Por: Eduardo Valenzuela
La cineasta Kelly Reichardt hace una película con todos los ingredientes para lograr un western delicado y armonioso de principio a fin.
Para sentarse a ver esta película es necesario que el espectador se ubique en el tiempo histórico, 1820, Oregon – Estados Unidos.
La historia empieza abordando la muerte de una forma azarosa en el presente para conducirnos al pasado y entrar en la trama.
El hilo conductor de la película es una amistad que inicia también con la muerte pisando los talones de ambos protagonistas. Sin embargo, no es el miedo a la muerte el eje de la historia, si no más bien la dignidad de enfrentarla.
En ese sentido, la directora usa la metáfora como un recurso lleno de poesía, sin necesidad de entrar en clichés agotados por la cinematografía. Mas bien nos propone un entendimiento simple del complejo mundo de los personajes y la configuración de una estructura cultural norteamericana en perspectiva de lo que entendemos por modernidad.
Un chino aparece desnudo en el gélido bosque y es descubierto por Cookie, un cocinero que busca alimentos para una jauría de cazadores hambrientos. Cookie es un personaje que poco encaja en el mundo hostil que lo rodea, pero se las arregla para mantenerse con vida, un poco por instinto y un poco por “suerte”. King-Lu, es un personaje también peculiar, ambicioso en conquistar el “sueño americano” parece un ser que trae una colección de conocimientos de vidas pasadas y que le ayudan a sobrevivir en su particular forma ver el mundo.
El telón de fondo de esta amistad es el origen de una ciudad. El precario pueblo amurallado de postes de madera llamado “fuerte”. Aquí la cineasta despliega recursos inteligentes para tratar de explicar una cultura que emerge de las grandes diferencias y estratos sociales marcados por el dinero y la posición social defendida por las armas.
Una vaca, la primera en llegar al poblado, será lo que seduzca a los dos amigos a escurrirse en medio de la noche para robar la leche, la cual Cookie necesita para crear exquisitas galletas y emprender su negocio. El lector ya podrá suponer que la vaca y su leche son parte del escenario metafórico que Reichardt elabora para crear puntos de giro en la historia.
First cow, es una película de mucho tacto y olfato. La sensación de las texturas del bosque y el olor de la comida acompañan al espectador en el disfrute de la obra. El tempo del film es lento y a veces silente. Esto tiene coherencia con el tratamiento de la historia y su contexto. Además de que la directora pondera la psicología de los personajes con el despliegue cinematográfico, lo cuál deja ver que es una pieza de arte diseñada para descubrir la historia en muchas capas.
Mención aparte merece la fotografía de la película. También en línea directa con la sutil propuesta de acompañar esta aventura de los personajes, la fotografía no derrocha grandes maniobras que deslumbren al público. Es una fotografía muy centrada en la sensación atmosférica del estar en el sitio: el bosque. Sin grandes pretensiones, por si sola, el recurso naturalista de la imagen, nos permite sentir el lugar y creer la historia. Sin duda una película para disfrutar en la pantalla grande, en el rito de lo que es ir a una sala de cine.

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