Por Jan Vandierendonck*
No podemos hablar de la producción cinematográfica belga sin saber algo sobre cómo funciona Bélgica. Bélgica es el frente donde se encuentran las más grandes culturas de Europa occidental, la germánica (en Flandes en el Norte) y la romance (en Valonia en el Sur), esto ha traído consigo un multiculturalismo que se traduce no solo culturalmente sino también políticamente. En este sentido, el multiculturalismo de Bélgica difícilmente puede compararse con el de Ecuador, donde todas las culturas, pueblos y lenguas se entrelazan y viven.
En Bélgica hay una frontera lingüística física entre los francófonos en el sur y los flamencos de habla holandesa en el norte y cada parte del país tiene su propio gobierno y parlamento y la capital Bruselas predominantemente francófona (pero oficialmente bilingüe) que se encuentra en el centro de Flandes de habla holandesa también tiene gobierno y parlamento.
Cada parte del país tiene su propia visión de la cultura, que se refleja en la producción cultural. Por ejemplo, es notable que la producción cinematográfica en francés se centre principalmente en la selección en festivales importantes (los hermanos Dardennes tienen una especie de suscripción a Cannes), mientras que las películas flamencas apuntan a una audiencia o éxito comercial. Por ejemplo, en los últimos años hemos visto pocas películas flamencas en los festivales de Cannes, Venecia o San Sebastián, pero vemos sistemáticamente una película flamenca nominada a los Oscar.
Las películas valonas se coproducen sistemáticamente con productores franceses por el idioma compartido, que por lo tanto tienen acceso al muy generoso sistema belga Tax Shelter (refugio fiscal), mientras que la coproducción entre flamencos y holandeses a pesar de compartir el idioma no aporta tanto comercialmente a sus películas. El sistema de Tax Shelter ha cambiado fundamentalmente la realidad audiovisual en Bélgica porque ahora casi todos los países europeos buscan una coproducción con sus colegas belgas, convirtiendo a Bélgica en una especie de Valhalla audiovisual, una situación que Ecuador también está buscando con su Certificado de Inversión Audiovisual.
Como resultado, los actores más importantes en el campo audiovisual en Bélgica ya no son los cuatro (!) Ministerios de Cultura, sino el Ministerio de Finanzas belga que administra el Tax Shelter. Esto también significa que la producción cinematográfica belga nunca fue tan diversa como la es hoy y eso tiene grandes resultados.
Por ejemplo, los prometedores directores Adil El Arbi y Bilall Fallah, dos amigos de origen musulmán y marroquí, son los cineastas más interesantes del momento, con películas y series de televisión fuertemente cargadas políticamente en Bélgica (Black, Patsers, Rebel, Grond) y producciones comerciales en Hollywood (Bad Boys for life, con Will Smith; Batgirl) y como completo opuesto a Lucas Dhondt con Girl and Close, dos películas que tratan nuevas realidades sociales y emocionales y que además son comercialmente muy exitosas, dando como resultado una nominación al Oscar. Sin mencionar a Felix Van Groeningen que con su última película Le Otto Montagne ha recibido el Premio David di Donatello en Italia para mejor película.
La época en que el cine belga era aburrido e intercambiable ha quedado muy atrás, aunque la producción tiene menos de 50 años, por eso también en Ecuador no debemos tener miedo de no poder competir con nuestros vecinos, debemos hacer y seguir haciendo películas hasta que tengamos una generación que sea tan diversa y hábil que nuestra producción cinematográfica ya no pueda ser ignorada.
A veces un país lejano y pequeño puede ser un ejemplo para hacer nuestro propio camino y fortalecer nuestra fe en nuestras capacidades.
Jan Vandierendonck ex director del ICCA
Eurocine 20 años Cine belga

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