Hay, innegablemente, un intento colectivo de marcar nuevas pautas de organización económica, política, social y cultural en el Ecuador. Con errores y aciertos, con acciones consensuadas y otras casi impuestas, allí estamos todos, desde los diferentes ámbitos de la sociedad civil, desde nuestros frentes de acción personal y profesional, interactuando y/o relacionándonos con estas nuevas estructuras del Estado. Aparecen nuevos líderes, nuevos profesionales, que asumen la dirección de procesos, de ministerios, de organizaciones; gente versada en la materia –aunque en muchos casos es la primera vez que asumen cargos públicos–, gente con conocimiento de causa, profesionales de alto rango, e inevitablemente, personas con desconocimiento y falta de experticia en el manejo de la telaraña burocrática enquistada en estas estructuras. Por eso, muchas veces, estos nuevos líderes tienen tiempos muy cortos en la función pública. Son tan fugaces que ni siquiera es posible evaluar su paso. Casi sin darnos cuenta, ya hay otro funcionario al frente de la misma estructura, tratando de empezar nuevamente. Borrón y cuenta nueva.
En este juego cambiante de liderazgos, lo que permanece estructuralmente inamovible e intocable es el entramado burocrático de los que no llegan ni a mandos medios, los mismos que –para decir algo positivo– dan continuidad a los proyectos iniciados. Una burocracia que se adapta y se pone inmediatamente al servicio del director o ministro de turno, con una sonrisa siempre complaciente y amable para ganarse la confianza, la simpatía, pero sobre todo para garantizar su puesto de trabajo. El objetivo de estas personas es jubilarse en el cargo, tener una trayectoria en la carrera administrativa, de modo que nunca amerita correr ningún riesgo que vaya a llevar al traste las décadas de servicio y las prebendas laborables alcanzadas con los años, porque la meta es jubilarse en el cargo.
Son estos “aspirantes a mandos medios”, los que tienen el control de la estructura, los que tienen el poder real, no importa quién sea el Director Técnico, el Ministro o el Presidente. Es ahí cuando el discurso del “cambio” se diluye, se reduce a un cambio de direcciones efímeras, mientras las estructuras internas ya obsoletas con los años, siguen incólumes, con procedimientos y vicios administrativos que sobreviven a cualquier tsunami revolucionario. Entonces de que “cambio hablamos”… de cambios de mando para mantener el perfil político?, o realmente estamos interesados en cambios estructurales?.
Necesitamos Ministros, Subsecretarios, Directores, Gerentes que permanezcan en sus cargos tiempos suficientes para tomar las riendas, pero sobre todo para reorganizar el aparato burocrático interno como única posibilidad de avanzar en los cambios propuestos
¿Alguna vez en la institución “cultural”, alguien tuvo más poder que el portero del teatro que no llegó a abrir las puertas o el proyeccionista que no llegó a su turno para prender el proyector, o el analista financiero que revisa los informes y pone en duda todo el material presentado porque siempre seremos sospechosos y culpables de actos dolosos en el proyecto cultural ejecutado? Tienen el poder y lo saben, lo manejan, lo ejecutan, lo disfrutan. No soportan ver lo nuevo, lo que trasciende, lo que se sale de la norma de su reducido espacio, y luego estigmatizar a los gestores por el simple hecho de haber logrado la diferencia
Ellos, como los gestores, como los artistas y como los líderes en mandos medios y superiores, son indispensables en todos los procesos. Pero si bien muchos son profesionales en sus ramas, los años de encierro en el cargo, la falta de capacitación interna o experiencias desafiantes, ha ido minando su capacidad de avance, de autocrítica y de adaptación a los cambios. Mientras su único objetivo sea mantenerse en el juego de poder interno para perpetuarse en sus cargos, estamos caminando en círculos, en una espiral a la inversa, en una sacralización de la mediocridad.
La cultura es en sí misma transgresora, pero esto no quiere decir que la administración de la cultura deba ser anárquica o anticuada. Nosotros valoramos los procesos administrativos, registros, estadísticas, porque creemos en la organización, la planificación y la transparencia. Pero mientras no se refresquen estas estructuras con gente nueva e innovadora, mientras los cargos no sean ganados por méritos profesionales si no por antigüedad, (en el mejor de los casos), estamos limitando cualquier posibilidad de cambio. Habría que volver a pensar a fondo los procesos y luego lograr tener una burocracia al servicio de la eficiencia
Solo la pasión y la tenacidad nos llevan a volar mas allá de los sueños y este es el gran valor de los gestores culturales y sus proyectos. Este es el gran desafío que enfrentamos día a día, tratando de encontrar un espacio de acción y creación en nuestro país, donde se han dibujado las puertas pero aún no se han habilitado las entradas.

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