Por Joce Deux
El cineasta que habita en su propia patria
Martin Scorsese: lo imagino pequeño, lentes de marco grueso, cabello poblado de canas y con lengua afilada. Lanza palabras como balas, una tras otra. Mente brillante, con pocas dudas, al menos visibles. El cineasta de Queens (Nueva York, Estados Unidos), nació en 1942. Rápido para hablar, rápido para resolver, rápido para poner la cámara en el lugar adecuado. La energía, el temperamento, la construcción del ego, condiciona al instinto, perfecciona el lenguaje.
Y Scorsese transita en esa geografía con la punta de los pies.
El cine es un lenguaje, por lo tanto, como dijo Víctor Erice, un lugar donde vivir, una patria sin límites.
Laurent Tirard lo entrevistó en 1997 y una de sus impresiones la retrató en su libro “Lecciones de cine”. Laurent menciona que hay directores que son técnicos y otros que son grandes contadores de historias. Scorsese es las dos cosas.
El cineasta dio una conferencia en la universidad de Columbia y dictaminó que lo primero que se debe hacer es entender qué decir, no qué contar. Qué hay detrás de ese eje anecdótico que sustenta la estructura del filme, narrativamente. Y luego, cómo contar eso que está en papel, con la cámara. Aunque parezcan cuestionamientos de quien se aproxima a ese lenguaje por primera vez, a esa patria que es el cine, él lo maneja con la profundidad que se espera de alguien que ha hecho del cine su hogar. Por eso, seguramente, su crítica a las películas de superehéroes de Marvel y Dc Comics, arrancándolas de las garras del cine y aterrizándolas a un parque de diversiones. Esta declaración causó múltiples opiniones a favor del pensamiento del cineasta, y muchas otras, en contra.
Scorsese no desdeña este entretenimiento, pero lo asimila con sinceridad. ¿Qué es el cine? Al final es una postura ética sobre la profesión.
En estos tiempos banales, lo personal queda en otro lado, lo comercial, lo correcto para las ventas, entra en la esfera del entretenimiento, de la industria. El cineasta de Queens, que quiso ser sacerdote pero se desvió, por suerte, convivió con el cine que aborda temas personales y cuestionamientos de coyuntura. Este cine se difuminó en los 80. La renovación conservadora de Reagan hizo mella, no solo en lo social y político, sino también en lo cultural. De ahí el desencanto y el escudo de ciertos cineastas que obedecieron a su propia voz, la mirada, el arte y la predisposición de moverse en este lenguaje con total libertad para poner la cámara donde cuestiona.
Scorsese también diferencia dos aspectos, escindidos con bisturí quirúrgico. El ente bicéfalo: director, quien interpreta el guion y el cineasta que toma ese guion y no lo convierte en imágenes, sino que se apodera de su esencia y genera su propia visión dentro de este espectro vivencial que se convierte en la película.
El cineasta cuenta lo que quiere contar, lo que debe contar, sin consensos. Salir de la apariencia, de la fórmula del éxito, e inmiscuirse en la neurosis del constructor de puentes.
Los neuróticos son ángeles que quieren disparar
Dentro de esta neurosis, el abordar técnico es distinto en los cineastas. Para Scorsese es imposible ir al set sin saber con antelación qué planos va a rodar. El control (que es una quimera) se lo plantea en su cabeza, en esa fantasía que puede condensarse en la realidad. Él entra a locación con el guion (que no es un limitante, es un instrumento interpretativo) y con los planos diseñados. La magia corre por su cuenta.
Scorsese deja que el margen de la tensión entre saber a ciencia cierta qué hacer y dudar, sea una herramienta que potencie la puesta.
El conflicto no solo sucede en la pantalla o en la historia. El cine ocurre en ese instante donde se decide cambiar todo, porque la naturaleza del filme fluye hacia otro cauce. Él entiende que la flexibilidad y la escucha son primordiales.
El director de Taxi Driver, The King of comedy (Referentes del famoso Joker de Todd Phillips, una pálida reinterpretación de estos personajes con siquis profundas y heridas), La última tentación de Cristo y Goodfellas, encarna la voz de una época. Además cuestiona el sistema, golpea contra la frustración, pone en duda la fe, a la historia bíblica, ahonda en la trémula condición humana, se obsesiona con la mixtura italoamericana, la migración irlandesa y se deja seducir por el cine de gánster para romper nuevamente con el sistema, cuestionarlo, ponerlo al filo de la navaja.
¿Dónde estamos, en qué sitial, en el de los buenos o los malos? No estamos en ningún lugar, somos la osamenta que construyó el ambiente.
Habitamos ese fragmento designado por la naturaleza social. Donde nací, me construye. Seré eso que necesito ser para conquistar las calles. La ambición-obsesión también es un tema recurrente del cineasta.
El lenguaje, la lengua, la saliva
“Eloi, Eloi, lama sabactani”
La última tentación de Cristo fue censurada (como ocurrió con Trainspotting y quién sabe qué otras cintas) en este pequeño país mojigato. Las cosas han cambiado, aparentemente, pero si hay censura sobre un tema como dios, la religión, y concretamente, la fe, fácilmente se entiende que el relato catapulta a instancias mayores el concepto del cineasta.
