Por Patricio Burbano
Sicarios manabitas aborda el cine de género con total desenfado y toma distancia de la tediosa filmografía ecuatoriana formal.
“No es Creonte tu perdición, tu perdición eres tú mismo” Sófocles, Edipo Rey.
Como espectador de una cinematografía caracterizada por la falta de riesgos temáticos y estéticos, como lo es la ecuatoriana, resulta tremendamente gratificante ver una película de muy limitado presupuesto, que sin ningún tipo de pretensiones aborda el cine de género con total desenfado. Y va más allá todavía, porque incluso se permite jugar a nivel de la historia con la simplicidad de las tragedias griegas. No es casual que los nombres de varios de los personajes hagan alusión a héroes clásicos del país helénico: Agamenón, Lisandro, Homero, etc. Al mismo tiempo, varias características de los relatos griegos aparecen: El padre como soberano, la muerte del hijo, el tema del incesto, la locura, el suicidio, etc. Agamenón Menéndez es un terrateniente manabita que vive en su hacienda “La Gloria” con su joven esposa y sus hijas. Pero cuando su ahijado Lisandro, asesina a su único hijo en un enfrentamiento, la venganza del patriarca será terrible. En una región donde, a la manera de los viejos westerns, matar es cosa de todos los días, Agamenón decide contratar a tres de los mejores sicarios disponibles. Tres natural born killers que –en sus propias palabras– “matarían al mismo Dios por dinero”: Daniel, Damián y Gonzalo, que bajo la supervisión de Santana, el capataz de la hacienda (también sicario), se encargarán de llevar a cabo un plan de venganza no solo contra Lisandro, sino también contra toda su familia.
Una vez que Agamenón les paga a los sicarios, y los invita a quedarse en su hacienda como invitados, varios habitantes del pueblo empiezan a morir. Ante la ola de crímenes que se producen, el gobernador de la región decide enviar a un policía infiltrado para que se haga pasar por un estudiante universitario que pueda vigilar de cerca lo que pasa en la región. Sin embargo, el capataz Santana sospechará desde el principio del infiltrado y después de comprobar que se trataba de un oficial encubierto, no le temblará el pulso para matarlo. Uno a uno los miembros de la familia de Lisandro son asesinados a manos de los sicarios, que por orden de Agamenón lo dejan al último.
Cuando José María, padre del muchacho, averigua que la razón por la que su hijo asesinó a Pancho, hijo de Agamenón, fue porque amaba secretamente a su hermana Helena y Pancho (pretendiente de Helena) estaba en su camino. Al enterarse del secreto de su hijo, José María se suicida en presencia de su hijo, y al saber este que todo lo que ha pasado ha sido culpa suya también se suicida. Y Helena, que lo presencia todo, enloquece. Cuando la misión de los sicarios está cumplida, volverán donde Agamenón para reclamar el resto de su paga, sin saber que el destino que les espera a ellos también es terrible.
Esta película tiene muchos de los sellos característicos del western: el papel de los hombres predomina por sobre el de las mujeres, que son simples presencias narrativas, la masculinidad de los personajes está exacerbada y se potencia a través de las armas que llevan, símbolos de su masculinidad que son casi prolongaciones de sus cuerpos. Pero también hay varios elementos del thriller: el tema de la venganza, la traición, el engaño, la violencia, etcétera.
Es importante ver Sicarios Manabitas como lo que es: una película de género hecha con muy bajo presupuesto. Pero también vale la pena verla para tomar un poco de distancia del tedio que significan la mayoría de producciones nacionales.

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