Por Rafael Barriga
Sobre Corazón del tiempo, filme mexicano de Alberto Cortés.
Es verdad: Corazón del tiempo, película mexicana dirigida por Alberto Cortés, es un filme de amor y romance. Sonia, joven campesina de la zona de Chiapas, donde los insurgentes soldados Zapatistas han creado unos espacios de gobierno autónomo, está destinada a casarse por conveniencia con Miguel, un campesino buena gente como ella. Sin embargo su corazón le pertenece a otro: a Julio, un soldado del ejército Zapatista que patrulla monte adentro. En el rostro de Sonia hay solo letanías de amor; en la narrativa básica de Cortés hay todos los elementos del romance contrariado contado mil veces. La escena final es, como no, el largo beso del final feliz.
Pero Corazón del tiempo es diferente porque, a su vez, es un preclaro documento de la vida en las comunidades de Chiapas, 15 años después del levantamiento popular que haría de ese punto del mundo uno de quimeras e iridiscencia. La vida familiar, fuertemente condicionada por la relación con la tierra; la vida comunitaria, en donde las decisiones se las toma en asambleas abiertas y en donde los campesinos trabajan juntos administrando con “buen gobierno” todo lo que les incumbe; la relación frágil de tradición y modernidad, de viejos con jóvenes; la presencia del zapatismo como catalizador de todo contenido político en la comunidad, son todos temas tratados con gran luminosidad y apertura por Cortés y su co-guionista Hernann Bellinghaussen.
El plano político de las relaciones cotidianas es, de largo, el que más interesante resulta en esta cinta. En el romance de Sonia con Julio, que tiene a Miguel como damnificado, por ejemplo, se hace necesaria la intervención de una asamblea comunitaria, en donde dirigentes del ejército Zapatista, junto con los familiares de los implicados, y la comunidad toda, deben resolver el entredicho. La transparencia del proceso, donde todos pueden hablar y ser escuchados, es finamente contada por Cortés. La autogestión de la comunidad es también resultado de una cultura política diferente: el pueblo entero se entrega a la instalación de una turbina de generación eléctrica que cambiará sus vidas. La comunidad está alerta de la presencia del ejército regular mexicano, y gracias a sus dotes de organización, impide que ese ejército frustre las expectativas del pueblo. En Corazón del tiempo hay una latente tensión política que, asociada con el relato del romance, vuelve al filme un objeto de múltiples intenciones. Todo esto llega aderezado por la música de Kelvis Ochoa y Descemer Bueno, músicos provenientes de la llamada “novísima trova” cubana, y que impiden cualquier texto folklorizante en la cinta.
La presencia de los habitantes de las comunidades retratadas como actores de este filme de ficción le da a este relato su “marca de garantía” y de genuina exactitud. Con la misma eficacia que en el otro extremo del continente Carlos Sorín retrataba los desiertos patagónicos, Cortés se adentra en la experiencia chiapaneca con la soltura que evidentemente dan años de investigación y rutina. Por ejemplo, Cortés le da particular importancia a la bellísima relación de la abuela de la familia con la nieta menor. En ellas, y a pesar de la gran diferencia generacional, hay una complicidad que es retratada con sutileza y poder. En el rostro de la abuela hay la misma picardía de la mirada de la nieta. Lograr esto es sin duda una proeza cinematográfica de quilates. Hablar de un pueblo que demostró su condición de independiente y autónomo, sin caer en el paternalismo y la petulancia tan comunes en América Latina, es también un acto de gran dignidad cinematográfica.
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