Por Orisel Castro
La quinta edición del Festival Internacional de Cine de Quito va a cambiar, como todo, este año.
Vamos a extrañar los encuentros a la entrada del Ochoymedio y de la Cinemateca, los nervios antes de cada presentación, las fiestas para celebrar la comunión alcanzada por ver juntos las películas.
Los comentarios del público y la cara de los directores invitados reaccionando a los halagos de los espectadores o a una pregunta inesperada. La tensión de compartir emociones con el de la butaca contigua y escuchar su respiración. El ridículo cuando se enciendan las luces y me vean con los ojos hinchados. Las partículas de polvo flotando en el haz que ilumina la tela blanca.
El V FICQ va a ser en línea pero va a estar latente todo lo que vivimos hasta ahora, para seguir cuando se pueda. No creo que nada sustituya esa experiencia del cinematógrafo en la sala oscura, la linterna mágica, el encuentro en vivo. Nada puede sustituir al cine como lo conocemos y al que espero que podamos volver cuanto antes.
Entretanto, seguimos. Y vamos a explorar otras formas de traer el encanto.
El festival se mete en las pantallas pequeñas de la vida cotidiana. Los cortos se ganan un lugar más protagónico en la programación. Los proponemos agrupados por temas para guiar a los espectadores en un recorrido que descubre las preocupaciones y la vida de los jóvenes realizadores en estos tiempos. La memoria, el punto de vista, la fantasía, las transformaciones y el deseo, son las constantes de ese cine reciente que se podrá ver en el certamen. Cada día vamos a sugerir un programa de esas piezas breves, pero estarán disponibles durante los cinco días en la plataforma. Además de los iberoamericanos en competencia, volvemos a reunir dos programas de cortometrajes animados para la fascinación de toda la familia. 
Vienen de todas partes, en su mayoría hechos también por jóvenes estudiantes. Hay otra animación que experimenta con técnicas y materiales diversos, que habla sin palabras o en un idioma nuevo.
Presentamos películas con alma y con historia, llenas de colores y sensaciones para despertar la sensibilidad e inspirar que se prueben caminos menos transitados, desde que se aprende a ver y el horizonte se amplía para siempre.
También habrá retrospectiva y aunque la invitada especial no nos visite en carne y hueso, sí estará con nosotros a través del cristal. Haremos foco en el trabajo de la montajista Ana Pfaff, que ha firmado títulos inolvidables que inauguraron y fueron premiados en ediciones anteriores del festival de Quito. Ana estará para hablar de su proceso de montaje en una clase magistral y en un foro con la directora de una de las películas que integran la selección más que entrañable.
Los filmes que oscilan entre la vida y la ficción de la vida, las formas y las duraciones se encargarán de hacernos sentir mucho más cerca y rodeados de más verdad y belleza que la que ofrece el espectáculo de consumo habitual.

Fotograma de Con el viento (Meritxel Colell, España, 2018)

 

Se destacan las miradas femeninas y sobre las miradas femeninas en esta edición. No solo el foco en la montajista y no solo en los cortos, los foros, mesas redondas y charlas cambiarán el punto de vista hegemónico para empujar una subversión necesaria.
Abre el festival una película sobre una vida invisible de mujer y se cierra con una sobre el mítico espectro de la llorona, ahora obligando a ver lo que sigue siendo invisible. Latinoamérica nos atraviesa y nos sacude el cine para mirar de nuevo, para descubrir universos, para sensibilizarnos y dejarnos afectar por las películas.
Para dejarse llevar en este viaje bastarán los enlaces y podrá accederse en todo el territorio ecuatoriano de forma gratuita. Vienen cinco días llenos de coartadas para quedarse con gusto frente a la pantalla y dejar que el cine, a pesar de todo, siga prendiendo una brasita entre tanta penumbra.

Fotograma de La Llorona (Jayro Bustamante, Guatemala, 2019)

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