Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves* Dedicado a Harold Pinter y Dirk Bogarde. 1. El cuerpo, cuando ya no está habitado por el deseo, busca nuevas maneras de vivir. El mío, vivido y cansado, ha decidido mudarse este verano a Italia, específicamente al Lago de Como, situado en la mítica Lombardía. En la terraza de mi pequeña suite suelo tomar el sol desnuda, trato de no pensar, pero viene a mi mente repetidas veces ese aborto que cambió mi destino cuando era una muchacha. Mi mente divaga, mi cuerpo siente, mi alma se rompe. Enciendo la radio, escucho las noticias, y me es inevitable conectarme con la vida mundana. ¿Por qué María Corina Machado no ha recibido el apoyo rotundo de las millennials feministas del mundo? No lo sé, pero yo sí me ocupo de las mujeres que tienen empatía social, que tienen ideales, que creen que el mundo se construye con los hombres (no en contra de ellos, sino a su lado). Creo en un mundo donde madres, estudiantes y esposas tienen fe en palabras esenciales como: familia, esposo, hijos, patria, libertad, mundo, humanidad, hombre, mujer. Pasa la tarde y pasa la vida. Desde mi terraza me adormezco con una copa de vino blanco y miro el azul del inmenso lago en el horizonte. Mi amiga Mariana me da otra noticia: ¡el cine ecuatoriano ha cumplido 100 años! ¿Y ya ganaron el Oscar?, le pregunto, un poco borracha. 2. Una costeña recostada en la rama de un árbol. Gran plano general. Los ojos de una indomable tigra tras una cortina de lluvia. Primer Plano. Una muchacha con una banana en medio de la inminente violencia masculina. Dolly. Camilo Luzuriaga es —definitivamente— un sabio. Ponderó con mesura y sentido práctico que su país no ha parido con felicidad un guionista de casta y fuste (a lo Mark Peploe). Y —al igual que Kubrick, Buñuel, Leopoldo Torre Nilsson o Bertolucci— se ayudó con un escritor para echar a andar ese arte mecánico llamado cine. Camilo Luzuriaga adaptó ‘La Tigra’ de José de la Cuadra, ‘Entre Marx y una mujer desnuda’ de Jorge Adoum y ‘1809-1810: mientras llega el día’, de Juan Valdano. Pensar el cine desde la literatura ya es una lucidez inaudita en un país en ciernes. Un precedente. Un buen comienzo. Sensato y además reverente con un arte mayor, como lo es la literatura: la palabra escrita de ficción. Pues vale subrayar en esta sucia época de tanta basura visual: damas y caballeros, en un inicio primero fue el verbo y luego el duro arte de escribir (no discutan conmigo, háganlo con Puig o James Salter). Luzuriaga es sinónimo de un cine ambicioso y audaz, en una época donde Quito era un par de gallinas y un semáforo. Luzuriaga es un rompedor de su tiempo. Lector del gran José de la Cuadra. Se fue por el camino seguro: tomar un libro antes que ponerle pilas a la cámara. Les cuento algo chiques: hace poco me entrevistaron para una revista de misterio de Carson City. ¿Qué condición le pondría a los cineastas actuales?, me preguntó un millennial con pelo alborotado (de seudo rockero light) y un saco que apestaba a sobaco. “¡Mi condición sería que toda película debería basarse en un libro!”, exclamé tajante. “Así nos evitaríamos tantas costosas basuras que se andan filmando ahora”, concluí con un gesto de vieja bruja lectora, amante de la obra de Kazuo Ishiguro. El millennial —que solo había leído a ese sobrevalorado Roberto Bolaño— me censuró y no sacó mi entrevista. Fin del cuento. 3. Nicholas Austin Pizzolatto, conocido como Nic Pizzolatto desde muy joven quiso hacer cine, pero supo que el arte estaba en otra parte: en la palabra. Se sumergió de lleno en el Viejo Testamento y luego en Séneca, Antístenes y Marcus Aurelius. Bebió de las fuentes del suicida John Kennedy Toole y del drogado pero simpático Kerouac, y entonces decidió comprar una cámara. ‘True detective’ debe ser la quinta esencia de un hombre que se cocina leyendo y soñando pesadillas, para luego verlas en movimiento. Y, a continuación, les voy a hablar de Juan Esteban Cordero, un artista que hizo música para cine. 4. Me complace y encanta ‘Sensaciones’. Pues antes que la ética, para mí está la estética. Antes que la fácil y predecible crónica social, prefiero los infiernos y el complejo mundo interior de los individuos. (De golpe me acordé de Kawabata, de Bergman, de Sakamoto). ‘Sensaciones’ es un pretexto fílmico para escuchar una lograda partitura que sintetiza los Andes. Quizá sea menester mencionar aquel proyecto musical/visual de Alan Parker, titulado ‘The Wall’, donde más nos queda