Por Maruja Torres.
Tras su rostro impenetrable, serio y despistado se escondía uno de los grandes cómicos del mundo. Un 24 de julio, en un día como hoy, un infarto acabó con la vida del actor británico que bordó sus papeles del inspector Clouseau en La Pantera Rosa o del jardinero Chauncey Gardiner en Bienvenido, Mr. Chance.
En el mes de julio, Ochoymedio celebra a Peter Sellers y el mundo de la comedia, con la muestra “El mundo según Sellers. Reir es fluir.”
“Si me pidieran que me interpretara a mí mismo no sabría qué hacer. No sé qué o quién soy”. 
A un cuarto de siglo de su fallecimiento por infarto masivo (Londres, 24 de julio de 1980) a los 54 años, millón y medio de entradas en Internet e incontables biografías después, parece innegable que a Sellers no le faltaba cierto fundamento en sus afirmaciones. No era quien parecía ser. Es más: nunca parecía ser él mismo, y en su vida privada daba la impresión de huir hacia adelante. Un director dijo de él que era el actor perfecto, la botella vacía que llenar con las propias ideas; otro director añadió que, en su caso, ni siquiera existía la botella. Y otro ser genial e inquietante del cine, Stanley Kubrick, para quien el actor realizó sus más refinadas interpretaciones en Lolita y Teléfono rojo: volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove), le definió no menos misteriosamente: “¿Peter Sellers? No existe tal persona”.
Pero tal persona no debió de estar tan vacía si fue capaz de inventar tantos caracteres míticos. 
Recordemos a su torpe, tonto, absurdo inspector Clouseau en la famosa saga de La Pantera Rosa, dirigida por Blake Edwards, o al actor hindú de El guateque (The Party) que, de pifia en pifia, consigue destruir una gran fiesta de Hollywood.
Por no hablar del científico loco deTeléfono rojo: volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove), y de, ya al final de su vida, el Chauncey Gardiner de Bienvenido, Mr. Chance, un bobo plano (del que Forrest Gump sería un nieto facilón) que sólo quiere ver televisión y practicar la jardinería, y cuya extraordinaria estulticia conquista a sus compatriotas, hasta el punto de alcanzar la presidencia de Estados Unidos. El filme es de 1979.
Tal persona no pudo no ser tan sólo ninguna persona; las numerosas y retorcidas máscaras, por fuerza tenían que ocultar a alguien o algo. Lo más probable es que lo mucho que había dentro de él, sus inseguridades, sus angustias, un magma que difícilmente podía analizar y organizar en términos prácticos, le empujara, precisamente, a construirse mediante exteriores. Y sólo exteriores.
Sellers nació en Southsea (Hampshire, Reino Unido) el 8 de septiembre de 1925, en el seno de una familia de comicastros teatrales de última categoría, y le pusieron de nombre Richard Henry. Su madre, Peg, dominante y absorbente, fue una figura decisiva en su vida: quería que su hijo se convirtiera en artista, y que no se detuviera ante nada para lograrlo. En realidad, había tenido ese sueño para su primer hijo, Peter, que murió al poco de nacer. Richard Henry estaba destinado a heredar el nombre y el sueño dedicados al predecesor. Ya empezaba a encarnar a otro.
Con todo, el niño Peter asistió a clases de danza en Southsea y en Londres, y tocó la batería y el ukelele en el grupo teatral de la escuela de St. Aloysius. Pero el embrión de lo que iba a ser se formó mientras escuchaba la BBC y sus magníficos programas cómicos. A solas en casa, imitaba las voces de quienes a su vez imitaban, y así fue como se fue convirtiendo en muchos. A los 18 años se alistó en la British Royal Air Force, y durante tres años actuó en sketches y tocó la batería en un conjunto formado con otros soldados.
A su vuelta tomó parte en algunos programas de la BBC, pero no gustó lo suficiente como para que le contrataran, por lo que se inició en la práctica de la superchería: telefoneó al productor del mejor programa de la BBC, Roy Peer, haciéndose pasar por una popular estrella radiofónica de la época, que se declaraba impresionada por las escasas audiciones del joven Sellers. Logró entrar en la BBC porque impresionó a Peer con su imitación.
Peter Sellers -que tenía un aspecto poco atractivo (aunque nunca tuvo problemas para ligar con chicas), tendía a aumentar de peso y era físicamente del montón- se disponía a enfrentarse a dos décadas marcadas por el narcisismo y los excesos: los sesenta del swinging London y los setenta de la dorada California. Sellers, que desde hacía tiempo albergaba el sueño de convertirse en galán, se vio de repente formando pareja con Sophia Loren, y no sólo perdió los papeles por ella, sino que empezó a perder el control.
