por: Christian Ponce de Ecua Collective
A más de una persona le he escuchado decir que el cine ecuatoriano no es bueno. Lo dice uno que otro por ahí, y no falta el crítico de cine que demuestra su experticia con acusaciones puntuales en contra de películas en particular. Parecería que algunos periodistas de arte entienden su labor como la de un fiscalizador, que persigue con afán el asiento contable infundado, la suma imprecisa, el error garrafal. Yo en cambio, quizá muy ingenuo, trato de encontrarle lo bueno. Quizá soy muy generoso, pero la verdad es que generalmente disfruto de ver una película ecuatoriana. Para empezar siento que cada película ecuatoriana es parte de un álbum de fotos que me pertenece. Y creo no ser el único. El año pasado en la V Muestra de cine ecuatoriano de Nueva York para la que trabajé tuvimos a más de mil personas llenando las butacas y los pasillos para ver ‘Mi corazón en Yambo’ de María Fernanda Restrepo (que llenó cuatro salas) y ‘Pescador’ (que llenó dos) de Sebastián Cordero, entre muchas películas más. Hasta las películas menos comerciales de la muestra como el documental ‘Descartes’ de Fernando Mieles llenaron salas y dejaron al público al parecer feliz y lleno de preguntas al director. Sin embargo, ya que de alguna manera los resultados de taquilla en Ecuador no me dan del todo la razón, y con el afán de hacer justicia a la verdad, y entendiendo que la mía es solo una opinión de entre muchas válidas, me puse a cuestionarme sobre este tema: ¿Es en efecto el cine de mi país una porquería? Y si lo es, ¿por qué? ¿Qué es una película porquería? ¿Qué es una buena película? ¿Merece la pena tratar de entenderlo? Seguro que sí.
Conforme han aumentado significativamente la producción cinematográficas ecuatoriana, gracias en parte al impulso que ha dado el gobierno a través del CNCine, ha aumentado también -como es lógico- las conversaciones entre amigos sobre cine ecuatoriano e incluso la cobertura que la prensa ecuatoriana le da al tema. Ya no son raras las conversaciones de amigos sobre una película ecuatoriana en cartelera, ni las noticias, artículos y notas periodísticas que hablan de películas ecuatorianas, de sus directores e incluso actores.
Como a mi me gusta el cine más allá de lo que se hace en Hollywood, y como residente ecuatoriano en los Estados Unidos, me alegro de que se hagan películas en mi país, y de que haya quién esté dispuesto a hablar de ellas, en la prensa o entre amigos. Para mi el cine es también una actividad social, una pretexto más para juntarme a conversar con mis amigos, tomarme un café y hasta intercambiar mensajes en las redes sociales.
Pero leyendo cosas por aquí y por allá, artículos de prensa, comentarios en el facebook, encontré algo que me llamó la atención: muchos parecen estar decepcionados del cine ecuatoriano, aún cuando para mi está en su mejor momento, y hasta parecería que están cansados de esperar, como si le hubieran dado un tiempo de gracia para que se formara y esperan ya ver los resultados. Las críticas van de todo. En algún artículo reciente por ejemplo se mencionaba que el cine ecuatoriano ha “abusado” del “tema del los jóvenes y el rock”. En otro se decía que los personajes son “rebuscados”. Y aunque la taquilla va bien, sin duda podría ir muchísimo mejor. La película más taquillera en la historia del Ecuador sigue siendo ‘La Tigra’, que se estrenó hace más de veinte años, cuando el Ecuador tenía menos población y no contaba con las salas de cine actuales.
No me pareció justo simplemente acusar a los periodistas y amigos, menos al público, de estar equivocados. Todo tiene su explicación, pensé. Así que me puse a tratar de entender el fenómeno y meditar un poco: ¿qué le hace falta al cine ecuatoriano para gustar más?
