Por Fausto Rivera Yánez
Basta un cuarto, aunque esté destruido por la guerra, y el silencio del Otro, para que una mujer pueda existir. Esa mujer habla solo cuando el Otro calla. Recuerda cuando el Otro, al parecer, no podrá hacerlo nunca más. Se satisface con la memoria, con su versión de la historia. Se satisface con su cuerpo, con sus manos cuando el Otro no la ve. Sus monólogos le traen risas y angustias. Le traen verdades y la posibilidad de sentir con honestidad. Su vida comienza cuando la del Otro se va consumiendo lentamente. Esa mujer arde en libertad, se le ve en los ojos, cuando la llama del Otro se ha extinguido.
La piedra de la paciencia, del escritor y cineasta afgano Atiq Rahimi, narra la historia de esa mujer que no tiene nombre, como el resto de los personajes. La guerra, que es el telón de fondo de la película, no solo se ha llevado vidas, familias, edificaciones, sino identidades. Los sujetos de este filme transitan entre los escombros de una ciudad sin nombre que es bombardeada hasta hacerla desaparecer. La ausencia de nombres, en ese contexto, es una metáfora de la extinción total. Todo se ha ido, incluso las formas de nombrar el dolor. Cuando a esa mujer le preguntan: “¿Cómo estás?”, ella repite: “Viva”. Nada más.
Esta película es una adaptación de la novela homónima escrita por el mismo Atiq Rahimi, con la cual ganó uno de los premios literarios más importantes de Francia, el Goncourt. En la adaptación fílmica, el guion lo hizo Jean-Claude Carrière, frecuente colaborador de Luis Buñuel en filmes como El discreto encanto de la burguesía o Belle de Jour. Este dueto logra proyectar un panorama desolador que, sin embargo, recibe leves rayos de luz con una composición visual justa: los colores vivos de la ropa de la mujer en contraste con los de su entorno, por ejemplo. El germen de la historia que narra Rahimi está en lo que le pasó a la poeta afgana Nadia Anjuman, quien fue asesinada por su marido, quien luego trató de suicidarse inyectándose gasolina en las venas, y quedó en coma.
La protagonista de la película, interpretada por la iraní Golshifteh Farahani, es una mujer que tiene que cuidar a su marido, el Otro, luego de que él recibe un balazo en la espalda que lo deja en una suerte de estado vegetativo. Sin recursos económicos, pero con una agrietada fortaleza emocional, ella deberá cuidar a sus dos pequeñas hijas y a su marido, quien cuando estaba consiente era aquel hombre avaro de sentimientos y estricto en autoridad; un ser marcado por un sistema patriarcal que le exigía tomar distancias con su esposa, que le exigía ciertas conductas y disciplinamiento sobre el cuerpo de las mujeres. Y, a pesar de esos antecedentes, este se convierte en el confesor de la mujer porque no la puede juzgar, inculpar, someter… Para que ella exista él debe hacer lo contario: anularse. En un gesto que puede sentirse como perverso pero extremadamente emancipador, ella le contará todo, subrayando aquellos episodios de su vida marcados por un erotismo contenido. Su venganza, si acaso la siente así, es con la palabra y el cuerpo. Como Sherezade, que debe narrar historias para sobrevivir, esta mujer deberá hacer lo mismo pero para salvarse de sí misma.

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