Por: Gabriela Paz y Miño
Un director de cuarenta y tantos, capaz de desnudar con sus películas a una sociedad- aun en sus aspectos más sórdidos y vergonzantes- pero que no tiene entre sus planes cercanos la idea de exponer su humanidad, ni literal ni metafóricamente, frente a una cámara. Y una directora de veinte y más, protagonista de su corto más conocido, en el que se desnudó por dentro y por fuera, pero que confiesa no sentirse capaz de hacer un cine “tan social” porque “simplemente no sabría cómo”.
Esos dos personajes, (Sebastián Cordero y Ana Cristina Franco) aceptaron la invitación para sentarse frente a frente y hablar de cine, de su cine. Fue el viernes 16 de enero, en Ochoymedio, como parte de la muestra “40 y 20”, que reúne, por parejas, a directores de larga trayectoria con otros más jóvenes, para hablar de sus primeros cortos (ese es el pretexto; a partir de ahí, el diálogo da giros, a ratos previsibles, a ratos inesperados). La charla de Cordero y Franco fue la segunda de la serie. Arrancó oficialmente a las 20:00 de ese viernes cuando, con el fondo de “40 y 20” del Príncipe de la Canción, ambos cineastas subieron al escenario, invitados por Lucas Taillefer, programador de Ochoymedio. Pero en realidad, la conversación se inició minutos antes, en el balcón de la sala 1. Desde allí, Sebastián y Ana Cristina -whisky en las rocas de por medio- vieron, seguramente por enésima vez, sus primeros cortos, y los comentaron.
Ya frente al público, los dos directores fueron confrontados con sus primeros trabajos (en el caso de Ana Cristina, realmente se trataba de su tercer corto: Queremos tanto a Helena). Ese viaje a los inicios dio la pauta para algunos descubrimientos, o más bien constataciones. “Viendo Ofertorio, me di cuenta que he dado toda una vuelta para volver al principio”, dijo Cordero. “Después de ese primer corto, hasta llegar a Pescador, todas mis películas fueron bastante controladas. Pescador fue una película liberadora, en ese sentido. Ofertorio también fue un poco eso: algo así como esculpir. Tener todo el material en la mano y pensar: ¿qué hago con todo esto?”. También fue, contó el cineasta, una experiencia de fuerte impacto emocional, pues las imágenes y los sonidos remitían a la memoria de su hermano Juan Esteban (las escenas de la Basílica, donde él está enterrado, la música compuesta por él…)
Para Ana Cristina, en cambio, el corto Queremos tanto a Helena, que llegó a varios festivales internacionales y fue una suerte de despunte oficial de su carrera, cuando ella aún era estudiante del INCINE, es ahora “una cruz”. Una cruz, porque ella quería decirlo todo, con todos los lenguajes, como en todo trabajo inicial. “Al final, terminé haciendo lo que más me divertía”. Actuó y dirigió (de ahí, esos bizarros momentos en que un directora desnuda y exasperada daba indicaciones a sus compañeros de reparto). Queremos tanto a Helena fue, además, el momento definitivo para decir adiós a todas las convenciones y formas, en un personaje que, asegura Ana Cristina, todavía le persigue.
De sus trayectorias, de sus elecciones, de sus lenguajes y hasta de sus miedos hablaron los cineastas, guiados por Taillefer. También, del entorno que escogieron para aprender el lenguaje que ahora los define. “Yo sentía que aquí (en Ecuador) empezaba a pasar algo. Era como explorar un territorio virgen”, dijo Ana Cristina en relación a su decisión de quedarse en Quito, estudiando cine. “Yo entendí que lo que importaba era el oficio”, confesó Sebastián, que eligió Los Ángeles, EEUU como escuela. Así, por aguas mansas, transcurría el diálogo, hasta que desde el público, en calidad de infiltrada, la directora de Ochoymedio, Mariana Andrade, lanzó una pregunta provocadora, (como no podía ser de otra manera). ¿Qué cosas no les gustan, para nada, del trabajo del otro? ¿Trabajarían alguna vez juntos? Y resultó –se supo cuando respondieron- que Ana Cristina Franco y Sebastián Cordero ya han trabajado a cuatro manos. “¿Puedo decirlo?”, preguntó Sebastián a su colega. “Fue cuando hicimos los guiones de la campaña política de Ruptura 25”. Entonces, Ana Cristina descubrió que el director de Europa Report lo veía todo, y desde el principio, “en imágenes”. Y que en sus guiones siempre había un subtexto, a veces más consciente, a veces menos, con fuerte contenido de cine social. Fue ahí también, cuando ambos empezaron a intuir la diferencia esencial entre los dos: ella se desnudaría –ya se desnudó, y en el sentido más amplio del término- frente a la cámara. Y él, que ha guardado por años su único guión de tinte personal y “que odia su voz y odia como habla”, jamás “exacerbaría esa experiencia”.
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