La reveladora proliferación de libros que reviven experiencias traumáticas de la Segunda Guerra Mundial, constituye una llamada de alerta para la comunidad global. Como advierte Éric Vuillard en su galardonada novela El orden del día,  “no pensemos que todo esto pertenece a un lejano pasado» 
Por Nicolás Poblete Pardo*
Lo más interesante de esta publicación es el punto de vista que Eger adopta luego de conocer al psiquiatra austriaco Viktor Frankl, quien con su escuela promulgo el autoanálisis, llamado “logoterapia». La experiencia de este encuentro le dio a Eger el valor para embarcarse en su propia carrera, estudiar y transformarse en terapeuta ella misma. Eso es lo que vemos a partir de la segunda mitad de su libro, donde comparte diversos casos de pacientes con los cuales interactúa, desarrollando su propio abordaje terapéutico. La novela tiene como subtítulo,…. “Una inspiradora historia de valentía y supervivencia” y es exactamente eso lo que  la narración consigue traspasar. Alabada a través de reseñas en el mundo editorial, hasta el premio Nobel de la Paz sudafricano Desmond Tutu destacó su valor, calificando el libro como “un regalo para la humanidad». 
La bailarina de Auschwitz (en inglés The choice), se refiere al momento en que el macabro doctor Josef Mengele (1911-1979) le pide a Edith que baile para él (acto que la salva e incluso la inspira), recompensando su performance con un trozo de pan. Aquí tenemos un honesto recuento de una vida intensa y ejemplar: Eger nunca olvida momentos traumáticos de su paso por el campo, (como la imagen de esa mujer a punto de parir y a los soldados amarrándole las piernas para ver cómo se las arregla; o la imagen de su hermana, quien no puede usar jabón, pensando en que los jabones están hechos con grasa humana), pero consigue sobreponerse a ellos con esfuerzo, dedicación, inteligencia y empatía. Su enfoque nos hace participes de su método terapéutico, nos lleva a su infanda, a la importancia de la individualidad, y nos recuerda que al momento de sufrir todos somos muy parecidos. 
La Bailarina de Auschwitz
Edith Eger (1928)
Lo más interesante de esta publicación es el punto de vista que Eger adopta luego de conocer al psiquiatra austriaco Viktor Frankl, quien con su escuela promulgo el autoanálisis, llamado “logoterapia». La experiencia de este encuentro le dio a Eger el valor para embarcarse en su propia carrera, estudiar y transformarse en terapeuta ella misma. Eso es lo que vemos a partir de la segunda mitad de su libro, donde comparte diversos casos de pacientes con los cuales interactúa, desarrollando su propio abordaje terapéutico. La novela tiene como subtítulo,…. “Una inspiradora historia de valentía y supervivencia” y es exactamente eso lo que  la narración consigue traspasar. Alabada a través de reseñas en el mundo editorial, hasta el premio Nobel de la Paz sudafricano Desmond Tutu destacó su valor, calificando el libro como “un regalo para la humanidad».
La bailarina de Auschwitz (en inglés The choice), se refiere al momento en que el macabro doctor Josef Mengele (1911-1979) le pide a Edith que baile para él (acto que la salva e incluso la inspira), recompensando su performance con un trozo de pan. Aquí tenemos un honesto recuento de una vida intensa y ejemplar: Eger nunca olvida momentos traumáticos de su paso por el campo, (como la imagen de esa mujer a punto de parir y a los soldados amarrándole las piernas para ver cómo se las arregla; o la imagen de su hermana, quien no puede usar jabón, pensando en que los jabones están hechos con grasa humana), pero consigue sobreponerse a ellos con esfuerzo, dedicación, inteligencia y empatía. Su enfoque nos hace participes de su método terapéutico, nos lleva a su infanda, a la importancia de la individualidad, y nos recuerda que al momento de sufrir todos somos muy parecidos. 