Me puse entonces a hacer un inútil ejercicio mental: tratar de juzgar a las películas según mi propia definición de lo que es una buena película. Y en esas me encontraba cuando nos llegó la hora de curar la Muestra de Cine Ecuatoriano en Nueva York de este año, que la organización Ecua Collective a la que pertenezco, mediante un convenio con el Consulado General del Ecuador en Nueva York, produce -muestra que en el 2013 celebrará su sexta edición con 12 películas ecuatorianas a proyectarse en Manhattan, Brooklyn, Queens y el pueblo de Ossining, en julio. Entre las primeras cosas que hicimos para prepararnos para curar la muestra fue entrevistarnos con la gran productora, exhibidora cinematográfica y experta en cine ecuatoriano Mariana Andrade en el Queens Center Mall, café en mano, por supuesto, aprovechando una visita suya a Nueva York.
Con sus lentes de color y sonrisa en los labios muy generosamente nos hablo de cine ecuatoriano, que era por supuesto lo que nos esperábamos mi colega Gabriel Roldós y yo (mi otra colega Nandar Godoy no pudo asistir). Siendo fundadora y pieza clave de la principal sala de “cine arte” en el Ecuador, ‘Ocho y Medio’ -parada de rigor para casi todo película ecuatoriana contemporánea- yo me había hecho la idea de que Mariana Andrade nos hablaría de excelentes películas recientes como ‘Sin otoño, sin primavera’, de Iván Mora, que recibió muy buenas críticas entre mis amigos más conocedores (y que por cierto se presentará en New Haven, Connecticut, en octubre, como parte del New England Festival of Ibero American Cinema). Pero para mi sorpresa, ella dedicó buena parte de la conversación a hablarnos de un cine que se hace en Manabí sin ningún presupuesto y en el que los actores en lugar de recibir paga por su trabajo, deben ellos pagar a los productores por el privilegio de salir en sus películas. Ella se ha dedicado junto a su colega Miguel Alvear ha estudiar este fenómeno cinematográfico, al que han bautizado de “bajo tierra”, haciendo parodia de lo que en Estados Unidos conocemos como “underground”.
Finalmente, luego de una nutrida charla sobre el cine “bajo tierra”, y yo con dos cafés más encima, Mariana y Gabriel se montaron en sus respectivos trenes y yo me quedé con un libro editado por el Ocho y Medio titulado “Ecuador bajo tierra” y la difícil tarea de verme una lista interminable de películas “bajo tierra”, que para ser sinceros no me emocionaba en lo más mínimo, ni con todo lo que me había dicho la Mariana.
Pero trabajo es trabajo, así que me senté a ver películas. Empecé por la que quizá sea la más emblemática de este género: ‘Sicario manabita’, de Fernando Cedeño, que me dejó preguntándome cómo es que a alguien le podría gustar una película así, menos aún a una conocedora de cine como Mariana Andrade. Y continué por un largo recorrido de películas a mi juicio poco interesantes hasta que terminé con la última producción de Cedeño: ‘El ángel de los sicarios’. Y me pregunté, ¿Será que yo estoy ahora en el lado de aquellos periodistas que no logran sino verle peros a las películas? ¿Será que miles de personas en el Ecuador están equivocadas? ¿Será que me estoy perdiendo de algo, que hay algo que yo no entiendo y que otros sí?
Unos pocos días después vi, con el mismo propósito, el documental que tuviera mucho éxito en el festival EDOC en quito ‘¿Quién es X. Moscoso?’ de Juan Rohn; otra película documental, de Iván Mora, también exitosa en los EDOC, ‘La bisabuela tiene alzheimer’; y una película de ficción de Mateo Herrera, merecedora de premios, ‘Impulso’, que me dejó con una nostalgia feroz porque fue filmada en la casa donde crecí. Y claro, me gustaron las tres, pues todas tienen un formato mucho más digerible para mi, mucho más cercano al “cine arte” al que estoy acostumbrado, y son a la final de cuentas muy buenas películas, por lo menos a mi juicio. Y me puse a pensar de nuevo en las películas “bajo tierra” y me di cuenta de que quizá yo no lograba ver en las películas “bajo tierra” aquello que miles de ecuatorianos sí ven, así como tal vez yo sí veo en el cine ecuatoriano más “ortodoxo” algo que al parecer algunos no logran ver. Me puse a pensar en lo relativo de todo esto.
