Por Daniela Alcívar Bellolio
Western, brillante cinta francesa de 1997, dirigida por Manuel Poirer, es una de aquellas películas inolvidables que el tiempo las hace más grandes.
Bellolio Western inicia como un filme clásico: dos personajes se encuentran por azar y el curso de los acontecimientos, tal como podemos imaginar que venían presentándose, cambia repentinamente. Nino, un joven y poco agraciado inmigrante ruso que vaga por Francia, logra que Paco, un vendedor de zapatos catalán, lo recoja en la ruta. Poco después le roba el auto. Paco, solo y ofuscado, es a su vez ayudado por Marinette, de quien muy pronto se enamora.
En este punto los mecanismos clásicos de narración cinematográfica son perfectamente reconocibles: un cambio brusco en las circunstancias detona una serie de situaciones que posibilitan una narración llena de acontecimientos relevantes: robo, pérdida del empleo, nuevo enamoramiento. Sin embargo, Western abandona rápidamente el sistema que parecía haber adoptado desde el inicio. Pronto estos personajes se descubren en sus ambigüedades y en su errancia: Paco y Nino se harán buenos amigos, Marinette pondrá a prueba su relación con Paco y se iniciará un viaje en el que los conflictos –entendidos como puntos nodales que facilitan una narración clara y de fuerzas opuestas con fuerte carga moral– están disueltos en un tiempo laxo y una especialidad casi indiferenciada.
El viaje en esta película se despliega en paisajes que hablan más de la interioridad de los personajes que de los espacios físicos que recorren. Poirier evita de modo sutil e inteligente el mero catálogo de espacios pintorescos para escenificar un estado interior de los viajantes, que con cada paso que dan ponen de manifiesto la incertidumbre y la carencia de razones de aquel errante del que hablaba Baudelaire en Le voyage: “Pero son los viajeros de verdad los que parten / por partir; corazones ligeros como globos, / de su fatalidad ellos nunca se apartan / y sin saber por qué: “¡Vámonos!” siempre dicen.”
Cada pequeño pueblo y los largos caminos por el campo, los lugares de descanso, los hoteles baratos y los refugios para indigentes ponen sobre la mesa una serie de conflictos profundamente humanos, alejados de todo lo que la industria cinematográfica ha impuesto como lo trascendental. Western rechaza los grandes temas y mira con ironía los sistemas tradicionales de constitución de los personajes. La frustración sentimental de Nino nunca llega a ser demasiado trágica, pues eventualmente alguna chica se acuesta con él, y la angustia de Paco por la ausencia de Marinette es por lo menos inconstante, ya que no rehúsa encuentros sexuales esporádicos con otras mujeres y poco antes del fin de su viaje cree haberse enamorado de Nathalie, la madre de cinco hijos que se siente atraída, paradójicamente, por Nino.
El humor se presenta en esta película también de modo poco convencional. Nino y Paco se involucran en actividades bastante absurdas pero asumidas con absoluta naturalidad, como la encuesta para encontrar a la mujer ideal para Nino o el juego de Baptiste, “Bonjour la France”, que introducen instantes de impresionante espontaneidad y constituyen los mejores momentos de actuación. Poirier no teme mostrar las risas de sus personajes ni tampoco sus lágrimas, hace de su película un relato que sorprende por su sinceridad y por lo vital de su concepción narrativa.
La amistad sincera y tierna de Paco y Nino está sellada por el crimen –por el robo– y esto no hace más que fortalecerla y dotarla de una naturaleza atípica que la torna graciosa y verdadera. Western recuerda a ciertas películas de Pialat –Loulou, por ejemplo– en lo que respecta a la libertad moral de sus personajes, que parecen ser capturados siempre en la vida y en el mundo, fuera de cualquier hipotético plató, en momentos no decisivos, conmovedores en su brillante simplicidad. Pero más allá de todo, una fuerza une a Nino y a Paco: el fracaso. Son hombres grises, abandonados o despedidos, que a veces luchan por vencer su condición y otras la aceptan con ironía, y que encuentran en su amistad y en la extraña familia que forman, una especie de soberana redención.

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