Por Ariadna Moreno
Italia, posguerra de la Segunda Guerra Mundial, ha caído la dictadura de Mussolini, el país está en ruinas y ha de reconstruirse. Tras un momento de indefinición política, en el que las mujeres han conseguido el derecho al voto, finalmente, se ha instaurado el gobierno democratacristiano. Las mujeres continúan en condición desigual.
El cine italiano atraviesa uno de sus mejores momentos. La posguerra fomenta la explosión de una nueva estética que ya había comenzado a crearse en el período fascista; se ha llamado Neorrealismo Italiano. Aunque el nombre se queda corto, por la diversidad de propuestas que se dan en estos años de recuperación, su influencia es notoria.
En este momento se consolidan algunas actrices fuertes, con un peso determinante en la construcción de esta cinematografía neorrealista y, más tarde, postneorrealista. Ellas recuperan el protagonismo que habían tenido las mujeres en el período mudo, pero aportan nuevos rostros y voces.
Anna Magnani, desde sus inicios en el período fascista, es una actriz empoderada, con voz propia, basta ver Campo de’ Fiori (M. Bonnard, 1943). Ella es Roma. Se le conoce como la actriz que se interpreta a sí misma. Con Roma ciudad abierta (Roma città aperta, 1945), se consolida como uno de los principales rostros del Neorrealismo. Siempre en roles fuertes, destaca también en la menos conocida Noble gesta (L’onorevole Angelina, L. Zampa, 1947) como líder de algunos movimientos de mujeres que luchan por mejorar su cotidianeidad.
Roma ciudad abierta, además, supuso el inicio de una turbulenta historia de amor entre la Magnani y Rossellini, que culminó en el El amor (L’Amore, R. Rossellini, 1948). La película se divide en dos episodios La voz humana, adaptación de la obra teatral de Jean Cocteau, y El Milagro, de un guión de Federico Fellini. En la primera parte vemos a la Magnani en un monólogo desgarrador interpretado en un solo set. Ella se despide por teléfono de su gran amor, al que, probablemente, no vuelva a ver jamás. Con una interpretación como solo ella haría, este episodio parece augurar el final de su historia con el director.
En Bellísima (Bellissima, Luchino Visconti, 1951), Visconti parte de un argumento de Zavattini en el que la protagonista era una madre pequeño burguesa que imponía a su hija la carrera cinematográfica; elige a la Magnani para transformar el personaje en una mujer proletaria, habitante de la periferia, con aspiraciones burguesas. Una profundidad que el director quería explorar desde Ossessione (L. Visconti, 1942). Aquí la madre interpretada por la Magnani es demasiado madre, proyecta sus fantasmas sobre la hija, el sueño de ser actriz. Se refleja una problemática casi psicoanalítica madre-hija y, al mismo tiempo, se muestra la situación que experimentaba el cine italiano en los años cincuenta cuando comienza a industrializarse el Neorrealismo.
Ingrid Bergman, descubierta en el cine italiano por Rossellini, es una de las causas del desenlace entre el director y la Magnani. Conocida ya en Hollywood, sobre todo por su papel protagónico en Casablanca (Michael Curtiz, 1942). El director la trae a Italia; se desmaquilla y adquiere una fuerza volcánica en Stromboli (R. Rossellini, 1948), a la que la Magnani respondió con Vulcano (W. Dieterle, 1950). Fue la guerra de los volcanes. Pese a ser notoriamente mejor la película de Rossellini, tenemos dos grandes actrices.
Stromboli fue la primera película de la trilogía de la nueva pareja conformada por Europa 1951 (Europa ’51, R. Rossellini, 1952) y Te querré siempre (Viaggio in Italia, R. Rossellini, 1953). Parece que a Rossellini le gustaba reflejar el final de sus relaciones en sus películas, pues Te querré siempre muestra un viaje de distanciamiento emprendido por una pareja burguesa, coincidente con el final de su relación con la Bergman.
Giulietta Masina, hermosa, la Chaplin mujer, es la actriz recurrente de las películas de Fellini, su pareja. Con Gelsomina encarnó el Amor en La Strada (F. Fellini, 1954). Vinculada a lo marginal, al mundo del circo, entre la ingenuidad, la simpleza y la verdad. Sigue la naturaleza neorrealista, pero introduce lo fantástico, que se desarrollará en el mundo simbólico de sus personajes posteriores. Los tres protagonistas de La Strada son el desdoblamiento de la misma persona: Zampanò es el lado bestial del ser humano; Il Matto es la inteligencia y la argucia; y Gelsomina es la parte más indefensa, la poesía. En Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria, F. Fellini, 1956), será una prostituta soñando con un hombre que se enamore de ella, pero el amor no es una verdad que le corresponda.
Julieta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, F. Fellini, 1965) es un cambio al color. Aquí se profundizan el imaginario y los problemas de pareja de 8 1/2 (F. Fellini, 1963). Masina es un ama de casa que duda de la fidelidad de su marido. Sigue con la dimensión poética de sus personajes y exalta lo onírico. Se siente sola en un ambiente burgués, rodeada de fantasmas, buscando la ternura que le permita recuperar a su esposo. Entre fantasía y realidad, su hermosa vecina le hará dudar de su misión. Como siempre, hay un paralelismo entre la película y la realidad de la pareja. Y, como siempre, su interpretación es sencillamente bella.
Silvana Mangano es una de las “maggiorate fisiche”, una de las actrices que nacen a raíz de concursos de belleza de la posguerra. Giuseppe De Santis la quiso como actriz protagónica, junto a la Miss Italia Lucia Bosè, de su película Arroz Amargo (Riso Amaro, G. De Santis, 1946). Aquí se muestra el trabajo de la monda, típicamente “femenino” y de gran dureza, y la oportunidad que constituía para las más jóvenes de independizarse de sus familias durante cuarenta días. El personaje de la Mangano sueña con una historia de amor, con las modas norteamericanas, los magazines y el boggie woogie. Pero la madurez de la Mangano como actriz y mujer quedará plasmada en la poética Teorema (P. Paolo Pasolini, 1968).
Sophia Loren, Miss Elegancia, en los años del postneorrealismo interpreta mujeres del pueblo de gran sensualidad, como en el episodio “Pizze a crédito” de El oro de Nàpoles (L’oro di Napoli, V. De Sica, 1954), película en la que también aparece la Mangano. Su papel más reconocido, inicialmente pensado para la Magnani, es el que le dio el Oscar, en Dos mujeres (La Ciociaria; V. De Sica, 1960). Nos lleva a los límites horribles de la condición de las mujeres durante la Segunda Guerra Mundial, a través de una madre y una hija. El erotismo, la sensualidad y la elegancia, acompañan todas sus películas.
Aunque no son todas, estas actrices fuertes y su diversidad son una parte importante del empoderamiento de las mujeres de la memoria del cine italiano. Ellas aportan a su cine, con sus voces y sus rostros, generan una nueva mirada hacia las mujeres. Algunas, a veces, contribuyen a desmontar el género… Les invitamos a ver o repetir algunos clásicos que no se pueden olvidar. No se pierdan!

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