Por Camilo Luzuriaga
La cantidad de votos para una función pública, el número de ejemplares vendidos de un best seller, la cantidad de entradas para ver un filme, el número de reproducciones, suscriptores, “amigos” y likes en las redes sociales, dan cuenta de un nuevo poder de convocatoria de miles de millones de youtubers que “suben” contenidos al internet todos los días, a toda hora: miles de horas de nuevo contenido por minuto.
En 2017, el número de canales en YouTube superó los 1.000 millones. Es decir, un canal de difusión por cada siete habitantes del planeta. La inmensa mayoría de los titulares o “propietarios” de estos canales son jóvenes y niños que se dirigen a su público, constituido por lo general por su familia, su comunidad o grupo de amigos. Y siempre, casi siempre, también por anónimos seguidores de las redes del mundo entero.
Casi todos son chicos que hablan a la cámara reflexionan sobre algún comportamiento social, representando ellos mismos la situación que comentan, conforme al modelo inaugurado por el chileno Germán Garmendia en 2011, desde su canal Hola soy Germán, el número siete de convocatoria en el mundo y el primero en habla hispana.  
La película de EnchufeTV
A fines de aquel año, motivados por la avidez de entrar en el circuito profesional tan pronto acabaron sus estudios en INCINE –Instituto de Cine y Actuación –, para saltarse los tediosos concursos por fondos estatales, los prolongados ciclos de desarrollo de proyectos de largometrajes y su difícil financiamiento, y luego de haber sido negados por algunos canales de televisión para emitir la serie que ya estaba en camino, cinco estudiantes de INCINE emprendieron la producción y difusión de lo que llamaron “sketches”: cortos de ficción breves que subieron semanalmente –y desde entonces– a su canal de Youtube.
“Hemos hecho al revés. Primero hemos conquistado una audiencia, ahora vamos a hacer películas para que las vean desde las butacas de cine […] porque es más fácil empezar construyendo bien un arco dramático de 3 minutos, para después poder construir bien uno de 100 minutos, que corresponde a un largometraje.”
Dijo entonces Jorge Ulloa, fundador de EnchufeTV y director de Dedicada a mi ex. Les ha tomado ocho años cumplir con su objetivo.
Una semana después de su estreno en México –el país de mayor convocatoria de EnchufeTV–, y a día seguido de estrenarse en Colombia y Perú –los países que siguen en el ranking de convocatoria del canal– se estrena en Ecuador Dedicada a mi ex, la tan esperada “película de EnchufeTV”, como la llaman sus fans.
Fiel al gusto que cautivó a su audiencia, la película sostiene y maximiza todas las claves y guiños de lenguaje que el colectivo de cineastas desarrolló durante ocho años de programación sostenida: el estilo de EnchufeTV, parodia desparpajada de todos los poderes, incluido el poder de los padres, de las iglesias, de la educación, de las instituciones del Estado, del discurso correcto, de la inclusión, de los respetos y derechos. Y, sobre todo, parodia del poder de los medios de comunicación y del cine, del todopoderoso cine de Hollywood.
Parodia de comedia romántica
Desde el título de la película se parodia. –Dedicada a mi ex– el filme parodia el género de cine del cual se burla: la historia de amor en clave de “ja”, o comedia romántica, como la llama su director. Como la parodia funciona por copia, la película cumple con empezar presentando a alguien que padece de falta de amor, el personaje que interpreta el super actor Raúl Santana: un personaje a todas luces ridículo, necio y ciego, incapaz de ver lo que todos –parodia del enamoramiento–, su ex ya no quiere saber nada más de él, nunca más. Como en la comedia, Ariel es un personaje discapacitado para la lucha, para conseguir su objetivo de recuperarla. Entonces, siguiendo la forma de la historia de amor, el tan esperado suceso de “chico conoce chica” es ridiculizado con el encuentro –imposible de creer y “face to face”– en hiper cámara lenta que, de pronto, justo en el instante de un leve roce de labios entre Ariel y Felicia (Nataly Valencia, ícono de Enchufe), cambia bruscamente a cámara ultra rápida que rompe el encanto del potencial romance, para disfrute de toda la audiencia que se ha instalado ya, y plenamente, en los códigos expresivos.
Lo que viene después es el romance, que en la película es la tan esperada posibilidad que la ridiculez del protagonista amenaza con destruir en cada momento y que, sin embargo, fiel al género parodiado. El final del filme entrega al espectador a borbotones: el amor lo puede todo, incluso la renuncia a sí mismo. Y, para colmo, ya una vez terminados los créditos de cola, el filme parodia las sagas de Hollywood que prometen al espectador una segunda entrega, cosa que Jorge Ulloa no hará, porque su filme es una farsa.
A gran distancia de la farsa costumbrista tan popular en Ecuador –con la producción de TCtelevisión como modelo–, la farsa de Ulloa –¿cómo llamarla? ¿farsa cinematográfica?– adquiere un grado de sofisticación y exquisitez, como si de dominar una forma se tratara, de llegar a una cúspide difícil de superar y, por tanto, especie de final de un camino abierto hace ocho años: el camino de la construcción de una forma de lenguaje que parte de una tradición local para convertirse en expresión que se dirije a una generación de niños y adolescentes que crecieron con EnchufeTV, identificados con su incesante incorrección respecto de la cultura y sociedad ecuatorianas. En los sketches las abuelas son desalmadas, las madres maltratan a sus hijos, los niños disparan a los adultos, los novios son infieles, los padres lanzan a los hijos por los aires, los profesores abusan de los estudiantes, los niños matan a sus mascotas, el sistema educativo es fascista, la ley es injusta, las convenciones sociales son huecas y el racismo impera, igual que el machismo. Al negar que existe la corrección en el comportamiento social, la farsa se burla del discurso correcto de la inclusión, de los respetos y derechos: el discurso del poder que se instaló en el país hace diez años.
Y, como cineastas que son, en su tenaz lucha por conquistar un espacio real de convocatoria a un público que no pertenece al cine ecuatoriano y latinoamericano, Touché Films se burla, ante todo, del cine de Hollywood, de su verdadero y sólido imperio sobre los espectadores del mundo. 

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