 

La otra mitad de mí
Affinity Konar (1978)
Es una narración que destaca por su bella escritura. En ella vemos a las gemelas Pearl y Stasha, de doce años, en las garras del doctor Mengele, quien las usa para sus macabros experimentos. La novela va turnando los puntos de vista de ambas en un intento por articular el horror que viven ahí, siempre entendiendo que las palabras no alcanzan a describir tal nivel de espanto. La narración también habla del proceso de adaptación a la sociedad después de este trauma y es vívida en detalles que destacan por su sutileza. “Toda esa gente inocente; yo no me preguntaba por su futuro el día que me fui de la casa abandonada. No podía saber sus destinos, sus triunfos, sus problemas. Los que se integraron a nuevas ciudades y se olvidaron a sí mismos en profesiones nuevas, formando imperios lo suficientemente grandes como para borrar un pasado, o los que fracasaron porque no podían sacarse de sus cabezas el sonido de su propia sangre. Los que se casaron con otros sobrevivientes o los que no se casaron porque no tenían nada que ofrecer, salvo sus terrores nocturnos”, dice la Voz narrativa. “Fueron niños, una vez», comenta.  La crítica Michiko Kakutani destacó en The New York Times la habilidad de Konar para representar el infierno que fue el campo de concentración, a la vez que su capacidad de detectar la resiliencia de muchos prisioneros, su perseverancia e incluso amabilidad dentro de un escenario dramáticamente desesperanzador.

 

We were the lucky ones
Georgia Hunter
Aun no traducido al castellano pero bestseller destacado por The New York Times, cuenta la historia verdadera de una familia judía separada al principio de la Segunda Guerra Mundial, y su objetivo de reencontrarse. Reflexiones sobre la idea del reencuentro y las etapas de la vida son analizadas con inspiración filosófica: «El ejercicio de decidir donde ir después es difícil. Porque “después” probablemente significa un nuevo “siempre'». Esta historia provee una lección de resiliencia: «Era simple, en algún sentido. Mantén tu cabeza gacha, to guardia alta. Permanece un paso adelante. Mantente vivo por un día más. No dejes que el enemigo gane. Pensar en un plan a largo plazo parece complicado…». 
El orden del día
Éric Vuillard
Es una novela política, y para eso Vuillard hizo una detallada documentación, recopilando ar-chivos, datos, anécdotas y hasta citas de Hitler. Lo que vemos acá son los «andrajos repulsivos de la Historia», focalizados en ese momento crítico donde Hitler «vocifera en un alemán muy próximo a la lengua inventada más adelante por Chaplin, compuesta de imprecaciones…». La convicción de Vuillard le hace compartir observaciones como la siguiente: «Es curioso cómo, hasta el final, los tiranos más convencidos respetan vagamente las formas, como si quisieran dar la impresión de que no se saltan por las buenas los trámites administrativos mientras transitan abiertamente por encima de todas las normas. Se diría que el poder no les basta, y que experimentan un placer suplementario obligando a sus enemigos a cumplir, por última vez, los rituales del poder que ellos mismos están dinamitando». El mensaje final de la novela es clarísimo: «No pensemos que todo esto pertenece a un lejano pasado».

 

