sostiene todo sobre sus hombros, con esos escasos momentos de intimidad que no sabe cómo manejar y que nos muestran su problema. No quiere caer nuevamente en ese estado, porque no ha podido salir de él y por eso duda de las intenciones de su nuevo cliente (un discreto Robert Duvall, asistido por un joven y pre Star Wars Harrison Ford) y de la finalidad trabajo que acaba de hacer. ¿Y si se produce otra tragedia y la gente que ha grabado termina asesinada? Caul pierde toda perspectiva y debe entrar en el juego, convertirse en un objeto de vigilancia y tal vez en su propia víctima.
En varias entrevistas Coppola ha pagado la deuda de La conversación con Blow-up, de Antonioni, especialmente en la obsesión del personaje por las representaciones y percepciones. En el caso de Caul todo está en función de lo que ha grabado y lo que escucha una y otra vez para comprender qué ha hecho. En la elucubración está la tragedia del personaje. Y como sabemos, toda conjetura no es más que un proceso interno que puede generar tormentas.
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