Por Christian León
El falso documental o mockumentary vive hoy sus momentos de gloria.
Uno de los filmes polémicos presentados en el último Bafici (Festival de cine de Buenos Aires) fue AFR del danés Morten Hartz Kaplers. La película arranca con las reacciones internacionales ante el asesinato de Anders Fogh Rasmussen, primer ministro de Dinamarca. A través múltiples testimonios, reconstruye la historia Emil, un joven anarquista, principal sospechoso del crimen y supuesto amante del Primer Ministro. El problema no solo era que se tildara de homosexual al adalid del liberalismo danés, sino que se especulara con su muerte. Efectivamente, Rasmussen no solo está vivo, sino que aún sigue en pleno ejercicio del poder.
Aunque AFR me parece solo una broma de alto presupuesto, es un buen ejemplo de lo que es un “falso documental” o mockumentary como lo denominó Rob Reiner. El mockumentary narra una historia de ficción con la retórica propia del documental. Usando registros de hechos reales, tomas de archivo, testimonios, entrevistas a expertos, reconstruye sucesos que no pertenecen al mundo histórico sino al orden de la imaginación o abiertamente a la ficción. En este sentido es lo opuesto a la docuficción o a lo que los británicos llamaron docudrama. Esta forma de relato fue tomada poco en serio por considerarse ligera y parasitaria. Sin embargo, a partir de los años ochenta, empieza a considerarse como un verdadero género cinematográfico de complejas connotaciones éticas, políticas y conceptuales.
Quizá los precedentes del género mockumentary puedan remontarse hasta el escándalo radiofónico de “La guerra de los mundos” causado por Orson Welles o la propia inclusión del formato noticiero en su película Ciudadano Kane. Pero uno de los primeros filmes que se zambullen íntegramente en el género es El diario de David Holzman (1967), genial ironía contra el cinéma vérité orquestada por Jim McBride. El realizador newyorkino reconstruye la historia de un hombre que, motivado por la frase de Godard “el cine es verdad a veinticuatro cuadros por segundo”, decide filmar un diario para encontrar la verdad de su propia vida. Por supuesto la búsqueda resulta calamitosa, Holzman se vuelve un autista, pierde su trabajo y su novia. La película sostiene la tensión hasta el final, solo cuando salen los créditos caemos en cuanta que estamos ante una ficción.
Más tarde, cineastas de prestigio darían al género sus clásicos. Cito solamente tres: F de Fraude (1973) de Orson Welles, Zelig (1983) de Woody Allen, Forgotten Silver (1995) de Peter Jackson. En la primera, Welles muestra la fragilidad de los límites entre verdad y mentira a través de la biografía de un falsificador de obras de arte. En la segunda, Allen reconstruye la vida de Leonard Zelig, un hombre afectado por una extraña enfermedad que lo hace mimetizarse con las personas que lo rodean. Son exquisitos los testimonios que Susan Sontag o Bruno Bettleheim dan sobre el fenómeno. Forgotten Silver, por su parte, recupera la figura de un pionero del cine de Nueva Zelanda que se adelantó a Griffith y además descubrió el cine sonoro y a color.
En la actualidad el fenómeno mockumentary es más popular que nunca. En Wikipedia se puede encontrar un extenso listado de falsos documentales clasificados en comedia (por ejemplo Borat), drama (entre ellos Holocausto caníbal y The Blair Witch Project) y seriales (algún capítulo de Los Simpson). Existen varios libros dedicados a la discusión teórica del género. Entre ellos destaca “” de Jane Roscoe y Craig Hight y el más reciente “Imágenes para la sospecha” compilado en español por Jordi Sánchez-Navarro.
El falso documental apelando a las convenciones establecidas que usa el audiovisual para referirse a la realidad produce un discurso paródico con un fuerte poder cuestionador. A través de la apropiación de la retórica documental desautoriza las formas de producción de la verdad audiovisual. No es un simple fraude, ya que no pretende pasar por verdadero. Por el contrario señala como todo aquello que consideramos como realidad es la producción de un efecto de verdad generado mediante protocolos tremendamente frágiles. De ahí que cineastas vanguardistas como Basilio Martín Patino (La seducción del caos, 1990), Isaki Lacuesta (Cravan vs. Cravan, 2002) y Jem Cohen (Cadena, 2004) usen el mockumentary como herramienta para deconstruir los supuestos incuestionados del propio acto de filmar y narrar.
En el mundo posmoderno, donde la realidad ha devenido fábula, el mockumentary se ha convertido en una género crítico que afirma que toda imagen, incluso la más verídica, es un artificio. Sin proponérselo puso bajo sospecha la naturalidad de las imágenes, el último reducto de la certeza moderna.

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