Por Rafael Barriga
Vemos cómo el cine de Martin Scorsese ha recorrido todas las grandes tradiciones del cine. Todo empezó en el pequeño barrio nuevayorkino de Little Italy.  
El 3 de octubre de 1974, en un auditorio a capacidad en Nueva York, durante el festival de cine de esa ciudad, una mujer avejentada y con acento extranjero, Catherine Scorsese, compartía los secretos de su familia al mundo. Los créditos finales del cortometraje proyectado, dirigido por su hijo Martin, Italianamerican, cuidadosamente registraban la receta de la salsa de espaguetis con albóndigas. En el filme, Catherine Scorsese daba instrucciones directas: “meta la carne en el fuego”, combinadas con sentido común “cuando esté dorada sáquelas” y técnicas de avanzada “mezclelas con sus manos”. Era el retrato del amor real de la familia Scorsese por el otro, como en la rica tradición siciliana que trasladaron al Little Italy de Nueva York.
Italianamericanes no sólo la cinta más personal de Martin Scorsese, director que hoy, a sus sesenta y cuatro años es el sinónimo de los tiempos modernos del cine americano, sino que es, según lo ha confesado, su trabajo favorito de entre las decenas de películas que ha creado. Un cuerpo de obras que, en su mayoría, han definido el sentir italonorteamericano, tanto o más que un contemporáneo suyo, Francis Coppola, que con la trilogía de El padrino, supo capitalizar el estupor identitario de ese conjunto de habitantes de la capital del mundo. Scorsese, nacido en aquel barrio, nunca salió de él, a pesar de toda la fama y la gloria. Su infancia fue marcada por los problemas económicos de su familia. Los recuerdos de la violencia, la miseria y el sfruttamento(la explotación laboral) son también parte esencial de su obra. “Busco temas para mis películas muy al fondo de mi propia memoria” escribe Scorsese. “En mi mundo de adolescencia, en esa soledad total, baso algunos de los personajes que han definido mi carrera”. Como Travis Bickle de Taxi Driver, Scorsese se mira como el “hombre solitario de Dios”.
El cine liberó de la miseria a Scorsese. Su amor por las películas comenzó temprano, aun cuando empezaba a florecer la pubertad. Muchas de sus primeras experiencias eróticas ocurrieron en la oscuridad de la vieja sala de cine del barrio. Su afán era apasionado. Regresaba tarde en la noche al pequeño departamento donde vivían apiñados sus padres y hermanos, a dibujar primitivas escenas y escribir primeros diálogos. Mientras escuchaba el Rock’n’rolldel momento en la radio que acompañaba sus noches, Scorsese ya se imaginaba ser el director de películas sobre conciertos de rock, sueño que eventualmente se volvió realidad en 1978, cuando dirigió uno de los rockumentariesmás celebrados de todos los tiempos: The Last Waltz, nada menos que el registro del concierto de  despedida de The Band, grupo que tuvo cierta fama en los setentas y fue liderado por Robbie Robertson.
Compartida con su obsesión por el cine, el mundo religioso era de principal importancia para el joven Marty. “En un mundo en donde a nadie le importaba, las monjas irlandesas me acogieron. A los quince años, me parecía que mi única salvación era estudiar en el seminario”. Un par de años después, sin embargo, Scorsese entró no al seminario, sino a la escuela de cine de la Universidad de Nueva York. De fiel monaguillo, Scorsese pasó a ser el enfant terribledel cine norteamericano de la década de los setentas.
Toda consideración del cine de Martin Scorsese nos lleva a las grandes tradiciones del cine. El hijo de la inmigración, del tugurio, rodeado de iconografías inolvidables, poniéndolas todas en la gran escala del cine. Momentos de brutal expresionismo, como en Toro salvaje(1980), en donde la sangre del ring de boxeo adquiere un impacto de horror. Cintas francamente realistas, como Alicia ya no vive aquí(1974) o Mean Streets(1973) donde en el campo abierto o el callejón de la barriada la vida es tan dura como en la realidad. El gran espectáculo, a veces ridiculizado (New York, New York, 1977), a veces ensoñado (El aviador, 2004). El cine de no-ficción, notoriamente amoldado por su propia y única manera de ver las cosas, mostrando una vez más que el tal “cine de lo real” no existe sino que es un invento del mercado (Woodstock, 1970, No Direction Home, 2006). El cine de militancia ideológica y polémica, donde Jesús ama en carne y hueso a María Magdalena y las pandillas de Nueva York claman por una imposible justicia (La última tentación de Cristo, 1988, Pandillas de Nueva York, 2002). La tradición del cine y el crimen, acaso donde Scorsese ha logrado los mejores triunfos, medallas hermosas por su sangre y su fuego, todas ellas nacidas en el barrio que lo vio nacer como italianamerican(Goodfellas, 1990, Los infiltrados, 2006). (RB)

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