Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves*
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Finalmente soy quien quise ser toda la vida: una vieja aislada, sumida en sus manías personales, sin codependencias románticas.

No tengo redes sociales.
Amo cultivar mi ocio.

Y cada vez que escucho a Ennio Morricone, a menudo, lo hago con un Chianti y con queso manchego, imaginando que soy una forajida que cabalga —vacía y sola— el desierto.
Lo del queso manchego es cortesía de Pepe, mi viejo amante barcelonés que se le ha dado por construir barcos en Mallorca y que suele visitarme en mi casa, aquí en Santa Mónica, California, y me hace el amor a placer.

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El maestro zen Pi-Yu Fuong escribió en ‘El agua como música’ (aquel antiguo libro del siglo XIII): “las emociones manipulan nuestra mente. La música del alma es como una gota de lluvia, cae y desaparece”.
Siempre leo esas líneas y lloro.

A veces ebria por el vino; y en otras, mirando la bahía los domingos por la tarde.

Las emociones para Ennio Morricone constituyeron su turbio material de trabajo.
El maestro romano tira de ellas como si se tratase de cuerdas y convierte las lágrimas en notas musicales. La risa, el miedo o la pena, alcanzan en su partitura perfectamente.
Ochoymedio, en las postrimerías del verano en Quito, presenta el documental ‘Ennio, el maestro’, con la batuta de Giuseppe Tornatore,

Esta obra cerrará la 19va edición del reputado Festival Eurocine, 2022.

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Johann Sebastian Bach, Mozart, Vivaldi, e Ígor Stravinski afinaron el oído de Ennio Morricone y templaron la vibración de su batuta. <br><br>Digámoslo una vez más, Ennio Morricone se define en el silencio. “El silencio es música, al menos tanto como los sonidos, quizá más. Si quieres entrar en el corazón de mi música, busca entre los vacíos, entre las pausas”, declaró el maestro en su momento.

Con más de medio millar de bandas sonoras y centenar de piezas clásicas, a Morricone se lo ama con los ojos cerrados: su música es capaz de cortarnos como un cuchillo y desnudar en nosotros la gloria o la derrota.

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Paradójicamente un niño introvertido llamado Ennio Morricone recibió de Mario, su padre, una trompeta. Dirán sus biógrafos que fue precisamente para sacarlo de su mundo de aislamiento y de sus intenciones de volverse un anónimo médico, lo que habría sido un insulto para la tradición musical de los Morricone.

A menudo su padre hallaba al niño detenido ante las flores del jardín con lágrimas en los ojos, y mientras los regordetes amiguitos del muchacho pateaban una pelota, Ennio escuchaba detenidamente a los pájaros en las ramas de los árboles.

Su música es animal. Proviene de la furia de la naturaleza tanto humana como silvestre.
En ‘El bueno, el malo y el feo’ (Il buono, il brutto, il cattivo ,1966), el sonido de un coyote es el eje la partitura.

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Yo me pregunto (desde mis años de vieja mujer): ¿cómo atravesará la música de Morricone a las nuevas generaciones, a sabiendas que ellas han entronizado bazofias y estridencia que provienen de estercoleros?

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Los grandes músicos académicos, ensopados en su mezquindad, quisieron ningunear y dejar de lado al joven Morricone que se abría paso película a película.

El documental ‘Ennio, el maestro’ nos demuestra como un hombre sencillo, ensimismado en su mundo sonoro, se sirvió de un látigo, de una flauta de pan, de una arpa de boca, cánticos femeninos, silbidos y hasta un látigo le valieron para capturar el universo sonoro de sus personajes, de sus películas.
A contracorriente con lo formal y académico, Ennio es un pionero de ir tras el sonido del mundo animal, de ese orbe agreste que nos rodea y como lo demostró en ‘El Exorcista II’ (El Hereje), también puso a cantar a los demonios.

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Quentin Tarantino, Clint Eastwood, Oliver Stone, Hans Zimmer, John Williams, Wong Kar-Wai, Barry Levinson, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quincy Jones o el propio Tornatore, director del documental, se apasionan al escuchar el nombre musical de Ennio Morricone.

‘Malèna’ (Tornatore), ‘La biblia’ (Huston), ‘La jaula de las locas’ (Molinaro), ‘Sostiene Pereira’ (Faenza), ‘El desierto de los tártaros’ (Zurlini), ‘La tragedia de un hombre ridículo’ (Bertolucci), ‘Lolita’ (Lyne) son algunas de las películas que tienen el lujo de contar con la partitura del maestro de maestros.

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Habrán escuchado del escritor decimonónico Mariano José de Larra, un ariano rebelde que hizo de la diatriba una forma de entender el mundo.

Por el contrario, Morricone, signado por Escorpio, se conecta con la vida salvaje desde la ternura.

Las dulces y conmovedoras voces que tiemblan como cortinas al viento en sus bandas sonoras son el matiz perfecto de un disparo, de la muerte, de la tragedia de vivir sin saber cuándo se muere uno.

Morricone, lo digo yo, es sublime a la hora de quitarle los colmillos a la vida.

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*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve.

Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.

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