Esta es una de las películas de culto de Scorsese. La interpretación de Willem Dafoe como Cristo, un cristo humano, “demasiado humano”, trasciende el estereotipo bíblico que Hollywood permeó cómodamente en el espectador. El director como un torbellino descarta esa estampa judeocristina y lo vuelve mísero, temeroso, reprimido, deseoso, y así lo convierte en un ser errado y bello, ungido en la posibilidad.
“Are you talking to me?”
Taxi Driver es el discurrir de Travis Bickle (Robert de Niro), un excombatiente de la guerra de Vietnam, en las calles de Nueva York. Él encalla en otra guerra silenciosa. Travis encuentra trabajo como taxista nocturno, padece de insomnio. Entonces esa guerra se vuelve visible, visceral. Sin explicaciones tontas (como ocurre en el Joker, perdonen por mi renuencia a este filme). El narrador – protagonista es por quien vemos la violencia que se oculta en las calles, en la noche, en esa cinematografía de rasgos expresionistas.
¿Quién no ha llegado de una guerra? Travis no ha dejado de empuñar su arma.
El sinsentido de la vida cobra significado y Travis, quien hará lo necesario para alcanzar este significado, gasta neumáticos buscando esa razón que lo hará único. Será quien limpie la decadencia, pero también el demonio que habita en él nos apuñala. Somos todos ese Travis, somos todos ese ser que no ha sanado y que cambia una guerra por otra para sentirse vivo.
“Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser un gánster”
Goodfellas es uno de los primeros filmes que vi de Scorsese. Me maravilló, quizás porque viví en mi infancia en las calles Macote y Argentina en Guayaquil, donde desde la ventana veía pandilleros blandir puñales para pelear por territorio. Alguna vez, en mi cabeza pensé en ser uno de ellos. Supongo que por ese recuerdo me hizo eco la película. Es que no hay opciones en lugares donde la migración, la pobreza, la falta de educación amplía las secuelas que luego el propio sistema quiere erradicar desde la superficie. Es como arrancar los frutos podridos pero dejar el árbol torcido que siga irrumpiendo.
Los frutos podridos son la secuela. En este caso Henry Hills (Ray Liotta), quien con esa voz en off que tanto jode al “monje” del guion Robert Mackee, devela los pensamientos de este irlandés que vive entre italoamericanos y se configura su necesidad de ser un pez en esta pecera criminal. El tiempo, la ambición, la traición, determinan el descenso de los buenos muchachos. Y ahí la ironía: son buenos muchachos que nacieron en un lugar podrido. Y el árbol sigue y sigue creciendo.
“Todo rey necesita una reina, Rita. Yo quiero que seas mía.”
Rupert Pupking (Robert de Niro), es ese personaje patético que busca sin medir consecuencia, su propio escenario. Ser alguien en un mundo donde todos buscan el mismo anzuelo. La obsesión que es inoculada desde el nacimiento. Entonces quién es “El rey de la comedia”. ¿Cuál es la comedia? ¿Nos reiremos al final?
Aunque Scorsese maneja el filme en código de humor, nos hace soportar una sonrisa amarga mientras Pupking, apellido que nadie sabe pronunciar, nos mira desde el espejo. El mentor se vuelve el enemigo. El sitial donde quiere descansar se transforma en el útero que rechaza insaciablemente cada intento.
Scorsese se vuelca al lado del perdedor y lo hace ganar. ¿Pero qué gana? Una vez que Rupert llega donde quiso estar, él es feliz, esa felicidad tonta del marketing y la publicidad. Del éxito impuesto, sugerido y lejano. Los espectadores ven como un rey sin corona se otorga así mismo un trono de oropel. Su brillo se apaga. Solo es interesante en la obsesión, en la imposibilidad.
No spoiler
La obra maestra de Scorsese como la nombran en distintos artículos de cine, es la reunión de amigos, buenos muchachos: Joe Pesci, Al Pacino, Robert de Niro y Martin Scorsese. El irlandés (The Irishman) puede ser el final de sus filmes de gánsters. Costó cerca de 150 millones de dólares. Ninguna empresa quiso hacerse cargo de esta producción, pero Netflix, que está acaparando el mercado, se arriesgó. La produjo y se encarga de su distribución y exhibición cuyo estreno será a finales de noviembre. Este filme basado en el libro de Charles Brant I Heard you paid houses y adaptado por el guionista Steven Zaillan, quien ya colaboró con Scorsese en Gangs of New York, tiene una duración de tres horas y media y está dividido en tres partes. Cuenta la historia de Frank Sheeran (Robert de Niro), un veterano que rememora su trayecto criminal hasta el ocaso de su vida. En este periplo se desarrolla también la historia de Estados Unidos, atravesada por el mundo delictivo como cimiento de hitos históricos que construyen esta cultura. La película es un reflejo de Scorsese quien también desde esta edad, observa hacia atrás su camino en el cine, como lo hace Sheeran en estructura de Racconto (narración en retrospectiva que avanza al presente) hasta entenderse que con todo lo conseguido, todo lo vivido, es simplemente eso, un recuento de su vida que invoca desde la soledad.
Posdata en 24 (frames) palabras
Soy lo que veo. Scorsese se abrió, sus obsesiones están en el celuloide. Perseguimos su huella. Hacia dónde, no importa. Pero eso nos construye.
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