Por: Sandra Araya
Qué sabía yo de Indonesia antes de hoy. Sabía que mi abuelo viajó para allá un par de veces. Entonces, la lejanía se volvía emotiva, entrañable, intentaba imaginar cómo eran esas tierras. Inimaginables. Valga la contradicción y la redundancia. Qué sé yo ahora de Indonesia. La información que puede encontrarse en la red, que es un archipiélago compuesto por más diecisiete mil islas, de las cuales las más grandes son Sumatra, Java, Kalimantan, Nueva Guinea y Célebes. La mayoría de su población es musulmana. Pero más allá de estadísticas y datos que parecen huecos, ¿qué sé realmente yo de Indonesia?
Que, por ejemplo, hay cine en Indonesia que intenta mostrar los conflictos de su gente, fuera de los estereotipos occidentales de las pantallas. Que ese cine también me introduce en los hogares de personas que podríamos considerar distantes en muchos sentidos y que, sin embargo, terminan viviendo en cierta forma las mismas historias que por aquí nos contamos. La familia, la vida, la muerte. ¿Acaso no son esas las preocupaciones principales que tenemos? La familia, la vida, la muerte. La religión también, aunque esta siempre intente responder o mostrarnos una forma para aprender de la familia, la vida y la muerte.
En Ochoymedio hay una muestra gratuita de cortometrajes de Indonesia, auspiciada y promovida por la embajada de ese país. Entonces, no llegas a la sala atraída por grandes nombres o por adelantos espectaculares. Llegas para ver cine de un país inimaginable.
Para imaginar hay que primero situarnos en un paisaje. En el primer corto, Kayori, cuya traducción al inglés es Longing from de past (Anhelo por el pasado), el paisaje es casi un protagonista, la selva, la naturaleza que quizás nunca podamos doblegar. Pero que termina siendo el camino y el hogar de un niño que busca salvar la vida de su hermana pequeña, la que aún vive con su padre, un hombre que opta por curar a su hija con cánticos y yerbas, despreciando la medicina occidental. Quién tiene o no la razón en esta historia no es lo importante. Aquí, lo que subsiste es la memoria, la idea de que los lazos de familia son como esa selva por la que transitan: el infinito verde, habitado por insectos, por la vida. Y sí, también por la muerte.
En Omah Njero, la escena quizás se nos convierte en más cercana: una familia se ve reunida en una pequeña población. Pero la reunión no es grata para todos porque el hijo mayor ha llegado engañado, su hermana le ha dicho que el padre está muy enfermo. Para el hijo mayor, todo lo que ha sucedido le ha hecho perder un montón de dinero en la lejana Yakarta. Para dirimir la disputa, el padre los convoca a todos a Omah Njero, una ceremonia en la que la familia debe permitirse hablar solo a través de buenas palabras alrededor de una mesa redonda. La familia, para bien o mal, se expresa, deja salir sus sentimientos profundos. Y acaso ese Omah Njero sea la última reunión de aquellos que alguna vez se quisieron profundamente.
En Kiwa, en cambio, volvemos al campo, y nos enfrentamos con el silencio de una tradición: un muchacho cura a la gente solo con el contacto de su mano izquierda, lo que pondría en juicio la voluntad divina que tratan de enseñar los patriarcas de la aldea. Y, sin embargo, ¿cómo negarse frente al dolor de la gente? La abuela del joven lo mira preocupada, pensando en que los patriarcas pueden expulsarlos de la aldea o, peor aun, atentar contra su vida. Pero también tiene miedo de algo más: porque ella, a su manera, también oculta un secreto. Un silencio. Un gesto.
Ya en Penumbra nos acercamos definitivamente al pensamiento mítico que acompaña a todo el mundo, no importa en qué región habitemos, la relación con la magia, con lo oscuro, con lo que todo niño teme en algún momento. ¿Qué pueden hacer los adultos y todas sus explicaciones frente a las creencias de los niños, aprendidas durante generaciones, las ideas para explicar el bien y el mal? Siempre habrá algo en el mundo que no podemos explicar, excusar.
Solo puede mostrarse todo esto. A través del cine. De sus silencios. De sus diálogos entre naturaleza y civilización. De ese mundo que no es sino este, solo que en otra latitud, en otra lengua, pero a través de miradas hermanas. Indonesia ya no es un país por imaginar, sino posible, cercano.
.