Por Eduardo Varas
A tus espaldas es una película que suena a retroceso absoluto.
He tratado de darle mucho tiempo de reflexión en mi cabeza a la película de Tito Jara, que lleva el nombre A tus espaldas. Primero porque he preferido buscar las palabras precisas para referirme a ella de una manera justa, y segundo porque he necesitado la distancia para poder percibir de mejor manera lo visto. Ninguna de las dos razones es tan real ahora. ¿Cómo hacerle justicia a este filme que tiene problemas en el desarrollo de personajes, en las actuaciones, en los diálogos y en la historia en sí? (eso sin hablar del aspecto técnico, que tiene en la edición a su peor enemigo). No se me ocurre una manera ecuánime de enfrentarme a esta crítica. A tus espaldas podría estar considerada como una de las peores películas hechas acá, que reproduce uno de los daños más desgraciados que le podemos hacer a la cinematografía nacional: asumir que la nacionalidad es justificación para entender la calidad de un producto o proyecto.
Sí, hay mucha gente que abarrota los cines (incluso al cuarto intento pude entrar a una función), pero eso no significa nada. Mucha gente ve “Vamos con todo” y eso no lo vuelve el mejor programa de nuestra televisión. Hay otros mecanismos ahí. Es más, que la gente vaya a ver la peli, que la haga romper récords de audiencia, eso al menos crearía una industria… pero es importante comprender que crear industria no puede estar peleado con crear obras de calidad.
Hace unos días alguien me dijo que A tus espaldas es la película que el director quiso hacer. Estoy de acuerdo con eso. Pero la visión del director aquí es accesoria e ineficaz porque lo que vemos es un batido de referencias, temas y nula química entre los personajes y sus tragedias. De entrada estamos ante un filme que realiza ‘homenajes’ a cosas como “Cloverfield”, con una explosión tan falsa visualmente, así como cargada de un dramatismo nulo al supuesto conflicto del personaje central, que carga una eterna impavidez que no ayuda a encontrarle sentido a sus dilemas (la telenovela armada por la explosión de la Virgen del Panecillo se me ocurre innecesaria. La próxima vez esa gente que intenta mover todo en el lado de lo conservador debería ver lo que reclama antes, les juro que les ahorraría saliva). Hay evidencias de que filmes como los de la saga de los Ocean’s… (dirigidas por Steven Soderbergh) tuvieron mucho que ver y hasta la propia Ratas, ratones, rateros aparece por ahí para crear algún sentido adicional que no hace falta inferir. Y eso que no les hablo del final de la peli, que utiliza recursos de Saw de las peores maneras posibles.
El problema fundamental de la película, a un nivel de guión, está en que intenta ser muchas cosas y eso diluye la historia. Como diría mi abuela; “Ni chicha ni limonada”, y como diría la máxima bíblica: “Porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. A tus espaldas se ha vendido y ha intentado, de entrada, desarrollar una premisa alrededor de la identidad y las taras sociales en una ciudad tan clasista como Quito (donde el norte y sur están tan diferenciados, al menos en el discurso). Este conflicto social está en la cabeza de Jordi, tan metido en él que terminamos por no comprender el por qué de ese enfrentamiento “norte y sur” en el mismo filme. Siendo sincero, esta dicotomía solo es comprensible para gente que vive en esta ciudad y lo entiende. Punto. De golpe, el niño pequeño que vive en el sur se queda sin mamá porque se va a España a buscar mejor futuro para él y en una elipsis extraña (donde deberíamos entender las ventajas sociales que se dan para él y su abuela por el sacrificio de la migrante) ya lo descubrimos viviendo en el norte. Ese paso, ese transcurso, ese supuesto progreso social queda en lo supuesto, en lo que se debería entender como obvio. A tus espaldas tiene serios problemas de verosimilitud. Y eso que prefiero no referirme a uno de los peores momentos de la película, cuando un Jordi ebrio (interpretado por el músico Gabino Torres) realiza un monólogo (¿era un diálogo con la Virgen del Panecillo?) en el que hace referencia al progreso del sur, lanzando por la borda la premisa con la que se originó la película.
