Por: Juan Manuel Granja
Una de las formas más rentables de hacer trampa en el cine es y será el remake. Aunque de por sí no sea un insulto a la inteligencia o a la tolerancia del público frente a tanto copy/paste (Star Wars y Taxi Driver pueden leerse como brillantes remakes –en realidad, reinvenciones– de un mismo clásico: Centauros del desierto); hoy el cine taquillero se parece más que nunca a una aparatosa y voraz máquina recicladora. Vivimos la era de la versión de la versión, de las secuelas y precuelas, de las segundas, terceras y cuartas partes, del ad infinitum digital. Esto hace posible que sepamos del asunto de una película, o al menos de sus personajes, sin siquiera haber sido topados por un segundo de publicidad. (Algo muy útil para la promoción en una época de públicos fragmentados que pueden llegar a vivir en su propia burbuja online de entretenimiento personalizado). 2014, por ejemplo, fue un gran año; pero un gran año para ser visitados por las superestrellas de la ficción de ayer y anteayer. Drácula volvió de las sombras para contarnos “la leyenda jamás contada”; Frankenstein se levantó de nuevo para decir: Yo, Frankenstein; Hércules volvió a vencer al león de Nemea pero con los músculos de La Roca y hasta las adolescentes, mutantes e insufribles Tortugas Ninja se atiborraron una vez más de pizza.
Sin embargo, el verdadero queso de esta ratonera –de este global entrampamiento de remakes–, son los superhéroes.
Cada vez más superhéroes de los cómics son remozados –tuneados sería una palabra más precisa– a la alta definición, al sonido digital, al 3D. El cine tridimensional –invención de la primera mitad del siglo XX– es hoy reutilizado con el mismo fin para el cual fue difundido en los años 50’: arrancar a la gente de sus sofás y dar combate a la TV, a una nueva TV: la caja boba convertida en caja smart. Los niños por supuesto aún juegan despreocupados, como hacen desde el siglo pasado, a volar como Superman y caer sobre colchones, a trepar paredes como Spiderman o a derrotar payasos perversos como Batman. Pero en la sala de cine del siglo XXI –un siglo que no ha llevado ninguna nueva bandera a la luna–, el estreno de una película como Los 4 fantásticos, otra versión de un cómic de los años 60’ que ya se había versionado en 2005 y otra vez en 2007 (nada asombroso: Hulk se estrenó en 2003 y también tuvo otra versión en 2008); tal vez sea una señal más de que vivimos en un futuro digital obsesionado no solo con el pasado analógico (como también sucede en el ámbito de la música) sino con la fórmula del reciclaje. Una fórmula que, como hemos visto y revisto, recicla incluso productos del pasado inmediato. El eterno retorno del remake.
¿Cine esquizoide?
Si nos atenemos a la filmografía de Josh Trank –director de Los 4 fantásticos– podría parecer que estamos ante un cineasta esquizoide. Aunque no se trate de la peor película del mundo, nunca sabremos lo que pudo haber logrado Trank si los estudios le hubieran otorgado una mayor libertad. El propio cineasta publicó en Twitter un intento de justificación: “Hace un año tenía una versión fantástica de esto. Hubiera recibido estupendas reseñas. Probablemente nunca la verán. Y esa es la realidad”. Que los grandes presupuestos condicionen desde el primer día de preproducción las expectativas respecto a una película y, por lo tanto, arruinen la posibilidad de un riesgo creativo saludable es el popcorn nuestro de cada día. La paradoja es que esta nueva versión del cuarteto de superhéroes (que curiosamente esta vez se reescribe como Fant4stic: la misma cosa presentada de forma distinta) haya sido dirigida justamente por alguien que ya abrió, como director y guionista, posibilidades distintas para pensar el cine de superhéroes en su excelente ópera prima: Chronicle.
En Chronicle, un grupo de jóvenes adquiere poderes especiales –telequinesis, fuerza descomunal y capacidad para volar– al exponerse a lo que parece ser un cristal misterioso cuya procedencia o características sobrenaturales nunca son explicadas (todo un acierto en medio de estrenos que se desviven por las explicaciones). El prefijo “súper” jamás es pronunciado en este filme de 2012 que, más que como una película de superhéroes, opera como una película de terror: los poderes en el fondo funcionan para crear tensión y celos entre los muchachos. No existe aquí el heroísmo y peor el patriotismo militarista que se apodera de Fant4stic donde puede verse cómo un viaje a otra dimensión (posibilitado por la genialidad científica de un grupo de prodigios) sirve como oportunidad para plantar la bandera de los Estados Unidos y así transformar el esfuerzo científico personal en logro político nacional (¿aplicará la palabreja geopolítica para disputas en otras dimensiones?). El viaje entre dimensiones resulta en un accidente que altera los cuerpos de estos jóvenes científicos (el chico es el baterista de Whiplash, la chica es la periodista de House of Cards). Es así que obtienen poderes en principio traumáticos pero finalmente “fantásticos” pues tras superar la afectación de sus cuerpos y el fraccionamiento del grupo, deciden volverse un lindo equipo pro-estadounidense mimado por la ciencia militar.
