Por Rafael Barriga
El cine de Ken Loach habla de personajes marginados y pauperizados para mostrar los vicios de un sistema ultraliberal. Su cine es politizado y sensible.
 Historizar
El término ya lo acuño Bertold Brecht: “historizar es mostrar un acontecimiento o personaje bajo su luz social, política, relativa y transformable. Es revelar los acontecimientos y los hombres bajo su aspecto histórico y efímero”. El realizador británico Ken Loach, nacido en Warwickshire en 1935, usa estrategias análogas a las de Brecht. En cada una de sus películas, el drama individual del hombre está marcado por la experiencia social, colectiva y política. Loach elige contextualizar sus películas en procesos políticos e históricos reales: el extremo neoliberalismo británico de la era liderada por Margaret Thatcher (en Riff Raff, Lloviendo piedraso Ladybird, Ladybird) o la deshumanización post-thatcheriana (La cuadrilla, Dulces dieciséis). Su vocación internacionalista se ve reflejada en asuntos como la lucha sandinista en Nicaragua (en La canción de Carla); los inicios de la guerra del Ejército Republicano Irlandés (El viento que acaricia el prado), y su fase más inflamada (Agenda oculta); la guerra civil española (Tierra y libertad); la dificultad de la inmigración latinoamericana en los Estados Unidos (Pan y rosas), entre otros controversiales casos históricos de la vida misma.
En todos los casos, Ken Loach se aproximó a estos temas con ficciones centradas en personajes individuales. El drama se enfoca en ellos, aunque el carácter colectivo del problema siempre es visible. La anécdota esta al servicio de la infraestructura socio-histórica. El texto ficticio es, siempre, historizado. Si parte desde lo personal y lo convierte colectivo, es cierto también que su génesis está en lo más local y siempre lo vuelve universal.
Cineasta convencido en la necesidad del cambio social, Loach vio en el cine, desde sus primeros tiempos de realizador de documentales y ficciones en la cadena radiotelevisiva británica BBC, la mejor posibilidad de encontrar audiencias que puedan participar en los proyectos de superación social. Para ello centró la mira de su drama en la clase popular, en los individuos de familias trabajadoras que, luego de inagotables jornadas de trabajo, apenas y pueden vivir en malas viviendas de abarrotados multifamiliares. En una de cada dos de sus películas, habló de la marginalidad y de la inseguridad laboral, de los altos niveles de desempleo y la precaria situación laboral que puede llevar incluso a la muerte del individuo. Al centro de su narración está siempre el trabajador explotado. En las películas impares, en cambio, su mirada apunta a la redención de la clase trabajadora a través de la iniciativa política. Esta, sin embargo, no estará exenta de problemas. Sea en Inglaterra, Escocia, Irlanda, Estados Unidos, España o Nicaragua, la alianza de ideas y de clases, expresadas en bloques políticos populares, parecen ser las únicas reales formas de resistencia a la omnipresente injusticia social.
Documentar
Loach es al mismo tiempo hijo del movimiento del documental inglés de los años treinta, del Free Cinemade los años cincuenta, que Powell y Pressburger ayudaron a fundar y que tenía como premisa hacer un cine de realismo social, y del neo-realismo italiano que modificó al cine en su forma más política. Quizás por todo ello, Loach ha preferido contar sus historias con recursos que los documentalistas usan a menudo: la cámara al hombro, que capta con aparente desprolijidad un registro sucio de la acción, la presencia templada de la música que ocurre solo para encumbrar el momento climático, la ausencia total de acrobacias estéticas en el cuadro y en el montaje, el grueso grano en la película, que nos recuerda a filmes registrados en otras épocas en soporte de 16mm. En Ken Loach, la estética y la forma tienen, sobretodo, un contrato irrevocable con el fin aleccionador –a veces incluso didáctico– de la trama. ¿Será, este sí, el auténtico “cine de lo real”? Es un cine que incorpora el sentir del calvario, su propia redención, y que a fuerza de guiones escritos con estrategia y filmados con justeza, se vuelven muy identificables para las audiencias: la historicidad, entonces, es la de la obra en su propio contexto, y también la del espectador en las circunstancias del momento al que asiste al espectáculo.
Así, la obra de Loach logra como inquietante resultado una consagración como FDF (filme de festival) –solo en Cannes ha ganado la Palma de oro, con El viento que acaricia el prado, el Premio del jurado con Agenda ocultay Lloviendo piedras, el Premio al mejor guión con Dulces dieciséis, el Premio al mejor actor, para Peter Mullan en Mi nombre es Joey premios de la crítica con Riff Raff, Agenda oculta,Lloviendo piedrasy Tierra y Libertad– y ha gozado de gran suceso como cinta de públicos. La distribución de sus cintas es la mayor a la que podría aspirar cualquier obra por fuera del circuito de Hollywood. (Sin embargo de ello, El viento que acaricia el pradoes la primera película de Ken Loach que se distribuye por la vía comercial en Ecuador y Colombia. Esta cinta ha sido distribuida en 83 países).
Desprestigiar
Cada película de Ken Loach es, se ha dicho, un pequeño documento sobre un conflicto y un trance. Pero, a la vez, cada película es más que eso. Es el retrato del alma colectiva de la clase trabajadora, y allí encontramos el registro de la manera de vivir y de la manera de hablar. De la forma de querer y de odiar. Su inmediación es hacia las características no solo políticas, sino culturales del individuo y del grupo plasmado. Allí radica la universalidad de este cine. De esta manera, por ejemplo, el lenguaje popular y las tácticas para burlar el sistema, los dispositivos de la astucia y sagacidad del pueblo para un mejor día se ponen en evidencia. En Ladybird, Ladybird, Maggie, mujer de gran pobreza económica, es perjudicada por los organismos de ayuda social por su forma pueblerina de hablar. En Lloviendo piedrasy Mi nombre es Joelos protagonistas deben mentir para poder cobrar su pensión de desempleado, y robar para poder tener una mejor jornada. El equipaje cultural de estos personajes es incompatible con lo que el sistema espera de ellos. Sin embargo, Loach se encarga en mostrarnos la humanidad y la posible valía de ellos. Implica con regularidad que la responsabilidad de la decadencia de lo popular recae en un Estado deshumanizador, ultra-liberal y pecaminoso.
No existe, en el mundo thatcheriano y post-thatcheriano de Gran Bretaña, posibilidad de respuestas colectivas y organizadas por parte de la clase trabajadora. Mostrar la debacle de las instituciones de ayuda social parece ser la estrategia del director. Loach desprestigia con su cine a una política que él considera ilegítima al posponer el proyecto popular. En ultramar, sin embargo, Loach parece vislumbrar una luz de esperanza, aunque esta no logre triunfar: la revolución sandinista, que como el propio Loach dice, es una revolución campesina, la lucha por la liberación de Irlanda, el movimiento socialista de la España pre-fascista, la articulada defensa a los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos. Son las pequeñas luchas las que Loach las mitifica, y las pone como estandartes y ejemplo.

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