Por Christian León
Tarde y en el lugar equivocado
Crecí cuando las salas de cine estaban desapareciendo en Quito. Atrás quedaba la gloriosa época del Bolívar, el Capitol, el Alhambra, el Fénix, las grandes salas con centenares de butacas; cuando en la cartelera comercial se estrenaba Fellinni y Bergman y el Cine Club Universitario, al mando de Ulises Estrella, agrupaba 2 mil miembros. Una a una, las salas de cine iban cerrando o transformándose en templos evangélicos, mientras tiendas de alquiler de video, pringosas y poco surtidas, empezaban a proliferar. Los cinéfilos hacíamos lo imposible para conseguir cintas raídas de BETA o VHS de El tambor de hojalataBetty Blue o La última tentación de Cristo. De los clásicos ni hablar, solo era posible verlos en funciones televisadas de trasnoche, en la Cinemateca o ASOCINE.
En ese contexto de escasez cinematográfica,  los cinéfilos nos agrupábamos en una especie de sectas casi clandestinas para asistir a funciones, intercambiar casettes y charlar. El hambriento cinéfilo que habitaba en mi decidió convertirse en crítico, como una forma de hacer pública una pasión íntima, pero sobre todo continuar devorando cuanto material audiovisual sea posible. En una revista juvenil del desaparecido Diario Hoy, escribí mi primera nota, era sobre Crash, del gran Cronenberg. Entré a trabajar en la Cinemateca, como programador del Cine Club con un objetivo secreto: acceder al magnifico y avejentado estante repleto de Betamaxs con clásicos norteamericanos y europeos que no se los conseguía en otra parte. Abrazado al estante, durante unos buenos años, intenté ponerme al día y devoré como loco Hitchcock, Hawks, Wilder, Welles, y por su puesto, Wajda, Antonioni, Godard, y otros infaltables europeos del canon cinematográfico.
Por aquel entonces tenía la sensación de haber llegado tarde y al lugar equivocado. Pensaba que la gran cita cinéfila había acontecido hace algunas décadas atrás y en otras latitudes más cosmopolitas que mi espesa y municipal ciudad.
En mi sofá
Hace unos meses, recibo una invitación para participar en el comité de preselección de los Premios Fénix, una especie de Oscar iberoamericano. Los Fénix me dan acceso a Festival Scope, una sofisticada plataforma de cine bajo demanda destinada a críticos, programadores y jurados. Me instalo en el sofá de mi apartamento. Solo. Sin salir de casa, viajo al Festival de Taipéi, a Lorcano o a la Berlinale. Miro de un tirón Cavalo Dinheiro, Thanatos, Drunk y El abrazo de la serpiente, filmes recientes de Pedro Costa, Chang Tso-chi y Ciro Guerra. En un duelo solitario con mi Sony Bravia, degusto, pondero, reflexiono.
Un día en el que deploraba la cartelera cinematográfica quiteña, mi amiga Karocha, quien vive en México, me dijo que en estos tiempos ya no está permitido quejarse de la escasez cinematográfica, “te bajas la película, le pegas los subtítulos y listo”. Efectivamente, corren tiempos distintos para el deseo cinéfilo que no distingue entre el consumo legal y el pirata. Nunca, como hoy, hubo tanto acceso películas de distinta procedencia, carácter y estilo. Primero fue el mercado informal de VCD y DVD, que puso al alcance de todos videotecas que antes estaban en custodia de cinematecas, archiveros y especialistas. Luego vinieron las plataformas para compartir películas vía internet, como E-Mule o Pirate Bay. Ahora es el turno las plataformas de video bajo demanda estilo Netflix, Mubi o Filmin. Ciertamente la industria cinematográfica a nivel global está más concentrada y homogenizada. Sin embargo, soplan nuevos aires para una cinefilia renovada…
Según algunos autores, la cinefilia es un fenómeno del pasado, asociado al canon euro-americano, la pantalla gigante y la discusión colectiva. Mi opinión es que las actuales condiciones de circulación y consumo audiovisual están generando condiciones para una nueva cinefilia, si entendemos a esta como la actitud apasionada de conocimiento y amor al cine. ¿En qué consiste esta nueva actitud?
La definiría con cuatro palabras: descentramiento, fragmentación, eclecticismo, individualidad. En primer lugar, el canon euro-norteamericano ha perdido su fortaleza, hoy son cada vez más importantes y apreciables autores y películas de África, Asia y América Latina. En segundo lugar, la experiencia audiovisual está fragmentada en una multiplicidad de pantallas, televisión, ordenador, tablet, celular. Atrás quedaron los tiempos de la única y gran pantalla. En tercer lugar, el cine de autor ha dejado de ser un dogma para el cinéfilo contemporáneo: vale igual un Bollywood, el gore, la serie b, el cine de luchadores, el anime, los seriales televisivos. Finalmente, a diferencia de la época de los cineclubes, en la actualidad el cinéfilo no apuesta a un canon colectivo, sus gustos y preferencias son tan individuales como él mismo. Si antes el interés estaba en las películas o los autores, ahora parecería que quién manda y decide es la mirada del cinéfilo.
Recuerdo mi época de formación, cuando con un grupo de amigos llegábamos sin aliento a la Cinemateca en procura de los filmes imperdibles que no volverían a pasarse nunca más. Recuerdo el listado de nombres sagrados de los directores incuestionados, todos hombres por su puesto, que uno tenía que ver para poder considerarse culto. Si tendría que elegir, ciertamente, me quedo con la segunda temporada de Orange is the New Black, eso sí, vista de un tirón en la comodidad de mi sofá.

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