Por Rafael Barriga
El cine de gángsteres ha formado un tipo de personajes contradictorios, envueltos en el hampa y el estruche, y que a la vez saben que el crimen no paga.
En Norteamérica, a principios de los años veinte, la llegada de la ley seca generó una delincuencia organizada compuesta por mafias de gángsteres, encargadas de controlar la distribución del alcohol y del juego. Llegaron a tener tal poder que controlaban barrios enteros de las grandes ciudades. No tardaron en saltar a la pantalla las representaciones de estas bandas de delincuentes cuyos cabecillas encarnaron una especie de versión dolorosa del sueño americano. Así, se fueron estableciendo unas características comunes para este nuevo género, los ambientes, los personajes y el desarrollo narrativo fijaron un esquema básico por el que se guiaron todas estas producciones (la rápida ascensión al poder y la no menos rápida caída del mismo con un destino fatal era el hilo argumental preferido).
Actores nuevos, en su mayoría provenientes del teatro encarnaron a estos protagonistas, Edward G.Robinson, James Cagney, Paul Muny o Humphrey Bogart, dieron vida a los personajes más canallas que habitaron una pantalla de cine. La romántica fascinación por el mal, representada por estos antihéroes caló de tal manera, que en los primeros años de la década del treinta se realizaron más de 250 películas sobre el género.
El implacable conservadurismo y la censura que impuso el Código Hayes a mediados de la década acabó con el reinado de estos personajes amorales del otro lado de la ley. Para entonces todos los gángsteres reales estaban ya muertos o entre rejas. El duro gobierno conservador obligó a los estudios a convertirlos en los malvados de las películas y quitarles cualquier tipo de aureola. Los mismos actores que los encarnaron, tuvieron ahora que reconvertirse en severos representantes de la ley que peleaban contra los siniestros delincuentes que tan bien ellos mismos habían interpretado.
La figura del gangster se convirtió en un personaje más simple y secundario de la nueva imaginería de ese género más amplio y con límites más difusos que sería el del cine negro y que se vertebró de manera especial a partir de este cine de gángsteres primigenio. El mundo les pertenecía, allá en la década de los treinta.
Francis Coppola reinventó el género con El padrino, y desde los años setenta, el género gangsteril sigue produciendo películas. Directores como el irlandés John Boorman y los nortemaricanos William Friedkin, George Roy Hill, Sergio Leone, entre otros, continúan con la tradición de presentar personajes que se contradicen entre su condición delincuencial e individualista y generosa y humana. Este mes, OCHOYMEDIO presenta una selección de grandes películas del género de gánsgsters, arrancando con el clásico The Public Enemy(1934) de William A. Wellman, y continuando con Point Blank(John Boorman, 1967), The French Connection(William Friedkin, 1971), The Sting(George Roy Hill, 1973), Once Upon a Time in America(Sergio Leone, 1984), la comedia Wise Guys(Brian de Palma, 1986), The General(John Boorman, 1998), Sexy Beast(Jonathan Glazer, 2001) y la nueva cinta de Ridley ScottAmerican Gangster(2007).
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