Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves*
1
Habituada a pasar las tardes quiteñas tomando café con humitas, mientras la lluvia caía sobre los tejados, varias ocasiones me sentí una ‘Rebelde sin causa’, atrapada en un pequeño departamento por la avenida de Los Shyris.
Era horrible pasar encerrada en casa durante las Fiestas de Quito, sobre todo cuando un puñado de ‘Rebeldes sin causa’ se tomaba las calles con sus modestos vehículos (o motos chinas).
Después, ebrios y desorientados, rompían las botellas contras las paredes y orinaban ciegos de ira, abominando su suerte provinciana, apoyados sobre las tapias de adobe o los troncos de los árboles.
Hace poco, Mariana me ha contado que la pequeña ciudad atravesó un encierro al que llamaron ‘paro’.
Cientos de ‘Rebeldes sin causa/o con causa’ salieron a las calles y juntaron sus pasiones con ese atávico deseo de purgarlo todo.
La necesidad se la lleva en el alma, jamás en el estómago.
Soy una mujer vieja, algo enferma. Y mi rebeldía consiste en no morir.
2
‘Rebelde sin causa’ (con la actuación de James Dean como Jim Stark) regresa a Quito. Ochoymedio la proyecta dentro de una estimulante muestra donde los individuos o pierden la razón o la quieren encontrar rodando por la vida.
A una ciudad como esta, enconada, provinciana, villa poblada por habitantes que disfrutan de las contradicciones, la lentitud y esas paradojas que nos vuelven ingobernables, ‘Rebelde sin causa’ puede ser un mágico brebaje que aclare las mentes y rompa esas cadenas ancestrales. Porque no hay otro ancestro que la esclavitud interior o la ignorancia, como diría Séneca.
Y la rebeldía jamás ha derivado ni en razón ni en ciencia. Apenas es una piedra en el zapato o contra un vidrio.
3
Urge ver ‘Rebelde sin causa’, para comprender por qué en un punto de nuestras modestas existencias odiamos a nuestros padres (quizá con razón o sin ella).
Es menester ver esta película para asimilar por qué el odio también habita en las almas cándidas de los jóvenes; quienes agremiados en un colegio, aprovechan la cobardía de pandilla para fastidiar la vida del ‘alumno nuevo’.
James Dean/ Jim Stark es eso, un alumno de la vida. Todo para él es un muro de incomunicación, de rechazo.
Como si fuera un extranjero en su propia casa, a Jim le lastima hasta el pegajoso cariño de una madre educada en la beatería y de un padre que accidentalmente es padre.
Jim es un puercoespín que cuando quiere amar, lastima. Tampoco el amor juvenil con una mujer le ha sido dado por los Dioses.
Judy (Natalie Wood) otra paria adolescente, hija de una familia disfuncional, intenta acercarse a Jim, llevada por los colores de la vanidad, pero solo logra comprender que los une la distancia.
4
«Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada».
Estas líneas que le pertenecen a Tolstói ilustran la represión familiar que les tocó en suerte a los jóvenes de ‘Rebelde sin causa’.
Ciegos, ignaros y hormonales, estos muchachos —de actitudes erráticas y egos desbordados— deben revelarse contra el sistema familiar para dar un paso al vacío.
Oponerse al sistema, quebrar el poder, desafiar a la autoridad, escupir sobre las reglas, parece una canción de rock and roll, pero es en resumen la savia vital de ‘Rebelde sin causa’.
Centennials y millennials tienen una cita con los viejos tiempos, donde corría sangre en las venas y no agua de valeriana.
5
A menudo he creído que el cine ha logrado matrimonios perfectos entre dos hombres.
A mi gusto, ‘Rebelde sin causa’ es memorable por la presencia de Sal Mineo, joven y enigmático actor que encarna al trémulo Platón, el prospecto perfecto de un asesino serial.
Platón no encaja con la virilidad, es un maltratador de animales y deambula morbosamente en busca de un amo.
Lo que le queda en el camino es seguir la sombra de Jim, con quien tiene muestras de afecto desmesuradas, obsesivas, con síndromes de apego tóxico.
Una venenosa relación homoerótica crece entre Jim y Platón, y su causa parece ser marido y mujer para irritar al ‘establishment’.
En la vida real, se sabe que Sal Mineo (de orientación gay) y James Dean compartieron arrumacos, convirtiéndose en una secreta pareja de película.
6
La vida se va. James Dean murió cuando apenas tenía 24 años y le bastaron tres películas (desiguales) para convertirse en un mito.
‘Al Este del Edén’ (basada en la novela de Steinbeck) bajo la batuta de Elia Kazan, ‘Rebelde sin causa’ de Nicholas Ray, y la aburridora ‘Gigante’ de George Stevens, forjaron su carrera profesional.
Bisexual, de mirada melancólica, vestido con botas, jeans, remeras y chamarras, James Dean pasó a ser un mito no solo por su papel de niño frágil y subversivo.
Fue su desafío a la muerte y su joven y bello cadáver lo que le granjeó el verdadero título de héroe de leyenda.
El estreno póstumo de ‘Rebelde sin causa’, a un mes de su fallecimiento, se constituyó en su pasaporte a la inmortalidad.
Los chicos y chicas de esa época, en la penumbra de la sala de cine, suspiraron y amaron a un muerto joven, a un efebo caído en desgracia, a un amante de la velocidad que se estrelló con el destino.
7
‘Rebelde sin causa’ fue filmada en 1955, en la hermosa mansión situada en la lujosa zona de Brandon Stanley en Los Ángeles. En su porche, entre las imponentes columnas griegas, Nicholas Ray logró capturar con su lente tanto juventud como libido.
Filme precoz a todas luces, ‘Rebelde sin causa’ develó que la juventud debe abrazar el amor como único frente, amor sin género ni orilla. Ese amor libre que nace entre dos almas que se entroncan.
Si bien los padres, desde que son padres, han venido desbarrancándose por las contingencias, en esos años (mediados de los cincuentas) el presidente Dwight D. Eisenhower no sabía qué hacer para mantener a la familia norteamericana unida. Así que se le ocurrió la brillante idea de priorizar la construcción masiva de armas nucleares (a bajo costo) para frenar a sus enemigos geopolíticos y recitar el viejo dicho aquel: ‘hogar, dulce hogar’.
8
Ya es sabido que lo que une la vida y la muerte es una constante protesta.
Kafka ya nos enseñó lo imperante que se vuelve sublevarse ante los castillos, ante la burocracia o ante el propio padre.
Vale mucho aceptar (Séneca lo meditó) que detrás de un rebelde siempre hay un insatisfecho, un resentido social, un ególatra, un perdedor.
Ya lo dijo el hermoso y maldito Anthony Patch, personaje de F. S. Fitzgerald: “El vencedor pertenece a los vencidos”.
*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.

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