Por Mariana Andrade
En la primera proyección de cine, allá 1895, el mundo vio una multitud de obreros saliendo de una fábrica. Otra multitud, la de la audiencia de esa sala de cine, presenciaba atónita el milagro del movimiento de las imágenes en pantalla grande. Desde entonces, la humanidad nunca fue la misma. El cine inventó el beso como signo de amor incondicional y apasionado, sembró la idea de que caminar bajo la lluvia en la noche puede ser un acontecimiento espiritual y develó realidades como ninguna otra actividad del ser humano lo ha hecho. 
Y en este camino de 125 años, donde el cine pasó de ser un artilugio de feria a una inmensa maquinaria creativa y económica, se trastocaron no solo los sueños y las grandes realidades, sino que se modificó la cotidianidad: la sala de cine se convirtió en un refugio para los solitarios, en un espacio de encuentro, en testigo de amores y desamores, y de movilizaciones políticas. 
Y lo sigue y seguirá haciendo porque el cine ha pasado ya por varias crisis en este siglo y más, y siempre ha salido adelante. Venció al home video, al cable, al sttreaming, a la revolución digital, a la piratería, ¿por qué no va a vencer a este contexto pandémico que nos ha obligado a cerrar como nunca antes sucedió?
Ochoymedio está cerrado pero no está vacio. Su corazón late en La Floresta y en el corazón de todos. Hoy nos hemos recluido temporalmente tras las pantallas digitales, pero es temporal. La comunidad que hemos creado año tras año en nuestras salas sobrevivirá a la distancia que nos impone esta pandemia. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para luchar contra el miedo de sentirnos en presencia viva, compartiendo la historia del cine y la nuestra propia en una sala. Porque somos las mismas personas que miraban anonadadas la pantalla hace 125 años. Porque el cine es una multitud congregada que construye y celebra el nacimiento constante del movimiento, la luz y lo incierto.

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