En este espacio, los estudiantes de cine y periodismo de UDLA ofrecen su perspectiva sobre su futuro oficio, y otros temas de su interés.
Por: Bernarda García
Después de vivir casi un año en pandemia no hace falta introducir la situación actual como algo novedoso. Es parte de nuestro día a día el salir con mascarilla y gel antibacterial o con un chisguete de alcohol como mínimo. Esta enfermedad nos ha puesto la zancadilla a todas y a todos, y por más que queramos, es una realidad que se va a quedar por largo rato. Sin embargo, el prospecto de larga duración de este evento nos ha apremiado a tragarnos el mal rato y recurrir a la creatividad para encontrar nuevos estilos de vida que nos permitan continuar con nuestras distintas actividades dentro de esta nueva realidad.
En estos tiempos, el oficio del cine se ha transformado. No necesariamente por los nuevos protocolos de bioseguridad en el trabajo, sino por la directa relación del oficio con nuestras vidas personales. El vínculo emocional que tenemos con el cine es innegable, es el medio de expresión que elegimos para transmitir nuestras ideas y experiencias, sin embargo, hay que tener en claro que ahora el salir a rodar y a encontrar nuestras historias se mezcla, no solo con nuestras vidas, sino con las vidas de quienes nos rodean. Por esto, nos es imperativo generar espacios de cooperación aún más empáticos, no porque nos lo exige nuestro protocolo de trabajo, sino porque somos conscientes de la fragilidad de nuestra realidad actual.
En este último año muchas cosas se han añadido al constante flujo de incertidumbres que puede tener un rodaje. De la noche a la mañana nos enfrentamos al miedo paralizador del contagio, nuestros planes de financiamiento se fueron alocando de a poco, y muchas veces sacaron patitas y desaparecieron, dejándonos sin saber cómo realizar nuestros proyectos e imperándonos a buscar nuevas formas para sacarlos adelante, o dándonos la opción de encontrar nuevas ideas que puedan ser realizables en nuestras circunstancias. Ahora que podemos rodar (fuera de nuestras casas, a diferencia del inicio de la cuarentena) tenemos que buscar nuevas costumbres para seguir haciendo lo que nos llena. Es evidente que la pandemia nos ha puesto el pie, y no solo en el cine, sin embargo, me parece importante reconocer que una de las bases más importantes del oficio se mantiene erguida: la importancia de encontrar soluciones. El rodaje siempre ha sido un lugar de soluciones. No importa cuánto se planifique, en los rodajes siempre surgen cosas que hay que resolver, y la pandemia no es una excepción.
De cierta forma, rodar es como viajar. Te pasas preparándolo todo, esperando (algunos de nosotros con ansiedad y no de la buena) hasta que llega el día de inicio. Dependiendo del rodaje, el “día” puede empezar en medio de la noche o con el sol en la mitad del cielo. Tienes tus maletas al lado de la puerta para no olvidarte de llevarlas. Todo está listo y una mezcla de nervios y emoción se juntan en un torbellino de mariposas en el estómago. Antes de salir vuelves a repasar las cosas, quizá dos o tres veces, para no olvidar nada. Revisas minuciosamente el equipo personal, si como yo, sueles ser parte del departamento de arte, revisas todas las herramientas e insumos y vuelves a pensar en todas las probabilidades del rodaje y los inconvenientes que puedan suceder. Revisas también tu ropa, pensada para todos los climas posibles que se presenten durante el día, los artículos de uso personal, y un poco de dinero, en caso de tener una tienda cerca de la locación. Todavía no has terminado. Lo que falta es revisar el último añadido de temporada: la maleta pandémica donde llevas tus artículos de bioseguridad: kit de limpieza personal y toalla propia, pañuelos desechables, un paquete de mascarillas, zapatones quirúrgicos, visor, dispensador de alcohol, alcohol para rellenar el dispensador, una camiseta extra y un set de cubiertos. Dentro de esta maleta, sin embargo, también se mete algo relativamente nuevo: el miedo.
