Por Rafael Barriga
 A splendid time is guaranteed for all.
 De “Sargeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band”
Este verano es de particular conmemoración para la cultura pop. Hace cuarenta años exactamente, en 1967, dos hechos iban a definir para la posteridad la colorida trama de la “cultura joven”: la insurgencia del “flower power” dentro de lo que sería denominado el “verano del amor”, como reacción juvenil norteamericana –en California sobre todo– a la guerra de Vietnam, que estaba desangrando y fracturando a la nación; y la publicación del álbum “Sargeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, que representa tal vez los treinta y nueve minutos más elaborados y henchidos de sensibilidad que realizasen los Beatles en los breves nueve años de su inverosímil carrera musical como formación rockera.
Tiempo de celebración, sin duda, por lo que Ochoymedio y Maac cine dejan por un momento que el pelo caiga sobre los hombros, libres al viento de agosto, y ofrecen un pequeño festival con documentales sobre el Rock –algunos de muy reciente elaboración–, varios conciertos en DVD de héroes mundiales del género, y tres conciertos en vivo de bandas locales –dos en Guayaquil y uno en Quito (ver recuadros)– para celebrar este tiempo que se presenta apto para las extravaganzas.
El Rock ha tenido el rol de proveer, hasta el día de hoy, color local, histórico o social en las historias contadas por el cine. Menos numeroso, por cierto, ha sido el producto de las historias propias del mundo e imaginario del Rock. De la primera tendencia se han de mencionar un par de cintas de Elia Kazan, Al este del Edén (1954) y Rebelde sin causa (1955) en donde la música –clásica orquestación hollywoodense– tiene ligeras tintas de Rock, Rhythm & Blues, y Bluegrass. Mucho más evidentes en el uso del género, y a medida que el Rock se constituía en fuerza de trasgresión en el mundo de la década de los sesenta, son las cintas Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) –donde la música de Jimi Hendrix, Steppenwolf y The Band acompaña a las fumantes travesías de Hopper y Peter Fonda en sus choppers– o Zabriskie Point (Antonioni, 1971), donde la música de Rock sinfónico, casi ambiental, de Pink Floyd va de acuerdo con una postura más sofisticada y política de la juventud californiana de la época.
El Rock ha sido la banda sonora de las películas de varias épocas. Dos ejemplos monumentales: Apocalypse Now (Francis Coppola, 1974), en donde la música de Creedence Clearwater Revival y los Rolling Stones sirve de contrapunto polifónico perfecto para un clima de guerra especialmente enrarecido por la surreal y mítica puesta en escena; o Mean Streets (Martin Scorsese, 1973), en la que el director muestra, siendo él mismo un fogoso apasionado del Rock, cómo el género forma parte de la banda sonora de la vida, dando sustancia al consorcio de imagen y sonido. Aparte de estas, muchas otras grandes, medianas y pequeñas películas usaron el rumor rockero para los fines ulteriores: El graduado (con música de Paul Simon, 1967), Friends (Elton John, 1970), McCabe and Mrs Miller (Leonard Cohen, 1970). Poco después, se usó de forma prominente el sonido del Rock más comercial, junto con lo sinfónico e hiper-melódico estilo del metal, en películas de machista arrogancia que iban bien con los tiempos de los Reaganomics y del estilo de la señora Thatcher: Flash Gordon (con música de Queen, 1980), Top Gun (1986), Rocky IV (1987). En ese momento, virtualmente cada filme de Hollywood incluía bandas sonoras completamente rockeras. Se hizo un gran negocio comercializar al mismo tiempo en las tiendas de discos los álbumes con las bandas sonoras.
