Por Christian León 
 “Unos piensan, otros actúan, dicen.
Pero la verdadera condición del hombre es pensar con sus manos”.
Denis de Rougemon
A sus 87 años de edad, Jean-Luc Godard es más joven que nunca. En su última película, El libro de imágenes (2018), el padre de la nouvelle vague levanta los hombros a la industria audiovisual, el cine moderno y el pensamiento occidental. La obra es una apuesta extrema, fresca y deconstructiva que cuestiona las nociones de sentido, originalidad, autoría a través de una delirante y abrumadora colección de imágenes encontradas montadas por libre asociación.  
 De ahí que el singular filme sea una propuesta radical, inclasificable e incómoda, incluso para festivales como Cannes, salas de cinearte o plataformas como Netflix que le han abierto sus puertas.  
Partiendo de la tesis de Rougemont de “pensar con las manos”, la obra alude al trabajo creativo con la materialidad de la imagen como una forma de pensamiento. El filme está organizado en 5 capítulos  (Remakes, Las noches de San Petersburgo,  Esas flores entre los rieles en el viento confuso de los viajes,  El espíritu de las leyes,  La región central)  que reflexionan  sobre el ocaso de la civilización europea, la devastación de la naturaleza, la guerra, la explotación, el colonialismo, el orientalismo, la crisis del las imágenes. 
El filme, organizada bajo la estética del cine-ensayo, retoma la concepción no narrativa de la caméra-styloplanteada en los años 40 por Alexandre Astruc y actualiza el giro crítico, experimental y político que tuvo el trabajo de Godard a partir del mayo del 68 dentro del Grupo Dziga-Vertov. En este sentido es una producción ensayística que continua y profundiza la propuesta de filmes como Historia(s) de cine(1988-1999), Film Socialisme (2010) y Adiós al lenguaje (2014). 
Mientras muchos directores consagrados duermen en los laureles, Jean-Luc Godard utiliza su reconocimiento para hacer el cine que siempre soñó: uno liberado de la industria, de la narración, la representación y el sentido.
La obra, deudora de las estrategias apropiacionistas del found footage, es un extenso collage audiovisual que complica cientos de fragmentos de películas, libros, pinturas, noticieros, imágenes de internet resemantizados por una pluralidad de sonidos, segmentos musicales y voces -entre ellas la del propio director-. Textos sobreimpresos, imágenes y parlamentos, provenientes de distintos contextos, colisionan entre sí generando un palimpsesto de texturas en las cuales el significado está puesto en suspenso. A través de la asincronía entre audio y video, el contrapunto semántico entre texto e imagen, un montaje disruptivo y la saturación cromática, el filme cuestiona el carácter mimético del cine y los significados establecidos por la cultura y el arte occidental.
En un pasaje de la obra, Godard plantea que somos producto de las civilizaciones del libro, discurre sobre el libro como el origen de la ley y la tiranía de la palabra. Sobre estas ideas, podemos interpretar a la película como una apuesta deconstructiva de la significación y la realidad como principios unicos e incuestionables -tal y como nos lo ensenó Jacques Derrida-. Por su puesto, para un iconoclasta como Godard la deconstrucción solo es posible a través de la imagen. De ahí que la obra sea un libro hecho de imágenes que han dejado de ser un reflejo del mundo para convertirse en un cuestionamiento subversivo que opera entre lo subjetivo y lo objetivo, la realidad y el deseo, la decepción y la esperanza, la ficción y el documental, lo analógico y lo digital.

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