Crónica de Gabriela Paz y Miño sobre encuentro entre artistas y alcalde electo.
Que el tráfico está terrible. Que ya mismo llega. Que está a tres cuadras. Que ahora son dos. Que está entrando. La espera de los artistas y gestores culturales al alcalde electo, Mauricio Rodas, parecía el cuento del lobo feroz (aunque jugar al lobo feroz por una hora y media ya no resulta divertido). El auditorio del Centro Cultural Metropolitano estaba a tope la mañana del viernes 11 de abril. En las bancas, pasillos y entrada del salón se multiplicaban los artistas: un puñado de jóvenes con caras de poetas y mirada existencial, otros con aire cosmopolita y pos moderno, un pequeño grupo de gestores con listas de pedidos, y una visible mayoría de pintores, escultores y artistas de la ‘vieja guardia’: todos ansiosos por escuchar las propuestas del próximo alcalde.
Azorado, aunque inexpresivo, Rodas saludó con la mano a decenas de niños uniformados que estaban en el patio y que luego se pegaron al vidrio del salón cuando lo vieron entrar. Con la misma actitud escuchó las palabras de Norma Novillo, organizadora del evento y encargada de convocar a los artistas. Lo recibió con un “queridísimo alcalde” y no dejó pasar la oportunidad para resaltar su “juventud, valores y ansias de renovación”.
Cuando llegó el momento, Rodas dejó la soledad de la mesa directiva -en la que hasta ese momento había permanecido rodeado por cuatro sillas vacías e igual número de botellas de agua- y se acercó al podio. Encajó una sonrisa y empezó su corto discurso con el  tono que conocimos en su campaña electoral. “Primero, mil disculpas por el retraso”, dijo. “Por la transición tenemos una agenda muy complicada. Pero sobre todo hay un te-rri-ble tráfico, ¡que juntos vamos a solucionar!”.  Habló de un diálogo, de la posibilidad de un encuentro permanente en el que todas las posturas, todas las propuestas,  todos los colores tendrán cabida.  No entró en detalles. “El arte –dijo- es la mayor expresión de las libertades”. Hasta ahí llegó. El discurso no excedió cinco minutos. Cuando se sentó de nuevo, las sillas vacías habían sido ocupadas por el pintor Oswaldo Viteri,  el escultor Estuardo Maldonado y la Sra. Novillo. Algunos nos preguntamos si estar así flanqueado era un mensaje subliminal sobre sus ideas de renovación o se debía a la amabilidad de su equipo para con ambos artistas consagrados. De ahí en adelante Rodas se dedicó a escuchar con expresión ceñuda y a tomar notas en un cuaderno espiral. Desde el podio se escucharon los más vario pintos discursos de los elegidos para hablar, más de uno anclado en el vicio de la queja y el pedido.
Napoleón Paredes, artista plástico planteó la apertura de la “Vieja Escuela de Bellas Artes”, en un espacio del antiguo aeropuerto o en una casa patrimonial. Marco Ronquillo, artista plástico no dijo nada porque  ya se había ido cuando el alcalde llegó. Luis Viracocha, escultor, habló del “embellecimiento de la ciudad” para convertir a Quito en la urbe de las esculturas y los murales. Milton Estrella, artista, pidió a Rodas que apoye económicamente a los artistas que han sido “relegados y abandonados”. Oswaldo Viteri entregó una carpeta con su propuesta sobre la gestión de cultura (la definió como “una joyita”) y antes de abandonar la sala pidió que la Plaza de Toros sea declarada patrimonio de la ciudad (uno de los pocos jóvenes presentes replicó en voz baja: “será patrimonio de la muerte”).  Iván Celi, artista interdisciplinario, arremetió contra los “falsos egos” y la cultura de élite. Gabriel Arteaga dijo que no quería dádivas. Rafael Díaz dijo que tiene un pie en Berlín al tiempo que planteó una Bienal Internacional de Arte para Quito. Piedad Viteri, activista de Tumbaco, reclamó un análisis cuantitativo para la entrega de fondos y apoyo al arte callejero. Mariana Andrade, gerente de Ochoymedio, le dijo al alcalde electo que la Ley de Culturas sigue en la congeladora y le planteó el reto de lograr que la Secretaría de Cultura deje de ser una entidad anclada en el pasado y que “organiza eventos de tarima”, para ser un verdadero ente regulador de las políticas en la ciudad. “Salgamos de los años 70 y miremos al futuro”, dijo más de una vez.
Rodas no arriesgó opiniones ni posturas, y tampoco aclaró si esta reunión tendría continuidad o seguimiento. Tuvo cuidado de saludar cada intervención con un apretón de manos o un beso. Recibió regalos (libros en su mayoría), que colocó junto a su cuaderno. Al salir al “video break” (así se lo anunció), se dio un baño de multitudes, repartió sonrisas y posó para las fotos. El reloj marcaba las 14:00.  Habían pasado 3 horas. “¿Cuándo me pueden dar una cita?”, le preguntó en el receso una funcionaria del CNCINE a una asesora del alcalde. “Tranquila, todavía tenemos cinco años”.
(Gabriela Paz y Miño)

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