Por supuesto, la ecuación Rock = energía glandular adolescente se estableció con mucha firmeza en lo que parecería una interminable saga que mezcla la diversión con la pandilla, el baile y lo subcultural, en películas sobre el Rock, que tomaron forma de musicales, semi-musicales, documentales (y seudo documentales): Kid Creole (1958), Fun in Acapulco (1963), A Hard Day’s Night (1964, con los Beatles), Hair (1969), Tommy (1975, con The Who), Nashville (1975), Rock Follies (1976), Saturday Night Fever (que inició el movimiento de la Travoltada, 1977), Grease (1978), Quadrophenia (con The Who, 1979), Fame (1981), Flashdance (1983), Desesperadamente buscando a Susan (1984, con Madonna), Sid and Nancy (1986, con the Pogues), The Commitments (1991), entre muchas otras. Aquí, el Rock se forja con vida propia, su música es, en si misma, el centro de la narración, junto con las constantes que hacen del Rock un icono cultural: el desarraigo de una nueva generación, un sentimiento de rebelión juvenil, menos político pero más cultural.
La política si que entrará al cine de Rock de la mano de la psicodelia. Al mismo tiempo que la cultura juvenil ponía sus alas a volar, envuelta en un resplandor de ácido y marihuana, creando toda una florida estética hiperbarroca, gritaba con fuerzas sobre la necesidad de hacer el amor y no hacer la guerra. Los documentales capturados a la manera del Direct Cinema o cinema veritépor parte de realizadores como los hermanos Maysles (en el caso de Beatles First U.S. Visit de 1965 y Gimme Shelter de 1968) y de D.A. Pennebaker (Don ́t Look Back, con Bob Dylan, y Monterey Pop de 1969) y, de manera determinante Woodstock (Michael Wadleigh, 1969), aludieron a un estadio de profunda vinculación con lo político, o con la protesta política en todo caso, que se manifestaba en música y actitud rockera. De hecho el Direct Cinemaencontraría tierra muy fértil para su consolidación en las formaciones rockeras que eran filmadas. El carisma ,la cancha, la trivialidad de bambalinas cruzada con la espiritualidad casi filosófica de las estrellas de Rock, los hacían personajes de cuatro costados, emocionantes individuos que pronto, a base de cocaína y anfetaminas, entrarían en el reino de los cielos. Mitológicos. Pero esto solo sucedía porque los realizadores, y sus películas, hablaban prioritariamente de la cultura Rock y sus alteraciones propias. Cuando las estrellas de Pop y de Rock se las daban de actores, en películas que les procuraban a sus personas públicas capacidad ficcional, todo ritmo, carisma y aplomo que tuviesen, se venía abajo sin piedad. Hay sólo muy pocas colaboraciones exitosas entre el Rock y el cine, y esto es por la dificultad de acuñar a la estrella de Rock promedio en la esencia de la narrativa cinematográfica. El Rock no es un arte sutil, es un asunto más grande que la vida misma, y la estrella de Rock es por atributo un individuo que sobreactúa con un histrionismo magnánimo. Aquello no calza en un arte, el cine, que requiere contención actoral, puro control mental y corporal.
Es posible que a pesar de todos estos varios usos del Rock en el cine, la mayor contribución del género a la cultura visual sea su aparente reticencia a subordinarse a cualquier narrativa visual. Ya las películas de Dick Lester con los Beatles establecían que la música determinaba la cualidad e intrepidez de las imágenes. De esta manera aquí hay una “visualización de la música” en lugar de una “sonorización de la imagen”. Así, otros filmes de los Beatles como Magical Mystery Tour (1967) y Yellow Submarine (1968), y The Wall de Alan Parker a partir de la obra cimera de Pink Floyd (1979), serían no solo importantes por la visualización de la música, sino que darían antecedente al género del video musical, que sería popularizado por la cadena de cable MTV desde mediados de los años ochenta. Así, con la reducción al formato corto, de acceso masivo mediante televisión –y hoy también mediante el éter–, cualquier banda podría tener su propia “pequeña película”. Ya no sería necesario, para entrar en el mundo audiovisual, hacer una película real. La obligación comercial para aquello estaba resuelta con el MTV. Pero, como siempre, las cosas del Rock –y las del cine también– no terminarían allí en la caja tonta de la TV, en el Tótem de fin de siglo. Irían todavía de la mano, con sus ocasionales fisuras y reyertas, por los siglos de los siglos.

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