Por la señorita Kenton, la nueva ama de llaves*
Dedicado a todos esos bellos hombres femeninos
En una suite de Praga, después de leer al gran Jorge Icaza, me pongo una bata de seda con un dragón chino en la espalda y se me antoja ir a nadar.
Nado un buen rato y con un vaso de limonada reviso mis redes sociales: en Ecuador se avecinan —otra vez— elecciones. Busco un ser sabio en el menú electoral, una mujer de ciencia, un intelectual, un ser honrado y justo como lo quería Séneca.
Sólo un gobernante con el nivel de César Augusto, Antonino Pío, Trajano, Marco Aurelio, Constantino I debería representarnos.
Deslizo el dedo por la pantalla del celular. En Corea está de moda una crema rica en urea y gusanos de seda para evitar la celulitis en las nalgas.
Reflexiono: ¿las nalgas o un político estulto?
Completamente desnuda me acaricio las plantas de los pies. Miro mi monte de venus sin depilar (amo la naturaleza y mis selvas) y me pregunto qué habría sido de mí si hubiera nacido hombre (con penis).
¿Cómo habría sido mi vida?
¿Y qué tal que me volvía un jefe de la mafia?
¿O un niño rico de cartón o el cretino de Elon Musk?
Dudo que Hitler haya tenido erecciones vigorosas.
Dudo que el pene sea indispensable para hacer algo realmente importante en la vida.
Definitivamente, el pene es un órgano que a ciertos hombres puede incomodar, como es el caso de Juan «Manitas» Del Monte, protagonista de la película ‘Emilia Pérez’.
2.
Queridas brujas que vuelan con escobas anticuadas, acabo de ver ‘Emilia Pérez’ por segunda vez, en un viejo cine en México (aprovechando una fugaz estadía laboral) y debo vaticinar que el feminismo va quemando sus últimos cohetes.
En poco tiempo a nadie le importará saber si ante el espejo es hombre o mujer, seremos tan puros como el agua, sin radicalismos. Y los hombres, al mismo tiempo que son viriles, también podrán jugar, seducir y coquetear con su energía femenina, sin ser perseguidos por el Ku Klux Klan o por los homofóbicos castrados por una creencia.
Amores, a mí me moja —literalmente— toparme con un hombre femenino, tierno y súper sensible, cosa que sí me pasó el día que conocí cara a cara a Gustavo Cerati, y pudimos tomarnos un café en Barrio Norte, en Buenos Aires.
Cerati, queridas, era una nena total y con churos.
Y por eso lo amé y me excitaba su persiana americana.
3.
¡Abran los ojos! Emilia Pérez es una bofetada a las mujeres, que nos creemos siempre plenipotenciarias de la ternura.
Los hombres, esos niños aplastados por la maternidad sobreprotectora, por el machismo materno, han debido ocultar a su mujer interior y mantenerla a buen recaudo de la mofa y de sus mismas esposas o vecinas, que no admiten competencia.
Pues las mujeres creemos ser las dueñas del mundo sensible, del drama, de la inocencia y de la ternura.
Pero un momento, Juan «Manitas» Del Monte (Emilia Pérez) prueba lo contrario. Un hombre puede transformar su ser físico para renacer y desbordar su ser interior.
A Manitas le basta con hacerse unos cuantos retoques, vagina, tetas y algo más, y nos demuestra que la feminidad no es exclusiva de nosotras.
Él, ellos, nuestros esposos, papá, el abuelo, nuestros hijos, ese amigo de lentes, podrían dejar de lado su pene y apropiarse de un universo de empatía y sensibilidad que no merece etiqueta, ni tampoco conflictos de índole ideológica.
Chicas, chicos, vivamos todos en paz en la misma cama o mesa. Para qué pelearnos, bombones, si lo que cuenta es esa infinita capacidad de amor y ternura que como seres sensibles tenemos a la hora de desnudarnos o convivir en pareja.
4.
Tarde o temprano vamos a evolucionar la palabra feminismo (que ya no suena a nada) por feminidad, que es suave, bondadosa, generosa, flexible, compasiva, piadosa, una palabra que acaricia y también es propiedad de los varones, de los machos con barba y pene.
‘Emilia Pérez’ es una historia de amistad, de amor, de liberación de esa energía femenina que los hombres ocultan.
Esta película francesa, nominada al Oscar, triunfadora en Cannes, es un canto a esos hombres que se sienten mujeres a pesar de sus circunstancias de violencia conyugal, social o familiar.
