Por Rafael Barriga
Isabelle Huppert es una institución. Con cincuenta y tres años de edad, y treinta y cinco de carrera actoral, ella es una de las mejores y más conocidas profesionales del cine y el teatro de todo el mundo. Su imagen y su subtexto han sido instantáneamente reconocidos por la crítica.
“Soy demasiado etérea” dice el personaje de Isabelle Huppert en Amateur(1994) de Hal Hartley. Una vertiente de ironía se desprende de esa línea del diálogo. Huppert hace el rol de “Isabelle”, una pálida, aséptica ex monja que trata de vivir escribiendo pornografía. Huppert parece frágil, físicamente carcomida. Isabelle colapsa fuera de un café; es una anoréxica vomitando en la calle. En 1977, en La Dentelliere (1976), Beatrice reacciona al desprecio haciendo ayuno, luego expulsándolo todo. En la Madame Bovary(1991) de Claude Chabrol de 1991, la envenenada Emma escupe sus entrañas con cantidades de una bilis verde y sangrienta. En La profesora de pianode Michael Haneke de 2001, Erica, mujer de una perversidad pocas veces antes vista en todo el cine y toda la literatura, escupe la eyaculación de su amante. En todos estos momentos tomados al azar de algunas de las películas que conforman su enorme filmografía, se nos recuerda invariablemente los escenarios favoritos de Isabelle Huppert: aquellos de una mujer física y mentalmente desnutrida, carente de sanidad. Esta condición, sin embargo, contrasta con una evidente voluntad perfeccionista: la santidad de un convento en Amateur, la culminación del romance en Madame Bovary, el perfecto recital de piano en La profesora de piano. Como una santa caída a la tierra, sus personajes divagan entre el miedo, el asco y la lejana posibilidad de la perfección. En el 2003, Huppert dijo en entrevista a Le Figaro que “ser una actriz es hacer que una parte invisible de una misma aparezca en la pantalla”. Pocas intérpretes en el mundo tienen esa fijación por lo metafísico, por lo invisible.
Hoy la señora Isabelle Huppert es una institución. Con cincuenta y tres años de edad, y treinta y cinco de carrera actoral, ella es una de las mejores y más conocidas profesionales del cine y el teatro de todo el mundo. Su imagen y su subtexto han sido instantáneamente reconocidos por la crítica. Sight and Sound, la famosa revista británica escribió en el 2003: “Huppert ha construido una formidable persona cinematográfica, como una inteligente y perversa mujer, llena de sexualidad y humor negro, y con un aura de legitimidad cultural”.
Ha sido solicitada por los mejores directores norteamericanos, desde Otto Preminger hasta Michel Cimino, y ha colaborado con la mayoría de directores importantes de Europa. Ha ganado premios de la mayoría de festivales importantes del mundo. En 1980 fue solicitada por Jean-Luc Godard para la película Sauve qui peut (la vie)para encarnar a una prostituta, Isabelle Riviere, cuya historia navega e influye entre la vida de muchos, entre un río de fuerte torrente, al que Godard calificó como “más grande que lo meramente físico”. La decisión de Godard de escoger a Huppert para ese rol, le significó a la actriz una condición de celebridad que no solo trascendía el mundo del cine. Por un lado Huppert empezó a ser portada de revistas de modas y cultura del entretenimiento: Elle, Femina, Madame Figaró, Cahiers du Cinéma. Ha actuado junto con las mejores estrellas de Francia y de Europa, desde Gérard Depardieu hasta Sandrine Bonnaire, y ha trabajado con los directores más consolidados: Bertrand Tavernier, François Ozon y, más duraderamente, con Claude Chabrol, de quien ha sido musa inspiradora de potentes personajes. “Es un tesoro nacional de Francia” dice el periódico Liberation, al dedicarle una sección especial entera cuando la actriz cumplió la cincuentena. Su comedia Las hermanas enfadadas (Les Sœurs fâchées, 2004) –exhibida el mes pasado en Ochoymedio y Maac cine– estuvo en el tope del hit parade francés por siete semanas seguidas. Al final del año, la comedia fue la cinta más taquillera de Francia, llenando semana tras semana las grandes cadenas de cines de todo ese país. De todas las estrellas de cine francés no hay ninguna que convoque tanto como Isabelle Huppert. Aun así, su carrera está llena de actuaciones dentro de un cine de autor no comercial. Ella no se complace con cualquier película; busca encontrar los personajes más profundos. Huppert es como la demoledora profesora de piano de Haneke: severamente dedicada, perfeccionista. Tavernier dice: “Ella no trata de encajar en ninguna tendencia de moda. Ella es la que crea la moda”. Luisa, una fan que escribe uno de los tantos sitios web dedicados a ella apunta que “son sus silencios los que marcan, los que son inolvidables. Sus gestos, su intensidad que no necesita de sonidos”. Para Sight and Sound“Huppert es la rara dama de los espacios en blanco. Consolida neurosis sin fin, que desencadenan permanentemente un odio visceral por si misma”. Para El Amante, revista de cine argentina, “Isabelle Huppert resume, por un lado, una gran intesidad sexual, por otro, una victimizada inocencia”.
Huppert es como ninguna otra actriz francesa. No se parece a nadie. Rompe con la tradicional gamina gálica –Audrey Tatou, Anna Karina–, y hace trizas a la dama aristocrática, la clásica femme elégante–Deneuve, Audran, Bouquet–.
La sensibilidad de Huppert habla, más bien, de ambivalencia, de complejidad moral.

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