Por Lizardo Herrera, especial para Kilómetro Ochoymedio.
Más allá del mall (2010) película de Miguel Alvear cuenta la historia de un director de cine frustrado ante el fracaso taquillero de su primera película Blak Mama (2009). Para contar su historia, este director quiteño trastoca una idea original que supuestamente iba a filmar -idea que nos seguirá siendo desconocida- y decide convertirse él mismo en el protagonista de la historia. Cuando se encuentra con Andrés Crespo, actor guayaquileño, le comunica este inesperado cambio de planes dándole nuevas indicaciones para el rodaje. Crespo lo primero que hace es extrañarse, luego le pide la cámara y le cuestiona sin tapujos para qué quiere hacer más películas después de su fracaso inicial. Es un despropósito al que Alvear no halla respuesta.
Crespo asume el rol de Miguel, un guayaquileño interpretando un quiteño con todo lo que ello implica en el Ecuador, es decir, una imagen distorsionada del director, mediante la cual este último abandona su yo metiéndose en las carnes de un personaje ficticio que necesariamente lo desfigura. Con la intención de entender su fracaso, Miguel va a las salas de cine en los malls en las cuales las películas nacionales brillan por ausencia; luego a la Cinemateca Nacional en donde los archivos fílmicos ecuatorianos reposan congelados en una bóveda climatizada -la mayoría de ellos han sido aún menos vistos que Blak Mama-; por último, habla con unos críticos de cine incapaces de definir su objeto de estudio. En su desengaño, Miguel -por accidente- ve una posible respuesta. Se topa con un cine eminentemente popular (del que se dice que hay más de un millón de copias vendidas) mucho más conocido o consumido que cualquiera de los llamados clásicos o las películas más taquilleras en el Ecuador, pero completamente ignorado por las salas del cine comercial y la academia.
Soy consciente de que en este resumen dejo de lado importantes elementos de la historia, pero mi intención es enfocarme en Miguel, ese personaje travestido, y analizar el gesto del director al confiar su persona al actor Andrés Crespo. Esta acción implica un dejar de ser, un abandonarse a un ejercicio reflexivo y creativo mediante el cual Alvear inicia un viaje para reconstruirse a sí mismo a través de una imagen especular insolente que de entrada le lanza a la cara la futilidad de su esfuerzo como cineasta. No pretendo, sin embargo, adentrarme en las enseñanzas lacanianas del espejo o del ego ni hacer un análisis detallado de la película, sino que mi propósito es más sencillo: trato únicamente de comprender cómo esta copia traidora de Miguel es una vía muy sugerente para el estudio del cine y las artes en el Ecuador actual.
Si consideramos que la relación entre el arte y la política siempre ha sido difícil de comprender y en la cual podemos afirmar que el arte mismo es una política, la primera pregunta sería ¿cuál es la política del Alvear en Más allá del mall? Su cine se propone como un cine de autor que paradójicamente no duda en traicionarse a sí mismo confiándose a alguien que lo cuestiona y no tiene la más mínima intención de entenderlo o, pero aún, protegerlo. El cine de autor, el espacio natural de Alvear, no le ofrece las respuestas que ansía Miguel, más bien lo hunden en el aislamiento; mientras que los criterios del cine comercial le significaron graves pérdidas económicas con Blak Mama.
En su decepción, este personaje emprende un viaje a la costa ecuatoriana, geografía ignorada en su primer largometraje. Allí se topa con la vitalidad de un cine suburbano con unos niveles de audiencia que Miguel envidia, pero que es invisible a los ojos de los críticos o de los gerentes de los malls. Este Miguel guayaquileñizado quizás es una forma de expiación del director de Blak Mama, pero no una de tipo paralizante o culposa, sino una que sale de su zona de confort para contaminarse con el trabajo de unos cineastas autodidactas de origen costeño y que ven o producen cine desde criterios completamente diferentes a los suyos. Miguel, sin caer en el paternalismo, decide contar las experiencias de estos directores famosos en los ojos de la mayoría de ecuatorianos, va en busca de puentes que logren salvar la incomunicación entre el cine culto y uno de carácter artesanal o popular que supere la lógica comercial que prima en el mall.
En una época en que los estudios culturales, subalternos, poscoloniales o de género, por nombrar unos pocos, se preocupan por hacer visibles los rostros de quienes han sido invisibilizados además de analizar las agencias subalternas, Alvear, al contrario, se da cuenta de que los supuestos olvidados en este caso tienen mucho más renombre que él siendo, en esta ocasión, Miguel el verdadero invisible. Mas allá del mall traza un mapa más preciso del cine ecuatoriano en el que aparecen los nombres y las formas de dirigir de los directores ecuatorianos más vistos en el país. Dicho de otra manera, Alvear no se acomoda con a las reglas del canon tampoco obedece a las normas de las corrientes académicas o comerciales de actualidad ni se somete a los dictados de un activismo social en el arte. El travesti Miguel, por el contrario, se despoja de su yo y de sus certezas como cineasta, parte de un desengaño consigo mismo con el propósito de buscar nuevas maneras de interpretar el mundo del cine y abrir así los horizontes de la creación artística en el Ecuador.