La desaparición de Josef Mengele
Olivier Guez (1974)
El autor, quien ganó el premio Renaudot en Francia, hace un retrato con tintes sociológicos al analizar los entornos a los que se adaptan los nazis allegados a Sudamérica. Vemos esta adaptación cuando «Mengele se despoja de la máscara de Gregor. Como médico ha cuidado el cuerpo de la raza y protegido a la comunidad de combate. Ha luchado en Auschwitz contra la desintegración y los enemigos internos, los homosexuales y los asociales; contra los judíos, esos microbios que desde hace milenios llevan a la derrota de la humanidad nórdica: había que erradicarlos por todos los medios. Ha actuado como un hombre moral… ha cumplido con su deber como miembro de las SS». Mengele no tiene nada de lo que arrepentirse, como también entendemos gracias a otra escena que encuentra al doctor en confrontación ética con su hijo Rolf, quien lo visita para exigirle explicaciones y lo interpela: «¿Acaso no te remuerde la conciencia por todos los asesinatos? ¿Qué te han hecho los judíos?», pregunta. Y el padre responde: «La piedad no es una categoría válida, porque los judíos no pertenecen al género humano». La desaparición de Josef Mengele es una obra notable que resiste los géneros. Es quizá una muestra de la flexibilidad a la que se debe someter la letra para dar cuenta de una realidad tan inmensurable como la que aconteció en torno al macabro ‘Ángel de la Muerte’. En las páginas finales del libro, Guez medita: «… la razón se eclipsa y otros hombres vuelven a propagar el mal… Desconfianza, el hombre es una criatura maleable, hay que desconfiar de los hombres». Son observaciones desmoralizantes aunque precisas. Y, respecto al formato, Guez explica que «sólo la forma novelesca me permite acercarme en la medida de lo posible a la macabra trayectoria del médico nazi». 
El tatuador de Auschwitz
Heather Morris
Otra publicación que cruza géneros es una historia de perseverancia, de resiliencia, situada en uno de los escenarios más macabros del siglo XX: Auschwitz. En el campo de concentración encontramos a la pareja protagonista, ambos judíos deportados desde Europa del Este. Es una historia clásica de amor hacia otro y las circunstancias ya han sido motivo de otras producciones. En este caso, la novela transita en el delicado límite del testimonio, un género polémico que implica una presencia indirecta por parte de su autor, y, a la par, recopilación, sentido de edición y de veracidad. 
De hecho, es Pepan, el improbable prisionero, un académico de Paris, detenido por bocatarro, según dice, quien percibe el aura del héroe: «Me intrigas, Lale. Fui atraído hacia ti. Tenías una fuerza que ni siquiera tu cuerpo enfermo pudo esconder», dice mientras le relata como Lale se salvó por un pelo de su enfermedad, tras lo cual prácticamente se le daba por muerto. Es Pepan quien conduce a Lale hacia su (infame) oficio con un convincente argumento: «Si no haces tú este trabajo, alguien con menos alma que tú lo hará, y herirá a esta gente aún más». Acá es posible dar rienda suelta al cuestionamiento respecto a los diversos dilemas éticos que enfrentan las víctimas. La voz narrativa explica: «Él también ha elegido mantenerse vivo… al ejecutar un acto de profanación en gente de su propia fe». 
Pero la historia es, finalmente, un relato de amor (es altamente posible una versión cinematográfica). Este es un amor de opuestos, y eso es lo que hace interesante la interacción, pues hay un vaivén que distingue cada personalidad. Frente al optimismo casi ciego de Lale, Gita Furman, la prometida, mantiene un tono cínico, realista, cortante, que la transforma en un personaje más complejo psíquicamente: cuando Lale consigue hablar con ella y preguntarle su nombre, Gita responde: «Soy solo un número. Deberías saber eso. Tú me lo diste», espeta refiriéndose al momento en que Lale le tatúa el numero en su brazo, momento de comunión que sella el pacto sin palabras entre ellos. Cuando Lale le explica su bagaje, nombra a sus parientes y se presenta a sí mismo formal, elocuentemente, Gita responde: «Yo soy el prisionero 34902 en Birkenau, Polonia».
En Latinoamérica
La literatura testimonial ha visto hitos significativos: la controversia de Rigoberta Menchú (1959), quien, junto a Elizabeth Burgos, dio a conocer la catástrofe guatemalteca desde el lugar indígena con su «Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia». Ese libro posicionó la polémica sobre este registro que comenzaba a proliferar: ¿Cuál es la autoridad de la narración? ¿Cómo se posiciona el texto dentro del mercado editorial? ¿Cuáles son las licencias que este género se puede tomar; sus alcances…? Estas son preguntas que este tipo de “ficción” provoca. «Si me permiten hablar», testimonio de Domitila, una mujer de las minas en Bolivia; «Hasta no verte Jesús Mío», de la mexicana Elena Poniatowska; «El padre mío», de Diamela Eltit, y, por supuesto, «Biografía de un cimarrón» clave en la narrativa testimonial, por mano del cubano Miguel Barnet, son ya clásicos.

 

* Reproducimos este artículo gracias a la cortesía de su autor Nicolás Poblete Pardo. Heridas Abiertas fue originalmente publicado en la revista cultural chilena La Panera, en noviembre de 2018.

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