Hombres atrapados en un cuerpo, en una familia retrógrada/provinciana o presos en una comunidad que los reprime.
“Los hombres deben ser duros, pagar siempre la cuenta, ser proveedores, no deben llorar, no se visten de rosado, no cocinan, no se quejan, no reclaman sus derechos ni su patrimonio económico luego del divorcio; los hombres bien hombres no deben recibir placer ni caricias en su ano/próstata”, dicho por esa madre universal llamada machismo.
La temática narco que expone la película, tan solo es un pretexto para ahondar en un mundo violento donde deben los hombres abrirse paso y simular un rol de agresividad, jefatura y dureza.
Lo que haya dicho o no dicho el director Jacques Audiard sobre los tacos, los nachos, el guacamole o Latinoamérica, me resbala.
Yo cato una obra de arte dentro de sí misma: ritmo, dramaturgia, dirección de actores y fotografía, sonido, edición.
No sean malitos, si vamos a un museo no vayamos a revisar los clavos, veamos las pinturas.
Lo que está de fondo en ‘Emilia Pérez’ es el derecho que tienen los hombres a operarse —simbólicamente— y sacar a flote a esa mujer que convive en el interior de sus mentes o corazones, en lo muy profundo de su barbas y de sus miedos.
La cinta francesa es un vaticinio del síntoma social que vivimos: estamos en una época en la que el hombre se cansó ya de ser el Superman del hogar. Por eso mismo, se elige como figura protagónica a un narco: el super villano de estos tiempos, cuyo poder y dinero es supremo.
No en vano mujeres como Jess, la esposa del narco, adora su vida de lujos y sufre cuando los pierde.
‘Emilia Pérez’, me encanta porqué la transformación del personaje Manitas en mujer no pasa por las reglas de la militancia radical, ni tampoco es un gesto político o panfletario, en el que caen la mayoría de películas donde alguien muta de género.
5.
Manitas, el duro jefe-narco, asesino y siniestro, saca a flote su feminidad, el deseo de sentirse hembra. La vaginoplastia que lo transforma es un mero punto de giro para entender que ahora dentro de esa mujer llamada Emilia Pérez también convive Manitas, su pasado.
Una genial sugerencia del director francés: los hombres no son un género definido, son una dualidad consuetudinaria. ¡Una fascinante ambigüedad!
Por esta razón dicen que el maldito seductor de Julio Iglesias ‘mataba’ con esa voz de señorita, cuando les susurraba a la oreja a sus fans: ¡vamos a follar!
Y qué decir de la feminidad de Marlon Brando, quien con Marilyn Monroe fueron grandes ‘amiguis’ y también amantes.
Claro que los millennials (y hasta diario Página 12) reclaman panfleto, militancia, sociología tanto en la trama de la cinta, cómo en el cambio de sexo del personaje.
De este modo, obscenamente, quieren convertir a ‘Emilia Pérez’ en un inaudito debate de lechugueras de redes sociales, que piden a gritos que el arte se convierta en vulgar periodismo documental o en una enrevesada tesis sociológica.
Bueno, no me meto con Argentina ni con el populismo. Ya con Milei y con la sombra del Ché tienen suficiente patetismo junto. Algo así como un ravioli aderezado con esquizofrenia.
Atenti, público, la ultra derecha (ignorantona) quiere víctimas y el verdugo se viene con todo.
6.
Evidentemente el público, que también puede pecar de zonzo y paleto, gracias a que ahora puede comentar con las tripas en todo lado, no entiende que no tiene ningún derecho para incidir en el trabajo de un artista, o para modificar la obra expuesta o proyectada.
A lo sumo puede abandonar la sala de cine, y dios quiera que algún comedido —algún día— les explique que ‘Emilia Pérez’ es un discurso de ficción.
A quién se le podría ocurrir, por ejemplo, la osadía de moverle los dedos a John Lennon, mientras está tocando su guitarra.
Eso ocurre lastimosamente, hoy en día, la chusma que malvive en las redes sociales piensa que podría darle cátedra a Caravaggio y hasta exigirle que cambie su paleta de colores.
En hora buena, Roman Polanski ha hecho lo que le ha venido en gana en sus películas y lo mismo David Lynch, el Indio Solari, Dave Mustaine o Saul Bellow.
7.
‘Emilia Pérez’ pasará a la historia, mientras Trump y sus amigos poderosos ensayan fórmulas de control social, sexual, ideológica, y hasta se permiten saludos que nos recuerdan a tiempos fascistas, donde la diferencia era castigada y la migración incinerada.