De pronto, ese conflicto mental desaparece y lo que llega es una historia de pareja, donde Jordi se enamora de Greta (interpretada por Jenny Nava) y esa relación, que se convierte en eje de batallas con superiores en el trabajo (y las escenas telenovelescas que van de la mano) es la que va a generar los coqueteos con el género de las “Heist Movies”: hay un golpe maestro con el que conseguirán mucho dinero y vemos cómo lo hacen. Este es el mejor momento de la película, sin duda aquí uno empieza a sentir que las cosas pueden ser más interesantes y que el director ha querido burlarse de la idea alrededor de la división de clases en Quito. Pero Jara hace el ejercicio de lanzarnos el ladrillo en la cabeza y nos dice: No, esta película es mejor si regresamos al drama de la identidad y de esa esquizofrenia por querer aparentar lo que no se es. ¿Por qué? Todavía me lo pregunto. Las decisiones argumentales de la película exigían un mejor elenco, porque lo que sucede al final es tan sutil que hacía falta algún actor que con un simple gesto nos hiciera entender qué estaba pasando con él.
Además, nunca había visto en una película con tantos auspicios (nacionales e internacionales) y que decidiera dejar una escena de sexo de tan mala calidad en su montaje final. Si hasta parece que los personajes lo que sintieran realmente es repulsión el uno por el otro.
A nivel técnico tiene muchas imprecisiones. Su ritmo es extraño: a veces va bien, en otros momentos todo se pone lento y de golpe hasta hay decisiones de edición que rememoran a capítulos de CSI (con el uso de cámaras rápidas). La gratuidad como camino, que en todo caso pudiera ser algo bueno, cuando funciona en niveles estéticos importantes y generan un sentido a posteriori. La fotografía no es la mejor (aunque esas tomas iniciales y de transición que recuperan ciertos espacios arquitectónicos de la ciudad son muy buenas) y eso se evidencia en esos planos en los que hay dos personajes interactuando: uno de ellos siempre aparece como violentado, incompleto o innecesario. Hago una relación sencilla en esto del plano con la escritura, pues para mí la fotografía es un buen párrafo en un texto, que te va marcando el cómo y te vuelve atractiva, interesante, novedosa y hasta lúdica la experiencia de ese objeto. La mala fotografía es como si Tarzán estuviera escribiendo un texto: Yo subir y tú darme razón porque sí.
Estoy siendo muy duro, pero la verdad es que quizás esta película se lo merezca más que otras. No se trata de generar una cinematografía incorruptible y a prueba de errores. De lo que se trata por acá es de entender que el cine debe contar bien una historia y al no hacerlo así, todo se cae. A tus espaldas es una película que suena a retroceso absoluto. Ya tenemos más de 10 años del estreno de la primera película de Sebastián Cordero (se puede decir mucho de Ratas, ratones, rateros, pero no se puede negar del control de la historia, de eso que se quiere contar y de cómo, usando a su favor temas de la identidad, pudo incluir reflexiones acerca de lo que es ser ecuatoriano y las diferentes regiones sin volver panfletaria su intención) y lo que pasa con la filmografía nacional ya empieza a rozar lo lamentable. No puede ser posible que a 80 años de la famosa “Generación del 30” de nuestra literatura, existan cineastas con el deseo de explorar caminos ya recorridos de mejor manera y no ser capaces de controlarlos. El cine se trata de control, fundamentalmente.
En papeles podría ser que A tus espaldas funcione. Uno podría aproximarse a un sentido de historia y motivaciones al analizar lo que pasa: el niño que debe sufrir por la migración y que gracias al dinero que le envían cambia de perspectiva. Pero de pronto todo cambia y nos encontramos en una relación amorosa (y parásita) que lo lleva a ser parte del “golpe maestro”. No es un problema cambiar o incluir una nueva historia en una película (hay ejemplos magistrales, uno de los más recientes es Clint Eastwood con su The Changeling, que de un momento a otro te lleva por otro camino y te mezcla dos historias con maestría… Bueno, Eastwood es Eastwood). El problema es hacerlo con un conjunto de retazos que saben a temas, a cosas que se van poniendo, una tras otra, sin un intento final por ensamblarlas de mejor manera. Estampas quiteñas, en definitiva.
Igual recomiendo que la vean, que sean críticos y que reconozcan por qué se ríen de lo que pasa en pantalla. ¿Es realmente gracioso o les sucede algo cuando se reconocen en la pantalla? El cine merece incentivo y si uno va a la sala de cine lo está haciendo, pero no es lo único que se puede hacer para ayudar a que todo funcione de mejor manera.
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