¿En serio el mismo Josh Trank dirigió esto? ¿No es Fant4stic el opuesto bobo de Chronicle?
Fantástico fascismo
En cambio, como si se tratara de un filme de David Cronenberg –pero muy lejos de ser un mero remake–, el cuerpo de los protagonistas de Chronicle pasa del gozo de los poderes adquiridos a la corrupción, a los conflictos dentro del grupo y, finalmente, a la tragedia. Como la mosca cronenbergiana, el lúcido Trank nos advierte que los súper poderes son súper peligrosos: basta ver cómo los políticos se inflan y extravían cuando se les otorga un poquito de poder y eso que no son capaces de volar o atravesar paredes (aunque sí de lanzar telarañas). Cuando uno de los protagonistas toma consciencia de su poderío, por ejemplo, suena con gran acierto la canción Ziggy Stardust que habla del rockstar que “haciendo el amor con su ego”, se identifica demasiado con su papel y sucumbe ante el exceso. Es como si Fant4stic fuera la falsificación políticamente correcta y filosóficamente engañosa de Chronicle: todo lo que en esta última es metáfora, en el “fantástico” filme se vuelve justificación para el cliché e incluso revela la dimensión fascista de los superhéroes.
The Avengers, Los Increíbles e incluso Tomorrowland, que no es una película de superhéroes pero que comparte director con Los Increíbles, son solo algunos de los filmes masivos y accesibles que hacen ver como necesaria la existencia de grupos de élite encargados de dirigir la sociedad o de decidir por el resto del género humano. (Como preguntó el poeta romano y también Alan Moore: “Quis custodiet ipsos custodes?” o “Who whatches the whatchmen?”). Los poderes del cuarteto fantástico, en este sentido, en lugar de separarlo o producir rivalidad y problemas en su seno, permiten su cohesión como grupo “fantástico”, en otras palabras: como equipo que se ubica por encima del común de la gente. ¿Necesitamos una súper milicia que se encargue de nuestra protección? ¿No son estos súper héroes muchas veces una simple analogía del poder estadounidense como lo prueban personajes con nombres y trajes como el de El Capitán América? ¿No son los persistentes remakes una puesta en escena constante de este imaginario, de su necesidad de imponerse? Sí, puede ser cierto, pero se ha redundado demasiado en esa crítica tipo Escuela de Frankfurt que ve todo el cine de Hollywood –y su más diabólico artefacto: el final feliz– como una gran propaganda del sueño americano.
Quizá sería mejor entender el trabajo de Trank como si estuviéramos ante un juego conceptual. Al tomar el tema de los superhéroes y filmar tanto su versión crítica como su remake propagandístico, el director problematiza –quizá involuntariamente– las condiciones actuales de trabajo dentro del medio audiovisual. El cineasta, poseído por el súper poder embriagador de la fama mundial y sus réditos, no pudo negarse ante la oportunidad de crear un blockbuster. Fant4stic no dice nada nuevo y tal vez no debía decir nada nuevo en el mundo del cine pues es el tipo de película destinada a ser predecible, efectista y simplemente entretenida. De algún modo, aborda los mismos temas que Chronicle –amistades y cuerpos que se vuelven tóxicos– pero los desarrolla de modo muy distinto, con otro tono y otra conclusión.
Al haber hecho Chronicle, el director deshizo lo que hay detrás de películas como Fant4stic desde el interior de la propia ficción fílmica vinculada al superhéroe. La visión artística de Trank jamás estuvo comprometida pues seguramente sabía lo que iba pasar al aceptar hacer una película así de grande y así de controlada por la producción. El juego conceptual estaría en ver Fant4astic como un remake de Chronicle. Transformación y reciclaje, parodia de la parodia: la película oscura, desesperanzada y de estética elaborada (pues emplea el truco de la grabación escondida, muy usada en el terror actual, pero va más allá del truco fácil o gratuito) puede entenderse como el opuesto paródico de aquella otra película que por comercial, simplona y aparatosa se desrealiza a sí misma. Es como cuando un Estado autoritario coopta los discursos de comunicación para volverlos tan eufóricos y optimistas que resultan no solo inverosímiles sino además delirantes. El discurso utópico como desrealización de sí mismo.
Trank destruyó al superhéroe en su primer filme para luego destruirlo de nuevo (y en secreto) en Fant4stic. Quizá sin darse cuenta mostró ya no la incongruencia constitutiva y la cursilería patriotera y bélica del súperhumano sino simplemente cuán fantásticamente ridículos pueden ser esos tipos en pijamas.
(De ahí quizá el uso tal vez irónico de la palabrita “fantastic” en su tweet).

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