Quizá la violencia de Hitler pudo deberse a que guardaba un vestido de flores en el ropero o que se incomodó al descubrir una ausencia materna o una precaria autoestima.
Cuando suelo juntarme con mi grupo de amigas, nos divertimos examinando cómo políticos o poderosos de turno, mujeres y hombres, esconden desequilibrios emocionales o un Edipo mal aspectado.
Así donde vemos un hombre tajante, prepotente, podemos adivinar un requiebre emocional que pide a gritos un psicólogo o la teta de mamá.
¿Somos todos candidatos a la estupidez, en un mundo que anuncia nacionalismos y fronteras cerradas?
Atenti que hemos regresado con violencia al Medievo, no será de extrañarse ver migrantes encadenados, libros quemados, idiotas armados de redes sociales disparando un precario castellano, corrupción y ratas hasta en la sopa, dinero sucio arriba y abajo, y los jinetes del Apocalipsis en el horizonte.
¿Qué nos queda?
El arte, pero por favor, chauvinistas, millennials pudorosos, nacionalistas folclóricos, no se metan con él.
Pues si perdemos el arte, lo perdemos todo.
El arte es la libertad de la imaginación, ese espacio donde no hay un solo Dios ni una sola verdad, el dulce infierno donde nuestra condición humana huele mal y el placer de desnudarnos sin vírgenes ni censuras nos pega alas en nuestros cuerpos maltratados por la vulgar existencia.
8.
¿El deseo secreto —muy escondido— de todo hombre es ser una mujer, transformarse en ella, tener vagina y clítoris para sentir esos poderosos orgasmos/squirtings que rompen nuestras caderas y dejan nuestras piernas temblando?
¿El anhelo mojigato de toda mujer —lo más conveniente para nosotras— sería haber nacido hombres, pero millonarios?
Emilia Pérez, una ópera trágica y conyugal, también expone cómo el villano de esta historia es la impresentable Jessi, la mujer del narco, quien se ha venido acomodando en el lujo (sin amor), es infiel (a escondidas), y por último quiere quitarle todo el dinero que puede y llevarse a los hijos.
Para colmo resulta que Manitas, el macho maldito, el demonio, es un excelente padre, es un tierno esposo que demuestra tal grado de empatía con su familia que estuvo dispuesto a operarse, a alejarse para protegerlos, y morir por sus hijos y su ex esposa.
Cuando Jessi, la ex esposa, sale con un ‘padrote’ a gastar cuerpo y dinero, Manitas con sutileza y diplomacia de amiga ruega: “por favor ten un poquito más de cuidado con los niños, no salgas todas las noches, ven un poquito más temprano. Yo sé que te encanta estar ‘chingando’ con tu amante, pero piensa en los niños, ellos te estaban esperando”.
Escena capital que deja a ese tipo de irresponsable, frívola y calculadora mujer muy mal parada.
Hacia el final de la película, queda la pregunta: ¿las mujeres solo se quedan en un mal matrimonio por el dinero?
Pero lo que sí es evidente es que el narco llamado Manitas, puede ser mejor madre que la propia madre, mejor mujer que la propia mujer, mejor amiga que la propia amiga, y más tierna que una mujer con ovarios naturales.
Entonces, mis amigos y amigas, para qué pelear tanto y echar tanto odio gratuito a una película que lo único que demuestra es que los hombres malos también pueden esconder en su interior a una hermosa y tierna mujer.
XY, los hombres. XX, las mujeres.
Vaya doblez de los varones, vaya fortuna de ser dos seres en uno. Bestias bicéfalas con un falo poderoso y un corazón de princesa shakesperiana.
No hay que ir más lejos, mi amante Paco, un español de un metro cincuenta que huele a pino y bourbon, barba de pirata, pelo en el pecho y diente de oro, amaba que le acaricie el ano en nuestros ardientes veranos en Ibiza, solo así alcanzaba un orgasmo redondo, con fuegos artificiales en su próstata.
*La señorita Kenton es una sencilla ama de llaves, muy responsable y trabajadora, que brindó sus buenos oficios en la mansión Darlington, en Inglaterra, hasta cuando cumplió 50 años. Ahora reside en la ciudad de Nueva York y conoció de cerca el barrio La Floresta de Quito, en un invierno muy lejano y un paseo muy breve. Ochoymedio da la bienvenida a su pluma y augura que sus columnas no sean esporádicas y que nos deleite con su buen gusto.
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