Por David Melena*
El fogoso recuerdo de la soledad se habitúa en mi memoria como la muerte de un familiar. Al principio, tortuoso, luego, un alivio para ambos.
“Rebelde sin causa”, fue cuando la vi, esa muerte que yo necesitaba para mi vida. Obstinado con los tintes tortuosos que la sociedad daba sobre la compañía, “Rebelde sin causa” me mostró la cobardía que implica evitar la soledad.
Incapaces de meditar, ignaros de nuestro sufrimiento y víctimas del resto, esa sería la consigna que la mayoría, con orgullo o sin él, cargan a sus espaldas cuando invade en sus mentes la necesidad de una compañía.
…la necesidad de vernos agarrados de cadenas con formas de manos a todo sitio donde vayamos. A compartir una fría comida o un incómodo abrazo.
Llevamos encadenados toda nuestra vida, por temor a soltar muestras mentes. A esto, y con una visión personal, Nicholas Ray vuelve foco de burla en su película “Rebelde sin causa”.
La película no trata de un grupo de jóvenes, que, a causa de una familia disfuncional, o en algunos casos inexistente o caótica, son llamados por el espíritu de una divina rebeldía. Que, aclamados sus nombres por las musas, se entregan a la libertad absoluta y destrozan el arquetipo de la sumisión. Más bien, la película retrata la decadencia desde el inicio vuelve presos a Jim, Judi y Platón.
Al final, no son libres ni independientes, solo rebeldes sublevados. Seres patéticos que se arrastran a su familia, o crean una nueva, por un miedo inmanente al pleno extravió que supone estar solo. Con temor de aprender el sentimiento tan humano que supone el abandono y la soledad, se someten a riesgos y caídas con aquellos que están más solos que ellos.
Resultaría incluso más gracioso si acaso la película se quedara en un mero juego intelectual. Si de algún modo, como mencionaba Descartes, solo fuera un ejercicio mental que corresponde a la realidad que no pasa de una ficción y una construcción bien argüida, en aquel caso la película, víctima del cruel tiempo que le acaece la hubiera devorado en el olvido al lado de muchos nombres que ya se han olvidado.
Sin embargo, si la duración de la película en el imaginario colectivo ha sido persistente (y si su retorno a Quito a manos del cine Ochoymedio ha sido tan necesario), es debido a que la película aun tiene algo que decir.
No se preserva una película tanto tiempo por gusto o por decisión estética, sino por lo que tiene que contar. “Rebelde sin causa” nos dice que, uno siempre termina rehuyendo, de manera involuntaria, de la vida.
¿Qué es la valentía?
¿Afrontar a los demonios y surcar vencedor entre ellos?
Esa es la valentía que deslumbra por su ausencia en la película.
Esa valentía que hace falta en una sociedad sumisa y dócil, que acepta lo poco que tiene por miedo a perderlo. Es por ello, por la cobardía que detiene cualquier lid del individuo para sí mismo, que el ser humano inventa el matrimonio.
El matrimonio es un intento constante de huir de la soledad.
Quizá jamás existió un matrimonio que se tratara de compartir la soledad, sino de esconder la ruptura que existe entre cada ser.
¿Cómo seres tan diversos y patéticos habrán pensado que un círculo de metal uniría sus vidas más de lo que la soledad lo haría?
Ya no correspondemos a la libertad de amar, sino a la pesadumbre de no poder elegir. Quizá por ello los matrimonios de antaño, los que quedan vivos, aun siguen juntos, no por amor sino por costumbre.
Quizá la única solución, que resulta obvia, es amar la soledad. Así como nos imaginamos a Sísifo feliz a pesar de su condena, así debemos abrazar lo absurdo de nuestra existencia.
Abrazar nuestro infierno sin querer que otro lo comparta.
Acabar con las apariencias que opacan nuestra esencia, y vestirnos con una súbita necesidad de alejarnos del resto.
Vivir es acumular abandonos.
Vivimos para ver cuanto perdemos.
El dolor dilatado siempre es síntoma de vida.
Eso es la vida, una serie de dolores e infortunios que nos vuelven una escultura que tarde o temprano terminara por romperse.
Solo queda decidir si la ruptura se hará a lo grande, con pedazos volando por los aires y con un sonriente aire de un fracaso genuino, o con un aparente telón de una obra maestra que indica que, hasta el final, nunca supimos quienes fuimos.
Urge ver “Rebelde sin causa” para conmovernos y dejar de excusar nuestras compañías.
Pero, sobre todo, urge ser rebelde y abandonar las familias que no son familias y las falsas amistades.
“Rebelde sin causa” fue una película que me conmovió: vi los sentimientos de ruptura que ya hace tiempo me acosaban de manera clara. Vi el rostro de mi propia cobardía y me atreví a escupir en él. Anhelo que el pesimismo de este mensaje se adentre en quien lo lea y lo libere. Más que como cinéfilo, sino como “diferente” me atrevo a decir, que, en mi vida, la mejor decisión fue ser rebelde.
Auguro que quien lea esto sea invadido por esa misma rebeldía y se extravíe para que ya nunca pueda ser guiado. Solo así, alejado, uno es capaz de encontrar el camino.
En soledad y completa calma.

David Melena*: cinéfilo, lector y estudiante de gastronomía de 19 años. Su primera novela la cocina a fuego lento.

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