Por Diego Cazar Baquero
En medio de una cordillera selvática regada por ríos turbulentos, ocho adolescentes juegan con la primitiva idea que tienen del poder. Rambo (Sofía Buenaventura), Pata Grande (Moisés Arias), Boom Boom (Esneider Castro), Lady (Karen Quintero), Pitufo (Deiby Rueda), Lobo (Juan Giraldo), Perro (Paúl Cubides) y Sueca (Laura Castrillón) son los nombres de combate de estos muchachos que se entrenan bajo el mando de El Mensajero (Wilson Salazar) para disparar sus fusiles cuando el enemigo aceche.
Lo que puede parecer un escenario idílico, sin el control de los padres y sin prohibiciones aparentes, es en Monos –el último filme del colombiano Alejandro Landes– un laboratorio para explorar las opciones que toma o deja pasar el ser humano para sobrevivir instintivamente situaciones extremas. 
Aunque la autoridad natural falte, un líder armado la reemplaza. Es el Mensajero quien encarna el orden y la disciplina. Su presencia de mando infunde poder mediante el miedo que su autoridad emana. Pero sus disposiciones son mandatos de un poder aún mayor: el de La Organización –una entelequia, un fantasma que reclama obediencia a través de su enviado al terreno.
Las dos únicas misiones reales que tienen que cumplir los subversivos son cuidar a una vaca lechera prestada y vigilar a su rehén, la Doctora (Julianne Nicholson), una extranjera adulta que no comprende el intrincado español del colombiano vulgar. 
Pero las cosas no resultan como estaban planeadas. Cuando la autoridad se desvanece, cuando un poder por encargo recae en un igual, el equilibrio de la célula se altera. Los muchachos intentan descifrar el sentido de los liderazgos y se entregan a la pugna por obtenerlos a costa de lo que sea, mientras husmean en los misterios de una vida donde parecen tener cabida los desenfrenos sexuales, los delirios lisérgicos y los excesos criminales.
Alejandro Landes ha diseñado una versión muy a la colombiana de la clásica novela El señor de las moscas, de William Golding (Premio Nobel, 1973), para adaptar al mundo contemporáneo el dilema ancestral sobre el instinto humano que nos obliga a competir primero, y a convivir después. ¿Quién gobierna el mundo? ¿Dónde reside el poder de la especie humana? ¿Qué intereses verdaderos encubren las organizaciones armadas?
En Monos no existe un enemigo visible, pero el grupo se entrena físicamente para enfrentar a alguien; el minúsculo ejército irregular está armado y atrincherado monte adentro a la espera de la mínima señal de ataque y combate. Nadie sabe quiénes son los mandos superiores de esta célula guerrillera, pero los cándidos soldados cumplen a ciegas las órdenes de la fantasmagórica Organización. ¿A cambio del honor que promete la vida adulta a todo jovenzuelo curioso?
El poder real es un espectro y las órdenes de esa entidad llegan a través de simples mensajeros. Así, quizá, funciona el mundo actual, incluso en dinámicas tan cotidianas como las rutinas de vecindario. Pero ya lo hemos asimilado, hasta convertirnos en actores autómatas de una maquinaria voraz. A su vez, los mensajeros someten a grupos subalternos mediante el imperio del miedo. ¿Acaso no es este el ingrediente vital para el sometimiento de las masas, bajo pretextos espirituales, carnales o monetarios? ¿No es acaso el miedo la entelequia que sostiene a las más importantes industrias criminales sobre el planeta? La amenaza, el castigo y la persecución se justifican cuando la vida –o la vida eterna– es el precio a pagar. No importa si el enemigo es invisible. No importa si el objetivo es difuso.
Cuando de sobrevivir se trata, son reales las heridas, la sangre fluye y laten los tejidos expuestos; los zumbidos de las moscas en medio de la selva nos recuerdan que hay decisiones que no podemos controlar. Cuando nos balanceamos sobre el cordel que tiende la Parca, solo son reales los deseos que se desordenan y que confunden la muerte de uno mismo con la muerte de los otros y con las ganas de matar. 
¿Has matado alguna vez? –le pregunta la rehén a una joven guerrillera que la vigila. La mirada de la muchacha no es una respuesta. Son muchas. Ella ya ha matado aunque no lo recuerde, aunque no lo haya hecho todavía, aunque solo haya matado en su mente o en sus sueños.
Monos inaugura la sexta edición del Festival Latinoamericano de Cine de Quito (FLACQ) con sobrados méritos. En este filme reside el retrato de una sociedad cuya inocencia se ha fracturado, una sociedad que ocupa la vida en fabricar redentores para evadir sus responsabilidades individuales, una sociedad que censura a la imaginación, a los juegos y a la fantasía, y que se inmola con el propósito de conquistar todas las formas de poder que la razón le permita identificar, aún a costa de desafiar a la misma muerte y a sus antojadizos edictos. 
Monos es la autopsia de la libertad que hemos perdido.

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