Dos amigas de infancia se reencuentran para hacer un documental. Una es la productora y la otra la protagonista. Ambas son hijas de intelectuales de izquierda exiliadas durante la dictadura militar de los 70’s en Brasil. Una de ellas es deportada del Ecuador por un gobierno supuestamente de “izquierda”. Juntas emprenden un trabajo intimista sobre el valor colectivo del exilio personal.
Por Manuela L. Picq*
Normalmente una película empieza con una idea, es fruto de un proyecto con guión y producción. Pero esta película fue parida por las circunstancias, un grito de alarma frente a la violencia de Estado. Cuando fui detenida de manera brutal y arbitraria en las calles de Quito en agosto del 2015 por el gobierno de Rafael Correa, Clara, mi amiga de infancia, voló a la casa de mi madre en Rio de Janeiro. En su intento de ayudar, Clara hizo lo que los cineastas saben hacer: filmar. Filmar como forma de testimonio, filmar para crear memoria, filmar para que la historia no sea solo contada por el poder.
Clara filmó al principio a una madre en Brasil determinada a sacar a su hija de una cárcel en Ecuador, después, una mujer descubriendo el sinsabor del exilio. Clara filmó lo mío, un exilio individual e íntimo, pero también lo suyo, buscando entender a través de mi experiencia lo que había vivido su madre durante un largo exilio en tiempos de la dictadura militar de los 70’s en Brasil. Una película siempre tiene una dimensión autobiográfica; cada cineasta se busca y deja parte de sí en su obra.
La película fue un viaje juntas en el cual íbamos pensando la historia fallida de la izquierda por la cual nuestras madres habían luchado, pensando la vida como mujeres de 40 que medimos el costo de nuestras opciones de vida. El exilio personal tenía también una resonancia colectiva. Yo soy hija de una intelectual de izquierda exiliada durante la dictadura militar de los 70’s en Brasil, igual que Clara. Tras décadas de lucha para elegir gobiernos de izquierda, los movimientos sociales se daban cuenta que los supuestos liberadores se habían hecho autoritarios, reproduciendo la arbitrariedad, la censura, el despojo.
Para mi era un reencuentro agridulce con mi amiga de infancia, feliz por pasar tanto tiempo a su lado gracias a la película, y destrozada por el exilio que daba lugar a la película.
Puede parecer alabador tener una película contando tu vida, y me gustaba la idea de desvelar la cara oscura y la arbitrariedad del régimen de Correa, llevar la izquierda a una autocrítica. Pero el personaje no filtra las imágenes para ocultar la cara de chuchaqui, ni opina en cómo se cuenta su historia. Me desnudé sin preguntar nada, regalando mi intimidad a una persona que amo. Clara contó su mirada, buscando sentir como se vive el exilio, explorando los colores del destierro.
Pero lo que yo vivía era imposible de contar.
Salí de casa con una maleta de mano pensando que la expulsión duraría un par de semanas, a lo máximo un par de meses; nunca me imaginé que el exilio tardaría un par de años.
La vida quedó en suspenso, se quedaron mis papeles en la mesa, la papaya en la cocina, la ropa por lavar.
Lo temporal se hizo permanente. Nunca planificaba nada para mas de dos semanas porque siempre pensaba que el próximo mes ya volvería a casa: Ecuador. Todo exiliado vive con esta incertidumbre que ahoga y a la vez salva de la desesperación.
La vida sigue, luna tras luna, una cosecha de maíz tras la otra, hasta que un día te das cuenta que ya es agosto de nuevo, que pasó todo un calendario agrario, que durante un año navegaste cortes judiciales y leyes migratorias intentando volver a casa. Sube el llanto, pero se queda seco, y no encuentras palabras para explicar el dolor del desarraigo, entonces miras hacia arriba buscando en otras tierras el azul de los cielos andinos, ahogada en lo intraducible de tu caminar.
El escritor Afgano Atiq Rahimi dice que el exilio es tener un pie perdido en la tierra y el otro colgado en el aire. Lo que sentí yo fue una sensación de tener el alma por un lado y el cuerpo por el otro. Un sentir de ser desterrada.
Aún me pregunto si es posible filmar el exilio, o si hay que vivirlo para entenderlo. Lo que si sé es que por mas inenarrable que sea el destierro, que sea un exilio individual o éxodo masivo, todos pueden extender la mano para ayudarnos a levantar la cabeza hacia la luz y ayudarnos a reconstruir la llakta.

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