Por York Neudel
Una playa en la noche. La oscuridad pacífica está violentada por un punto de luz. Parece un faro en el horizonte o un bombillo de una tienda olvidada en el último rincón de esta bahía. Tal vez es un barco pirata que tenía de prisionera a una joven indígena que, cuando logró escaparse corriendo al bosque, dio el nombre a este pueblo en Oaxaca: La Escondida. En realidad, no sabemos qué estamos viendo, pero escuchamos esta historia que nos sirve de pasamano. En esa oscuridad visual se esconden los cuentos y toda la película es un concierto de relatos que aparentemente no tienen mucho en común. Están dispersos como las estrellas en el cielo nocturno. A pesar de que los escuchamos en diferentes idiomas, contados por gente foránea, por personas del mismo pueblo y también por una voz omnipresente, algo los conecta y así, todo se convierte en una constelación estelar formada por historias. 
El título de la película nos guía y nos empuja hacia la leyenda sobre el Doctor Fausto, un científico inquieto y un erudito insatisfecho en la vida. En busca de distracción, diversión y más conocimientos, hace un pacto con el diablo que lo lleva a ver el mundo, conocer los placeres y el amor. A cambio, Fausto tiene que entregar su alma en el momento en que caiga en la inercia mental por estar satisfecho. Un tema en la obra literaria es la disputa de la ciencia dura con la libertad del misticismo o la búsqueda de lo verdadero y Andrea Bussmann, la directora de la película Fausto, juega libremente con el relato, los protagonistas y el tema propuesto en la abundancia de variaciones del Fausto desde Johann Wolfang von Goethe hasta Gertrude Stein. 
El contenido de la leyenda se hace forma en esta película
La búsqueda de lo real siempre ha sido una cuestión inherente del documental. Una voz en off nos acompaña, nos cuenta historias, nos describe lo que vemos – una herramienta típica de la modalidad expositiva en el documental. Se sugiere una objetividad a través de la mirada del director como un Dios que comenta, juzga y promulga la verdad. No obstante, aquí la voz no es de un Dios, sino de Mefistófeles mismo, susurrándonos dulcemente lo que tenemos que pensar.
Nos informa sobre hechos científicos y no deja rastros de duda de que estos hechos son verdaderos. Aprendemos sobre la visión de un caballo, leemos listas de animales nocturnos no domables o nos enteramos del alto porcentaje de hierro en la arena de la playa que impide el funcionamiento irreprochable de las computadoras. Son conocimientos superfluos, lo que nos pone en el lugar del Doctor Fausto y su aburrimiento de conocer solamente la mera ciencia dura. Luego, la voz en off aparentemente comienza a engañarnos siempre cuando no coincide plenamente con las observaciones que hace la cámara. El espectador ve personas de lejos, excavando o pescando, pero la voz simula saber qué sienten, qué había ocurrido con su familia o nos advierte del propósito de sus acciones. ¿Cómo lo puede saber? ¿Los encontró antes?
El narrador misterioso omnipresente que nos quiere embaucar con su poesía científica choca contra la estética de un documental observacional con planos largos, sin adulteraciones por parte del realizador y con un sonido diegético. Viendo esas imágenes como evidencias de la cotidianidad en un lugar playero sin muchos visitantes, el espectador puede sentirse como una mosca en la pared. Sin embargo, la voz se impone y nos quiere convencer de una realidad alternativa. Bussmann lo hace a propósito para crear una reflexión sobre nuestra percepción, poner en riesgo la credibilidad de un narrador que se atreve hasta el doblaje intencional de un entrevistado, manteniendo el sonido de sus palabras de fondo. Parece la culminación de la manipulación y la directora no lo disimula, sino construye con un humor sutil un diálogo contemporáneo con la temática del Doctor Fausto medieval. 
La película se queda en la playa con el sonido suave de las olas, un lugar perfecto para pensar tranquilamente, observar el comportamiento de la gente, escuchar sus historias y sentir su libertad. Sin embargo, no vamos a caer en la inercia mental que nos obligaría a entregar nuestra alma al diablo. Al contrario, queremos ver esa película una y otra vez para descubrir más secretos escondidos en la oscuridad.

Comments

comments

X