Por: Sandra Araya*
¿A cuántos nos han dicho “gordita”, “gordito”, “chanchito” u otro apelativo que tenga que ver con un animal y que oscile entre lo gracioso y lo tierno? ¿A cuántos no? Y la siguiente pregunta sería ¿a quiénes realmente les gusta que les digan de una u otra manera? Hasta la ternura puede disfrazar un momento de dolor para otros.
Cerdita, la tremenda película de Carlota Pereda, no sólo nos habla de los eufemismos, de la ternura que atosiga, sino también, y obviamente, sobre la mala costumbre de opinar del cuerpo del resto. Además, de cómo moldeamos, hasta trágicamente, nuestra personalidad, basándonos en esos comentarios.
Sara (Laura Galán) es una chica con sobrepeso, sí, pero no sólo a nivel físico. Para colmo de “males”, en un pueblo chico que no se identifica, es la hija de los carniceros. Así, que Sara tenga sobrepeso y trajine con animales muertos la hace merecedora del mote “cerdita”. Ella no dice nada en casa, y tampoco quiere salir “como los demás chicos”, como sugiere el padre. Es que ella, lo sabe, y se lo hacen sentir a cada momento, no es como el resto. Sara calla, como muchísimos niños y jóvenes en situación de acoso, y se desencadena la tragedia: un plato servido hacía rato en la vida de ese pueblo, pero que no se enfrió nunca ni como una venganza de Sara ni como un elemento de “justicia”.
Este pueblo chico en España podría llevar cualquier nombre, y sus personajes, rurales, algo hoscos, bastos, de seguro bebieron de la tradición del subgénero slasher: los personajes de Texas de Tobe Hopper parecen trasplantados a alguna hondura ibérica, pero sin estridencias. La realidad también puede ser brutal. Así, nos vamos enterando de esta trama que parece sencilla y hasta común, pero que esconde mucho por decir.
Luego de que un grupo de chicas acose hasta casi ahogar a Sara en la piscina del pueblo, esta regresa en bikini, caminando, y encuentra una furgoneta donde un desconocido (al que ya había visto en la piscina) se lleva prisioneras a las acosadoras. Sara oscila entre el miedo y el natural, sí, natural impulso de dejar que sus maltratadoras se jodan. ¿Es más fuerte el miedo que el resentimiento o viceversa?
En realidad, Sara siempre ha vivido con miedo. Mostrar el cuerpo la aterroriza. Encontrarse con chicas de su edad, incluso con antiguas amigas, la aterroriza. Que entren a comprar carne o vísceras al local de sus padres, la aterroriza. Que su madre o padre descubran esta suerte de vida secreta entre el miedo y el rencor la aterroriza también.
El mundo, para Sara, es un lugar hostil, y si bien cuando niña pudieron desdibujarse los excesos familiares, las burlas, todo embozado en la ternura, con los años cualquier buena voluntad se va destiñendo. La madre la trata tierna y estricta a la vez, y eso a Sara la mata: no es una niña, no quiere ser una niña, quiere ser una joven mujer. Pero a esa joven mujer no se le permite serlo, porque su cuerpo no es el “correcto”.
La audiencia, entonces, espera que Sara tome una decisión: que se quede callada y se convierta en figura abyecta, que sea cómplice o incluso amante de este asesino desconocido, o que hable y participe activamente en el rescate de las chicas, quizás integrándose así a la pequeña sociedad que la rechaza.
De hecho, sucede que sí, Sara, a pesar del miedo y sus limitaciones, toma una decisión (algo que no puedo decir aquí, por supuesto). Pero no es algo en los extremos del blanco y negro, como podría pasar en una cinta de Hollywood. Hay matices en la decisión que toma Sara, gana y pierde afectos, tiene que hacerse cargo incluso de sus deseos. Como en las decisiones reales. Como en los personajes con cuerpos reales. Mujeres con cuerpos reales. Mujeres que se enfrentan a situaciones horribles, dentro y fuera de la ficción.
Por suerte para “Cerdita”, la actriz principal, Laura Galán, es una mujer que no maneja su cuerpo con miedo. Más bien, siendo ya una profesional, pudo exponerse para provocar el choque en el espectador, ese choque que también es el que sienten los del pueblo, el enfrentamiento con un cuerpo no normado, con un cuerpo que, en el fondo, a todo el resto lo hace sentir culpable.
Cerdita, que nació como un cortometraje, creció y se convirtió en una gran película, aunque quizás no sea para todo el mundo: enfrentarnos a que existen otros cuerpos, otros sentires, y que podemos ser artífices del dolor de alguien más, a través de nuestras opiniones no solicitadas y comentarios o chistes “inocentes”, no es algo que se digiera con facilidad.
Al final, somos nosotros los que estamos siendo juzgados, siempre, desde los otros cuerpos.

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