Mariana Andrade, sobre la reciente rendición de cuentas de Paco Velasco.
Recuerdo claramente el cartel que decía “Cien días para la cultura”, colgado en ciudad Alfaro, en Montecristi, en julio 2009, cuando el ministro de cultura de ese entonces, Ramiro Noriega, convocó a un congreso a los gestores culturales. Se nos reunía para aportar en la reflexión sobre una Ley Orgánica que regularía y señalaría las rutas para la creación, circulación y consumo de bienes culturales. Cien días para pensar y escribir la renovación de la política cultural ecuatoriana, más allá del folklorismo y el nacionalismo de la “inteligentzia” de los 60 y 70 (etiqueta impuesta por García Canclini) que pervive y que considera a la cultura como un reducto de una sociedad museable.
Anterior a este último encuentro, se realizaron asambleas provinciales, encuentros regionales y congresos de las diferentes artes. Todos los gestores culturales del país llegamos con documentos, con resultados de cada congreso previo, con contradicciones para debatir, consensuar y negociar las diferentes formas de participación a la cual todos creíamos tener derecho. Grandes demandas del sector cultural exigían respuestas claras, confiados en que la Ley recogería, finalmente, sus aspiraciones. Desde ese encuentro han pasado más de cinco años y seguimos esperando respuestas.
El martes pasado, se llevó a cabo la ‘rendición de cuentas’ del actual ministro de Cultura, Paco Velasco, en el Palacio de la Circasiana. La ministra anterior, Erika Silva, hizo la suya en la Capilla del Hombre. En ambas ocasiones, lo ‘cultural’ de la ocasión se recalcó recibiendo a los asistentes con pétalos de rosas en el piso, zanqueros embanderados e impetuosos bailarines de folclore en trajes típicos. Al contrario del congreso de Ciudad Alfaro en 2009, en el que los artistas y gestores éramos mayoría, el salón estuvo colmado de funcionarios. Los pocos que asistimos a la rendición nos sentimos privilegiados. Al fin y a cabo, la plana mayor del ministerio parecía que nos hablaba a nosotros.
Un fallo en el audio, al inicio, crispó los nervios del ministro. El aire se cortaba con un cuchillo. Los otrora afanosos burócratas intercambiaban miradas angustiadas, mientras los técnicos levantaban cables y oprimían botones. Superado el inconveniente,  se desplegó en la pantalla una infinita secuencia de cifras, datos, cuadros y plantillas, dejando en claro que ese sería el lenguaje escogido para la ocasión. El ministro Velasco empezó por aclarar, como lo hace siempre que tiene ocasión, que la labor de la cultura, siendo importante para este gobierno, no es prioritaria frente a temas más urgentes como la salud o la mortalidad infantil. Una mayor inversión en cultura deberá esperar hasta que se construya la Refinería del Pacífico, se convierta en gasolina el petróleo del Yasuní,  y el dinero fluya a borbotones.
Hasta que ello suceda, las cifras serán similares a las de 2013:  430 intervenciones arquitectónicas en edificaciones patrimoniales; 1.7 millones de dólares en arte y creatividad; 44 festivales de música, literatura, teatro, pintura y danza; 211 pasajes de artistas al exterior para promover sus obras; 3 ferias literarias; 41 proyectos artísticos, etc., etc., etc. Así siguieron bailando las cifras y las tablas animadas, en un súper Power Point,  sobre las pantallas. La edificación del “cien por ciento” de la Universidad de las Artes, se guardó para el final, como plato fuerte, dejando no obstante a más de uno preguntándose cómo funcionará y quien o quienes estarán a cargo de su dirección docente.
Cuando por fin se apagó el proyector, se inició una dinámica distinta, algo que podría pensarse como una rendición de cuentas más humana, -y más sencilla-: un diálogo entre un funcionario y ciudadanos interesados. Los pocos gestores y artistas que estuvimos preguntamos e interpelamos al ministro. La lentitud en la aprobación de la nueva Ley de Cultura, los obstáculos burocráticos (entre ellos, las altísimas garantías que se nos exigen) fueron algunos de los cuestionamientos. Frente a ellos vimos a un Velasco a ratos paciente, a ratos exasperado, a ratos “agradecido por las críticas”, que pasó de las promesas “a título personal” a los reproches y a la llamada al podio a sus subalternos para que le informen en vivo y en directo de cada tema.  Lamentablemente, las respuestas de cajón como “hay que esperar a que lleguen recursos por la nueva refinería” o, “la prioridad es la salud”, se quedaron cortas ante lo que se puede esperar como respuestas de un ministro de la Cultura, con mayúscula.  Insuficiente resultó escucharle hablar de la inversión en cámaras de seguridad y de los trabajos para salvar de la inundación a un museo, en lugar de aclarar cuál es en ese campo, la política del ministerio a mediano y largo plazo. Corta quedó la respuesta a la falta de gestores en un acto por esencia ciudadano, como una rendición de cuentas cuando lo explicó de esta manera : “Es como el chiste. Nadie los ha invitado, pero nadie les ha dicho que no vengan”.
El primer paso para hacer la gestión conjunta que pide el ministro es tender puentes. Se trata de que los actores de la cultura –beneficiados o no por los fondos públicos- ocupen las sillas que ese día acomodaron a tantos funcionarios. Si no asisten, no critican, no preguntan, no aportan, poco tendrán que decir después de la gestión ministerial. Esta ausencia revela que desde el sector tampoco hemos construido un verdadero debate o diálogo sobre las políticas públicas. Un debate que supere la relación contractual que a veces mantenemos con el Estado, o la crítica pueril. Para un país como el nuestro, donde la gestión cultural independiente no puede darse de manera sostenida, resultaría fundamental que existan procesos de consulta y diálogo a través de los cuales las instituciones culturales alimenten su gestión desde la participación y no unilateralmente desde el piso 7 de la Avenida Colón y Juan León Mera.
 Esa tarde de julio de 2009, una niebla espesa envolvía Ciudad Alfaro, esa nube que baja del cerro y que cubre las casas donde creció el viejo liberal. Las palabras recientes del presidente Correa resuenan en mi mente: “la cultura no tiene techo presupuestario, la cultura no tendrá techo presupuestario”… pero acabo de escuchar lo contrario de su ministro.  Sigo esperando que esa niebla se disipe y que vislumbremos un panorama diáfano. Sin embargo, la sensación que prima luego de esta rendición de cuentas, es que quienes participamos activamente en el fomento de la cultura en Ecuador, estamos lejos de tener un rostro visible ante una ley que ni siquiera sabemos cuando será discutida, porque el Estado tiene ‘otras prioridades’.
En medio de esta niebla pienso que quizás sea mejor dejar de esperar que el Estado camine a nuestro ritmo, y que volvamos a depender de nuestras propias fuerzas, nuestras alianzas, en la intimidad de nuestros aciertos y errores.

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