Por Francis Castro
El cine puede evocar miles de emociones y sensaciones, desde la extrema incomodidad hasta la más placentera paz. Estos estímulos están ligados al tratamiento que se le da a cada imagen. Aquello que se ve en la pantalla debe estar dotado de un significado, de un subtexto, que permita al espectador escarbar más allá de la narrativa de una película. 
Uno de los pilares sobre los que se sostiene el componente visual del cine es el diseño de producción que, junto con la dirección y la fotografía, conforman lo que se conoce como el “triángulo de influencia visual”: la clave para lograr una estética coherente y una atmósfera verosímil. 
El término se remonta a la Edad Dorada de Hollywood, como resultado de la experticia y la anécdota. Cuando el productor David O. Selznick vio el singular trabajo que William Cameron Menzies había realizado con Las aventuras de Tom Sawyer (1938) decidió contratarlo para Lo que el viento se llevó (1939) y su entusiasmo llegó hasta el punto de enviar un memorando a los otros miembros de la producción informándoles que Menzies tendría la última palabra en los aspectos estéticos, así como en el apartado visual de toda la película. 
Por esta vía el término “diseñador de producción” pasó de ser un mero alias para una persona en concreto y se convirtió en el nombre oficial de la cabeza del departamento de arte, relegando al director de arte a un segundo plano y a una escala mucho más técnica. 
El diseño de producción es un proceso sumamente metódico, y requiere mucha concentración y dedicación. El trabajo conjunto con las otras áreas para lograr el aspecto deseado lo hace aún más desafiante, pues todas deben encontrarse en absoluta sintonía. El diseñador de producción debe introducirse de lleno en las etapas tempranas del desarrollo del proyecto, de manera que logre un consenso con el director sobre qué desean transmitir con cada plano. A través de un desglose emocional y —posteriormente— de un desglose “por elementos”, se establecen los requerimientos puntuales para la producción, los cuales influyen directamente en el presupuesto y las asignaciones para cada departamento. No obstante, el trabajo conceptual no se detiene ahí.
Con un desglose emocional ya establecido, el diseñador de producción puede encontrar los puntos convergentes en esas emociones y englobarlas a todas en una idea general: el concepto visual.
Del concepto visual parten ideas más puntuales sobre el aspecto de la película, y para complementarlas, el diseñador de producción recurre a varios referentes (películas similares, obras literarias, esculturas, pinturas, fotografías, arquitectura, entre otros) con el fin de nutrir su conocimiento y expandirlo. Todo aquello que haya recabado entre los referentes lo colocará luego en tableros o moodboards que le permitirán entender cómo estos elementos se relacionan, y si comparten una lógica acorde a la propuesta estética general.
Una vez que ha establecido una conexión orgánica y una fusión de aquello extraído de los referentes, el diseñador de producción, junto con sus asistentes (entre ellos, los dibujantes) creará bocetos que permitan entender cómo lucen los personajes, su relación con el espacio y sus elementos; y, más importante aún, determinar los parámetros que requiera una eventual construcción de set en estudio. Posteriormente, —y con el fin de evitar gastos innecesarios-, se realiza una etapa de pruebas, en donde se verifica que los elementos propuestos para el maquillaje, prostéticos, efectos especiales, decorados, construcciones y vestuario funcionen, y sobre todo, respondan a los lineamientos planteados desde un inicio. 
Finalmente, y con todo en su lugar, el diseñador de producción deberá concentrarse en que la propuesta visual se lleve a cabo de la mejor manera, haciendo uso del monitor en el set y solventando cualquiera de las inquietudes e imprevistos a través de sus asistentes. 
El diseño de producción requiere de creatividad, y sobre todo, de paciencia, puesto que es una de las áreas del cine que no tiene un campo de estudio delimitado.
No existe un manual único ni exacto que detalle los pasos a seguir. Cada proceso es particular, distinto; la única guía que existe es la de aquellos a quienes, los años y la práctica, les han dado el conocimiento a través del ensayo/error, y es que tanto en la vida como en el cine, la experiencia es la mejor maestra.

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