Esta rebeldía o voluntad de no adscribirse a un programa rígido da al proyecto fílmico de Alvear ciertas características importantes. Más allá del mall no sigue un relato histórico tradicional, tampoco cae en la nostalgia a pesar de su desencanto inicial ni tiene un tono trágico. El filme, por el contrario, es alegre y juega constantemente con las formas. Los directores entrevistados tampoco son individuos que posan para las típicas entrevistas en los medios de comunicación ni dan testimonios aburridos sobre su trabajo. Alvear no se satisface con informarnos de la existencia de lo que llama un cine artesanal, sino que realiza una puesta en escena que convierte a estos cineastas en actores y los pone actuar sus historias personales en los propios contextos de su creación artística. Cada director se transforma en un personaje, o sea, en un nuevo travesti que nos muestra formas de vivir y hacer cine muy diferentes a la producción del cine culto o de los grandes estudios. Esta cadena de travestis lejos de ser folclorización de los sujetos o una mirada paternalista, es fruto de un espíritu crítico-creativo en busca de nuevos lenguajes. Un espíritu juguetón que aunque se manosea a sí mismo y también al resto de los personajes, nunca los irrespeta, más bien los invita a participar en proyecto común que vaya más allá de lo establecido.
Me gustaría contrastar Más allá del mall con una obra de teatro que pude mirar recientemente y que reconstruye el día a día en un barrio marginal de algún lugar sin nombre en América Latina. Esta obra presenta la vida difícil y problemática de los olvidados o marginados. El escenario es muy pobre no sólo porque tiene pocos objetos, sino porque intenta mimetizarse con un mundo sórdido, lleno de conflictos. El activismo político y el arte, de este modo, confluyen pero lo hacen de una forma en la que ambos se obstruyen mutuamente. Por un lado, se recurre a tópicos y estereotipos de una vida supuestamente miserable o disfuncional; por otro, la política ha dejado de sentir afecto por los personas por quienes dice trabajar, es un discurso completamente desamorado de sus personajes. Se trata de un matrimonio degenerado que impide buscar nuevas formas de expresión o de organización política que escapen de esquemas simplones y preconcebidos.
Miguel, por el contrario, es la imagen de una política enamorada de su proyecto y de sus personajes. Alvear retuerce las certezas, desconfía de ellas, se niega a ser paternalista; su meta es encontrar un tono que le permita ir más allá de los criterios comerciales vigentes o de sí mismo como autor y nada mejor para democratizar las apariencias que la figura de los travestis transgresores. El travesti, en este caso, no miserabiliza a nadie, sino es una puesta en escena en la que todos participan, se divierten y experimentan con las formas, esto es, todos se deleitan en la transgresión generando nueva posibilidades de crítica y, sobre todo, mayores niveles de intensidad en la experiencia cinematográfica. La propuesta artística de Alvear, de este modo, no es una propuesta nihilista que se sacia en la crítica ni en el academicismo ni en mostrar las contradicciones o puntos débiles de sus personajes, por el contrario, se decanta por el juego festivo de la creación. Más allá del mall muestra las condiciones materiales de un cine artesanal-popular, cuyo éxito escapa a los dictados del marketing actual. En otras palabras, el juego constante de Alvear les obliga a las formas y a sus travestis a decir cosas desde puntos de vista diferentes. No tiene miedo a transgredir los dogmas ni se limita a destruir lo expresado, busca otros espacios de expresión que le permitan hablar con libertad. Su manoseo de las formas y las circunstancias, por tanto, no es destructivo ni irónico, sino completamente festivo y constructivo.
En un tiempo en que la política cultural intenta visibilizar a los invisibilizados, me parece importante tener siempre abiertas las ventanas de la crítica y de la creación. El arte, en este caso, puede ayudar a determinados proyectos políticos, por qué no, pero no puede seguir directrices teóricas que lo encierren y le limiten sus capacidades de expresión. La política esquemática le hace un pobre servicio al arte y el arte que se deja llevar por ella también arruina la política. Un arte prefabricado es el inicio de un discurso desamorado que con tal de denunciar las injusticias o dar voz quienes supuestamente no las tienen, es capaz de maltratar cruelmente a sus personajes desempoderándolos aún más. Miguel como travesti sirve como una campana para avisarnos de que la creación sigue caminos impredecibles y que el acto de restringir las formas de expresión a la larga es una política de empobrecimiento no sólo cultural, sino también social.
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*Lizardo Herrera es Profesor Asistente en Whittier College. Ha publicado artículos en revistas como Revista Iberoamericana, Chasqui, Cultural Studies Review, entre otras. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Pittsburgh con la disertación Ética, utopía e intoxicación en Rodrigo D. No futuro y La vendedora de rosas.