¿No es a la final un tema de expectativas?, me pregunté.
En la medida en la que una película nos entrega algo que podemos digerir, disfrutar y de lo que nos podemos enriquece, la valoramos. Pero ese algo es etéreo y varía de persona a persona, e incluso de momento a momento, según nuestro estado de ánimo, e inclusive dependiendo en parte de las expectativas que tengamos. Curar una muestra conlleva entender esto y tratar de escoger entre la oferta, aquellas películas que mejor logren aportar con elementos que un público dado pueda asimilar.
Recordé una conversación que tuve con un amigo en la que le admitía mi gusto por la saga de ‘Fast and Furious’, porque, como se lo explicaba, no puedo dejar de admirar las destrezas de los pilotos de autos. Me acordé también de un comentario que con frecuencia la gente aquí en Estados Unidos me hace sobre “mi país”, diciéndome que “debe ser muy hermoso” y al que respondo con un: “depende”, “si crees que va a ser como Francia, te vas a decepcionar, así como te decepcionarías de Francia si esperas encontrarte con un Ecuador”. Y finalmente comprendí que hay una infinidad de razones por las que se pueden apreciar distintas películas. Y que al final de cuentas malas son aquellas a las que no logramos encontrarle ninguna. Volví a darle un vistazo a las películas “bajo tierra” y encontré algunas cosas interesantes, pues quién más me está contando historias con salsa de tomate enmarcadas en ese mundo tan maravilloso e interesante como lo es la bella provincia de Manabí.
Este julio, la VI Muestra de Cine Ecuatoriano En Nueva York se estrenará con una película en mi opinión impecable y de calidad internacional, ‘Mejor no hablar (de ciertas cosas)’, de Javier Andrade. Pero además, la muestra presentará 11 películas más, todas con muchas razonas distintas pera cautivar al público de Nueva York, sea por los personajes y la actuación, por su historia, por las reflexiones de su director, por fotografía, por la técnica que utilizan, por los diálogos, pero además porque representan parte de el álbum que nos pertenece.
En varias salas de Nueva York un público cada vez más entusiasta disfrutará de los misteriosos personajes de ‘Impulso’, de las maravillosas reflexiones y la bellísima música de ‘La bisabuela tiene alzheimer’, de la vida de una mujer profesional, madre e hija de ‘La llamada’, de las divertidas lecciones de vida de ‘¿Quién es X. Moscoso?’, de los divertidos recorridos por las calles de Quito y las acrobacias de ‘Viva’, del triunfo de un ídolo del fútbol ecuatoriano y de los goles de ‘Estrella 14’, de las cuatro historias de ‘Santa Elena en bus’, de las ocurrencias de las cuatro amigas de ‘Zuquillo exprés’ y de las persecuciones en moto y los balazos del ‘El ángel de los sicarios’.
Además, el público de la muestra podrá disfrutar de una interesante conversación sobre el fenómeno cinematográfico ecuatoriano, el cine de bajo presupuesto en relación al de muy bajo presupuesto, y de una película que con buen sentido del humor explica el fenómeno bajo tierra: ‘Más allá del mall’, de Miguel Alvear.
Una cosa les digo, sin duda alguna, el cine ecuatoriano no es una porquería y estoy seguro de que, como el año anterior, este año el público de Nueva York nos lo confirmará.
http://muestradecineecuatoriano.com/press-releases-2/el-cine-ecuatoriano-es-una-porqueria-verdad/

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