Grabar y el miedo al contagio son dos cosas que ahora van de la mano. Quizá no el miedo al contagio personal, pero definitivamente el miedo a llevar la enfermedad a nuestros círculos íntimos, a las personas más frágiles y vulnerables de nuestras comunidades. En esta realidad, la importancia de enfrentarse a este miedo es uno de los desafíos emocionales más grandes que hay que trabajar antes de llegar al set de filmación. Entender cómo manejar nuestra emocionalidad (en relación a la pandemia) para poder seguir haciendo lo que amamos, sin perder el norte, es uno de los primeros pasos que hay que tomar antes de siquiera salir de casa. La ilusión de rodar y crear es más fuerte que el miedo, y éste último puede ser canalizado en una herramienta para cuidar del resto.
Sin embargo, a pesar del miedo y la realidad incierta, es curioso e interesante salir a grabar en estos tiempos de adaptación imperativa. Muchas cosas han cambiado o evolucionado porque la naturaleza del cine y el rodaje lo facilitan. Un claro ejemplo es la implementación de los protocolos de bioseguridad. El cine, desde mucho antes de la pandemia, se maneja mediante protocolos claros que permiten un trabajo fluido durante el rodaje, por lo que la añadidura de las nuevas cláusulas del protocolo de bioseguridad no interrumpe la lógica del trabajo, más bien actualizan el oficio a las necesidades del momento.
Estos protocolos, obviamente, han generado un impacto en la forma de relacionarse, no solo con el trabajo, sino también con todo el equipo técnico y creativo que está en el rodaje. Ahora las cosas tienen que ser manejadas aún más sesudamente, pensando en todas las implicaciones que una sola acción irresponsable puede causar, re-pensando nuestros protocolos personales y observando los protocolos personales de quienes nos rodean, sobre todo de las personas más vulnerables. Un punto que considero extremadamente importante de estas conversaciones es el hablar con las actrices y actores del tema para construir un ambiente donde las incomodidades o miedos sean escuchados, tomando en cuenta que son el grupo de trabajo que más se expone al contagio, por el simple hecho de que actúan sin mascarilla.
Durante estas conversaciones, aparte de establecer protocolos internos claros, es interesante escuchar como el trabajo actoral vuelve, de una extraña forma a los orígenes del oficio de la actuación. Las mascarillas se convierten en un desafío actoral, sobre todo durante los ensayos, puesto que deja únicamente los ojos como puente de comunicación entre interpretaciones, instando el desarrollo de habilidades perceptivas aún más afinadas para poder reaccionar a lo que los compañeros de escena quieren comunicar, tal y como lo harían en el teatro de máscaras. Sin embargo, a diferencia del teatro de máscaras, después de los ensayos llega el momento más temido: quitarse la mascarilla. En este contexto pandémico, el trabajo actoral se ha convertido en un momento de vulnerabilidad más real, donde el quitarse la mascarilla es un proceso de exponerse, desnudarse, y el resto del equipo debemos generar un ambiente lo suficientemente seguro, tanto emocional como biológicamente, donde se pueda dejar el miedo a un lado para poder entregarse a la escena.
El caso de las actrices y actores es el ejemplo más extremo del rodaje, sin embargo, nos muestra (una vez más) la importancia de los ambientes de trabajo predispuestos a la comunicación para poder hablar abiertamente de nuestras preocupaciones, miedos o incomodidades, tanto en relación a la pandemia como en relación a otros temas igual de importantes. Nuestra realidad ha dado un giro importante y nos insta a buscar en nuestras viejas costumbres para encontrar cuales de ellas funcionan y cuáles no, para poder actualizarnos personalmente y así aportar a la actualización comunal. Unir estas costumbres a las nuevas rutinas que hemos generado durante este año será la forma de enfrentar lo que se nos viene, además nos demuestra que el ser flexible y abierto al cambio es una habilidad (personal y del oficio) que nos permite existir y salir a delante a pesar de nuestras distintas circunstancias.