Por Christian León
Retrato de un mordaz crítico de la globalización
El escándalo fue así. En el pasado Festival de Venecia, el jurado otorgó el León de Oro –el máximo galardón del evento– a una película incluida en la competencia a última hora que pocos habían visto. Corresponsales y periodistas desprevenidos se vieron en un gran aprieto. Más de uno se preguntaba de dónde salió la película y quién era su director. El filme era Still Life, su director Jia Zhang-ke.
Este realizador de 37 años, nacido en un pequeño pueblo del norte de la China, no es precisamente un recién llegado. De hecho hasta la fecha ha realizado seis largometrajes de ficción, ampliamente aplaudidos en los festivales más importantes del mundo. Está considerado por la crítica internacional como el cineasta más importante de la Sexta Generación de realizadores de la República Popular China. Por su estilo ha sido comparado con Hou Hsiao-Hsien, por su escepticismo con Robert Bresson, por su ímpetu por captar los cambios generacionales con Godard. A pesar de esto, la mayoría de sus películas fueron censuradas por el gobierno chino, solamente circulan en copias piratas dentro de su país o en festivales fuera de él.
Escéptico de la revolución cultural maoísta como de la modernización económica actual, Jia Zhang-ke ha construido una singular narrativa que pone en tela de juicio los intempestivos cambios que está sufriendo la sociedad china. Como pocos directores, ha logrado plasmar un sutil homenaje a los seres subalternos que son ignorados por la historia y el Estado. Su cine tiene el valor subversivo de una contra-memoria, de un gozoso alegato hecho desde los jóvenes, los obreros, los trabajadores que sostienen el desarrollo chino.
En su opera prima El carterista (1997), narra la historia de un ladronzuelo que se enamora de una prostituta en medio de un ambiente social caotizado donde oficiales y delincuentes se dan la mano. Simbolizado en un bizarro aparato de karaoke, aparece ya uno de los rasgos centrales de la obra del director: una
estética de la incongruencia fundada en la hibrides de las identidades, las migraciones internas, los intercambios transculturales y el consumo global.
En The World (2004), su obra maestra sin lugar a dudas, el desfase cultural adquiere dimensiones colosales y siniestras. La película aborda la vida de unos emigrantes, empleados de un gigantesco parque de diversiones ubicado en las afueras de Beijing, que reproduce en miniatura los principales monumentos de los cinco continentes. La parafernalia del espectáculo y la suntuosidad del entretenimiento contrastan con la miseria, el hacinamiento y la desesperanza en que viven los trabajadores del emporio. Tiempos históricos distintos, la mentalidad rural y la alta tecnología, las realidades locales y la globalización, el comunismo y el neoliberalismo chocan en un universo enrarecido, alucinado, tan real como fantástico. De ahí que el crítico Kevin Lee caracterice al cine de Jia Zhang-ke como un “glorioso extrañamiento del mundo”.
Finalmente en Still Life (2006), la mirada crítica del director se posa sobre la zona de las Tres Gargantas, en donde se están demoliendo ciudades enteras y reubicando a millones de habitantes para construir la represa más grande del mundo. A través de las historias paralelas de dos personajes solitarios, la película realiza una profunda reflexión sobre la destrucción de los vínculos familiares y colectivos en un interregno donde la realidad delira.
Territorios fantasmales, realidades caóticas, mezclas transculturales, espacios intersticiales donde todo es posible. Ese es el mundo que emerge tras la cámara meditabunda de Jia Zhang-ke. Quizá en adelante ya nadie pueda desconocer a este mordaz crítico de la globalización que ha logrado transformar en poesía la incongruencia de las culturas, los espacios y los tiempos.

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