El hombre a quien Blake Edwards ofreció, en 1964, un papel en su nueva película, La Pantera Rosa, estaba en camino de convertirse en un fetiche de los tiempos, con amistades en Buckingham Palace y entre los Beatles; juergas interminables de un país a otro, de un continente a otro, y con tendencia a pedir consejo a más de un caradura disfrazado de astrónomo o de adivino. 
El inspector Clouseau surgió de la imaginación de Sellers cuando se dirigía a Roma, en avión, a punto de iniciar el rodaje. Se levantó, fue al lavabo, se puso un bigote postizo y, cuando salió, ya usaba el acento francés que le haría famoso.
Edwards y Sellers se dieron lo mejor de sí mismos. Antes de que se estrenara La Pantera Rosa, el actor ya había firmado su continuación. Los españoles estuvimos a punto de quedarnos sin ver la creación de Sellers, ya que la censura consideró prohibirla: al fin y al cabo, Clouseau es un cornudo, y encima está contento.
El dinero entraba como salía. En 1967, según su biógrafo Ed Sikov, Peter estaba en pleno desmadre contracultural, lo que incluía casas en varios países, viajes en aviones privados (y otro avión para el equipaje), yoga, drogas, conciertos. El beatle George Harrison comentó, al referirse a aquella época: “Peter hacía yoga y estaba en pleno ‘¿quién soy?’, ‘¿de qué va todo esto?’, y por el estilo”. Britt y él, con Blake Edwards y la nueva novia de éste, entonces una desconocida Julie Andrews, más Roman Polanski y su novia Sharon Tate (cuyo brutal asesinato, años más tarde, acabaría para siempre con aquellos años de dolce vita), iban de un sitio a otro y gastaban dinero a espuertas. “Fue un verdadero periodo jet”, en palabras de Polanski.
Desde su publicación, en 1971, Sellers le tenía echado el ojo a Being there (Bienvenido, Mr. Chance), la novela de Jerzy Kosinski. Era un tema diario de conversación para él, casi una obsesión. Quería interpretar “a nobody who became somebody nobody could really know”, según cita su biógrafo Sikov. La frase pierde traducida del inglés: “Un nadie que se convierte en alguien a quien nadie conoce realmente”; con ser literal, carece de la sutileza del original. En resumen, Sellers había encontrado en Chauncey Gardiner el personaje cumbre. La película estuvo a punto de hacerse en varias ocasiones, y con directores diversos.
Sellers consiguió uno de los más delicados retratos de un imbécil que pueden darse. De un inquietante imbécil. ¿No lo habían sido, en un grado u otro, todos sus personajes? Siempre nos hacía reír, pero incluso cuando carecían de la turbiedad de sus papeles en Lolita o en Teléfono rojo (Dr. Strangelove), bajo la risa asomaba una mal disimulada incomodidad. 
¿Quién es, realmente, ese tipo?
Pues de eso se trataba. De su tremenda vulnerabilidad, agrietando la broma y dando fuste a sus interpretaciones. Fragilidad que, sumada a su enorme ego y a sus desbarajustes emotivos, le persiguió hasta el final. Fue candidato al Oscar por Bienvenido, Mr. Chance. No ganó, y eso le dejó hundido.
En julio de 1980, Peter Sellers llegó a Londres para arreglar sus documentos. Antes hizo una primera y única visita al cementerio en donde estaban enterrados sus padres. Luego echó una siesta en el hotel, y se vistió para salir con los amigos que habían venido a buscarle. Hablaba con ellos cuando se sintió mal. “Realmente mal”, dijo. Murió antes de que le condujeran a la cama. Tuvo un último gesto de humor (y de mal gusto) digno de él. Ordenó que, en su funeral, mientras su cuerpo se convertía en cenizas, sus deudos y amigos escucharan la canción In the mood, de Glenn Miller, que él odiaba profundamente. ¿Y qué mejor para semejante, odiosa ocasión?
Con él murieron muchos: el doctor Extrañoamor y Chauncey Gardiner; el inspector Clouseau y su vástago, el inspector Wang de Un cadáver a los postres; el dúplice Clare Quilty-Dr. Zemp de Lolita; el doctor Fassbender y el doctor Ahmed el Kabir…, y algunas decenas más, entre ellos la gran duquesa Gloriana XII, y el Hitler de Casino Royale, y el actor hindú Hrundi V. Bakshri de El guateque.
Murió entre ellos, como un extraño.
Publicado el 24.07.2005 en El País.

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