Por Miguel Alvear
El fenómeno EBT se ha plasmado en un libro, proyecto editorial de Ochoymedio y editado por Miguel Alvear y Christian León. Aquí, un artículo tomado del libro, que observa una parte fundamental de este fenómeno cultural.
La primera vez que Nelson Palacios vino a Quito desde Durán, fue directamente a las oficinas del Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI) con sus películas bajo el brazo. Le habían dicho que si quería detener las ventas no autorizadas en La Bahía, debía primero registrarlas. Pagó cinco dólares por cada una, obtuvo los certificados correspondientes y nada más. Los funcionarios del IEPI le informaron que esta institución no podía interceder por él. Para Palacios la gestión fue plata botada, pero por lo menos conoció la capital.
Esta historia ilustra la situación de la mayoría de productores de películas de bajo presupuesto que circulan en el mercado pirata. Por un lado, miran con despecho y resignación cómo sus películas se venden por miles sin que ellos ganen ni un centavo, pero al mismo tiempo, saben que este perverso mecanismo es la única manera de hacerse conocer. Mientras tanto, el Estado ecuatoriano mantiene una posición de ambigua permisividad, ordenando requisas ocasionales pero sin una política clara sobre el tema. Según el comerciante de películas y música Edwin X., de Quito, los gobiernos de izquierda son más laxos en los controles que los de derecha, debido al gran número de familias cuya supervivencia dependería de la venta de música y películas pirateadas. Edwin empezó su negocio hace más de una década copiando materiales didácticos en VHS para venderlos en la Universidad Central de Quito. En muchas de las películas que vende imprime este anuncio: “Trabajamos por la democratización de la cultura”. Una posición similar mantienen muchos de los vendedores de películas ecuatorianas en La Bahía, quienes no están de acuerdo con que su actividad sea percibida como un delito. Para ellos, el sistema pirata hace posible que la población consuma cine nacional. Si tenemos en cuenta que aproximadamente el 70% de los ecuatorianos no asiste a las salas de cine, podemos afirmar que la piratería se ha convertido en el medio más importante para la difusión del audiovisual en Ecuador.
Es muy común encontrar realizadores que, como Bárbara Morán, pagan para que sus producciones circulen en estos mercados. El precio de reproducción de mil copias, incluido diseño de portadas, es de $480; hacer tres mil copias cuesta $1 250; y las cinco mil, $1 950. De cada tiraje encargado, Morán se queda con una parte que vende entre sus allegados y fanáticos y deja el resto en manos de los comerciantes de La Bahía.
A pesar de las voces de alarma en contra de la piratería que se escuchan sobre todo en la capital, entre los piratas existe una consigna especial para aquellas películas ecuatorianas que llegan a exhibirse en salas. Según Edwin X., los comerciantes han establecido un periodo de gracia de dos a tres años, desde que una película se estrena y hace el circuito de festivales, hasta que ingresa en las torres de copiado. Por esta razón es muy difícil encontrar copias ilegales de películas recientes como Retazos de vida (Viviana Cordero, 2008), Cuando me toque a mí (Víctor Arregui, 2008) o Impulso (Mateo Herrera, 2009).
Según Tania Hermida, directora de la película Qué tan lejos y ex-miembro de la Asamblea Constituyente, este acuerdo tácito sería el resultado de la campaña “Que se vea: Ecuador no se piratea”, que impulsó con su empresa productora. La “concientización” en contra de la piratería involucraba varios frentes: el público, los vendedores de DVD y la vigilancia en las salas. “Contratamos a varios jóvenes que de manera aleatoria visitaban las tiendas de DVD e informaban a los vendedores que estábamos cuidando los derechos de la película, y que, si llegábamos a encontrar copias piratas a la venta, teníamos el derecho de retirarlas” dice Hermida. Parece que la estrategia dio resultado porque durante los meses en que la película estuvo en cartelera no circularon copias ilegales en las tiendas. “Lo curioso fue que varios dueños de tiendas de DVD pirata llegaron a nuestras oficinas a comprar la película porque la gente les pedía el original(!). Eso fue realmente emocionante. Ellos, finalmente, ganaban más vendiendo el original (comercializado a $10 dólares) que haciendo copias piratas de $1 dólar”, sostiene la cineasta. Este ejemplo, así como testimonios de algunos comerciantes de películas, demuestra que por lo menos un sector del comercio pirata está dispuesto a dialogar con los productores. El gran ausente de este diálogo es el Estado ecuatoriano, por lo que el comercio pirata opera con ley propia.
El eslogan “Ecuador no se piratea”, por su parte, ha funcionado para detener la piratería de ciertas películas mientras que otras, que son la mayoría, se quedan fuera del debate sobre derechos de autor. Finalmente, también para los piratas existirían dos cines paralelos, el que hay que “aguantar” hasta que salga de cartelera y otro, más cercano, más consumido, más popular, que depende sustancialmente del sistema informal de reproducción y circulación.
El fenómeno Ecuador Bajo Tierra está apenas comenzando. El salto en el número de películas de este tipo que se han hecho desde el año 2006 hasta mediados del 2009 da cuenta del crecimiento de este fenómeno cultural. Cómo evolucione, tanto en sus formas de producción como en su estética y contenidos, está ligado íntimamente a sus formas de comercio. Al momento, los perdedores siguen siendo los productores, pero es posible que esto cambie si la relación que mantienen con quienes copian y venden sus películas llega a ser un buen negocio para ambos lados. Al fin y al cabo, estas películas han logrado lo que el otro cine ecuatoriano nunca tuvo: público. Los caminos paralelos del cine ecuatoriano seguirán existiendo, pero el fenómeno EBT ha pateado el tablero sobre el que se quiere instituir.

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