la música que la dramaturgia. Precisamente las actuaciones en ‘Sensaciones’ son un pretexto para exponer la belleza y juventud de un grupo de efebos sensoriales. En un país tropical dominado por un fútbol mediocre que atonta y enceguece; en un pueblo asfixiado por el folclor, por el realismo sucio (que solo interesa a la Academia o al periodismo), en una capital chiquita saturada por la vulgar política y los impotentes burócratas culturales, la película ‘Sensaciones’ es una bocanada de aire puro. La buena educación tanto de Juan Esteban como de Viviana, su cosmopolitismo, su savoir faire, su élan vital se siente en esta cinta donde se ve al Ecuador con una interesante mirada extranjera. Un plano de antología: los chicos, súper guapos, hermosos y malditos —facheros decimos en Buenos Aires— aparecen en cuadro caminando por el páramo con ropa muy cool, relajada, casual, chompas de cuero de cierres, zapatos Skippers, fulares, Viviana Cordero de poncho, jeans y sombrero, Luis Miguel Campos, siempre tan distinguido, observando con extrañeza el vacío. Y de fondo, la nieve del Cotopaxi, la voz sublime de Carmen Grijalva y luego el inolvidable piano de Juan Esteban Cordero. Prefiero mil veces ‘Sensaciones’ a ‘Ratas, Ratones y Rateros’. Ustedes saben que soy una mujer con gustos a contracorriente. Sorry, boys. 5. Han pasado 100 años en el cine de Ecuador, territorio que conocí cuando era una muchacha y yo solía amar la aventura de internarme en pueblos, montes y regiones tropicales. Alertada por esta noticia reviso la web de Ochoymedio y descubro que se prepara una muestra con 10 largometrajes y 10 cortos para celebrar este cumpleaños: “10×10, 100 años de cine ecuatoriano”. Yo que he visto una buena cantidad de cine y que conozco de cerca Ecuador, me pregunto discretamente, ¿cuál es el encanto del cine ecuatoriano? ¿Qué lo vuelve inolvidable? A Ecuador se lo reconoce en el mundo por sus pintores (Guayasamín, Kingman, Stornaiolo, Tábara, entre otros…), sus poetas y escritores (Carrera Andrade, Montalvo, Icaza, José de la Cuadra, entre otros…) o por sus músicos y cantantes (Julio Jaramillo, Segundo Rosero, Boris Cepeda, Carmen Grijalva, Mariela Condo, entre otros…) Escucho a una buena amiga decirme que “han pasado ya cien años de trajinar entre la falta de institucionalidad, falta de reglas claras, falta de profesionalización”. ¿Pero alguien cuestiona también si falta ‘genio creativo’? Esto último me resisto a creer, pues finalmente el cine es —de todas las artes— el oficio más colaborativo. Y a diferencia de otras artes —como pintura o escritura— es un trabajo colectivo, gremial. Entonces, me cabe la siguiente pregunta: ¿Cómo un equipo de veinte o cuarenta personas pueden hacer una mala película? ¡Oh, que tonta soy! Me vuelto también despistada, libre y arbitraria. Opino con la ligereza de quien no defiende gremios ni gobiernos. Y descuido decir que el genio es un proceso individual. Se nace o no se nace con esa barita mágica que de repente crea obras que nos perturban y que jamás podremos olvidar, como —por ejemplo—‘Ensayo de un crimen’ de Buñuel. Ojalá vengan más películas aquí y allá que nos tatúen la memoria y nos perturben a tal grado que las volvamos a ver 989 veces, como ‘El Padrino’, en mi caso. 6. Las nuevas generaciones etiquetan el mundo con frases donde todo lo pasado o viejo ya no existe o es trascendental. Si vuelvo los ojos a Ecuador, me entero que ahora hay ‘Ecuador renovado’ estructurado por muchachitos. Como es de conocimiento público, soy una mujer jubilada que tiene un viejo departamento en Nueva York. En esos años que he vivido allí, jamás he escuchado hablar del nuevo Nueva York. Ahora que el cine ecuatoriano cumple un siglo, al ver las películas de la muestra, siento un estremecimiento profundo constatando lo poco que ha cambiado en Ecuador. Cómo va a mejorar algo si hemos puesto al frente de la sociedad a nuestros nietos o hijos que —con treinta años o más— lo único que saben es hacer berrinches, demostrar una gigante egolatría o derramar su vanidad en las redes sociales. Estos mocosos —repletos de maestrías y doctorados— son unos témpanos de hielo, fallidos productos del divorcio de sus padres, y se sienten sabios y poderosos al decir que el amor no dura o que ellos no se comprometen con nada y que el destino del mundo les es indiferente. Una pésima comprensión de Zygmunt Bauman, que complejiza la atomización actual y hace una relectura de Heráclito (quien ya pensó que «Nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río».) Lo líquido para los millennials termina siendo su propio biberón vacío. ¿Vacío de qué? Empecemos por una palabra sustancial para ser adultos inteligentes: «empatía». ¿Acaso han escuchado qué dicen las nuevas generaciones sobre lo ocurrido en Venezuela? ¿Acaso es una joven millennial ‘feminista’, chique, la que está defendiendo la libertad en ese país? No, para nada. Quien se involucra con su mundo es una señora, madre y esposa, (con un hogar tradicional para ustedes) de 56 años. ‘O sea una vieja’, en sus palabras ‘chiques’. Y si el cine, venga de donde venga, no registra esto también, pues nos quedaremos a merced de unos fondos concursables donde seguirán ganando esos ‘acolites a jugar a ser directores’. Suelo repetir que soy una mujer madura, solo con el afán de decir que ya no me mueven las pasiones estériles. Me he vuelto pragmática. Y sé que todo proceso donde arte, industria y Estado se juntan, merece un análisis mesurado. ¿Es el cine ecuatoriano un cumpleañero al que todavía no le dan su pastel? Toda industria tiene gremios complejos (y acomplejados) que buscan que el Estado sea un facilitador de leyes, incentivos, impuestos y estrategias. El cine para Ecuador —país otrora petrolero— debería ser ‘la gallina de los huevos de oro’. Cine como empleo, cine como turismo, cine como pequeña y grande industria. Cine como educomunicación, propaganda cultural/política o psicología social. Pero algo falla en la ecuación. 7. Estos 100 años se celebran con esas películas y cortometrajes que contra viento y marea se lograron acabar, definir, concretar tras la pre-producción y producción, y finalmente se editaron y se proyectaron. Dos horas de una experiencia visual que son en verdad mil horas de seso, sudor y lágrimas. ¡Aplausos a sus tenaces trabajadores! Dos horas logradas por seres humanos soñadores y novatos, que con remo y canoa quieren cruzar el mar. El cine —lo ha dicho Lynch— es una masiva catarsis psicológica. 8. La muestra de cine ecuatoriano que propone Ochoymedio pone énfasis en los hits y películas destacadas del siglo XXI, según ellos mismos. Se celebra la libertad y arbitrariedad para escoger las participantes en el ciclo. ‘Sensaciones’ (Viviana Cordero, 1991 y ‘Entre Marx y una mujer desnuda’ (Camilo Luzuriaga, 1992) marcan el inicio de un movimiento prolífico que tuvo su momento más brillante entre 2008 y 2020. Películas que exploran diferentes géneros, desde la ciencia ficción (‘Europa report’, Sebastián Cordero, 2013), el road movie (‘Qué tan lejos’, Tania Hermida, 2006) el ‘mockumentary’ (‘Un secreto en la caja’, Javier izquierdo, 2003; ‘Más allá del mall’, Miguel Alvear, 2010); el documental (Silencio en la tierra de los sueños’, Tito Molina, 2013); la ficción (La mala noche’,Gabriela Calvache, 2019) y el surrealismo costumbrista (‘Blak mama’ (Andrade/Alvear, 2009). La muestra incluye una selección de cortometrajes de distinta factura y enfoque, desde la comedia hasta el documental en cinema verité. 9. Quisiera quedarme todo el día en esta terraza, pero debo salir al mercado a comprar aceite de oliva y risotto. Me cubro los pezones con una bata de seda y me pinto los labios. Cuando me miro en el espejo me es inevitable reconocer un parecido a Anna Magnani, cosa que me halaga. Tengo pensado hacer el amor en la noche, pero aún debo encontrar con quién. Atando cabos y viendo la mitad del vaso vacío diré: en Ecuador ya tienen gestoras culturales que dan su alma y casa por el cine. Ya tienen un Camilo Luzuriaga que sabe que —si hay escasez de historias o guiones—podemos apelar a la literatura. Ya han dado pasos en firme para conseguir leyes y cierto aparato burocrático que los encamine… Ya tienen incluso un público que acude a verlos… Pero qué tal que el problema del cine ecuatoriano está en el ojo de ‘quienes lo hacen’. Adicta al placer y mirar, mientras mi hipotálamo se derrite pensando en la boquita del clavadista italiano Thomas Ceccon, vestido o desnudo, me provoca decir que hacer cine es saber mirar y reconocer también quién soy y de dónde provengo. Hoy —en esta olimpiada que es la vida— hay que saber mirar y nadar, sea en la cama o ante una cámara. Un final de película para mí sería hacer olas en la piscina con el italiano Thomas Ceccon, cuyo rostro de mancebo travieso me moja las pantimedias. Con la condición de que no lleve a Marx, yo con gusto nadaría desnuda. *La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto Comments comments