Una aproximación al cine de Bertrand Bonello 
Por Alexis Moreano
1. Lo heterogéneo
En un artículo publicado hace algunos años, el crítico Clément Rauger advertía con razón que cualquier intento de evocar retrospectivamente la obra de Bertrand Bonello “obliga a dar cuenta de la sorprendente riqueza de una carrera a la vez cinematográfica y musical1”. Que un realizador practique otro arte además del cine no tiene, en sí, nada de extraordinario, y las relaciones entre el cine y la música son tan antiguas y profusas que no cabría siquiera recordarlas. Lo interesante, en el caso de Bonello, es que el suyo es un cine trabajado en profundidad, esencialmente, por un pensamiento musical, del mismo modo en que, en retorno, no concibe su música para acompañar las imágenes, sino para generarlas. Bonello es, en suma, músico y cineasta a la vez, y no alternativamente. Es en ese raro acoplamiento, en la búsqueda obsesiva de una improbable síntesis entre esos dos universos heterogéneos que el cineasta ha forjado su estilo y se afianzan la originalidad y la coherencia de su obra.
2. El entre-dos
Nacido en Niza, en 1968, Bonello creció en un ambiente propicio para la apreciación y la práctica de las artes, recubierto del espíritu libertario de la época y rodeado de artistas, escritores e intelectuales amigos de sus padres. Hasta bien entrada su juventud, sin embargo, el cine simplemente no formaba parte de su horizonte. Su relación con la música, en cambio, es prácticamente natural. Se inicia al piano a los 4-5 años, y empieza tempranamente una formación musical clásica que lo destinaba, en un inicio, a una carrera de concertista. Al entrar en la adolescencia, sintiéndose incapaz de sostener el exigente ritmo de la práctica de su instrumento, abandona su vocación original y se reorienta hacia la composición y la dirección de orquesta. Unos años más tarde, el descubrimiento del punk-rock lo aleja definitivamente de la música clásica. Al culminar el conservatorio, Bonello se muda a París donde funda un grupo tras otro, siempre sin éxito. A poco tiempo abandona también la idea de convertirse en una estrella del rock, pero consigue hacerse un nombre como compositor, arreglista y músico de acompañamiento. Durante varios años colabora con las más destacadas figuras del pop rock francófono pero, a pesar del reconocimiento creciente y de ganar bien su vida, se siente cada día más entrampado en una carrera que restringía sus ansias de crear. Una noche, mientras acompañaba a un grupo en un concierto, sintió que su interpretación fallaba y que había alcanzado sus límites en la profesión. Tras una última gira por Canadá, Bonello pone fin a su carrera, se instala en Montreal y decide reinventarse completamente en el cine, un “territorio desconocido” que podría explorar en libertad y en el que nadie lo conocía. Con el dinero ahorrado en la gira adquiere una cámara y, sin pasar por una escuela ni tener experiencia alguna en el oficio, rueda en 1992 su primer cortometraje. No se puede, pues, hablar de una continuidad entre la carrera musical de Bonello y su carrera de cineasta. Es, más bien, tras una serie de abandonos sucesivos, culminando en una ruptura violenta y definitiva, que el cine se le presenta como un horizonte posible y una posibilidad de reconstruirse. Y es sólo desde el cine, con el cine, que consiguió a términohallarsede nuevo y plenamente en la música.
3. La violencia separadora
El cine de Bonello tiene por premisa la oposición entre dos mundos heterogéneos e inconciliables. Uno entra a sus películas como se entra a una pieza musical fundada sobre una disonancia que clama, de inicio, una resolución. Desde las primeras imágenes, el espectador se ve proyectado a un universo intranquilo, agitado en su interior por la confrontación entre fuerzas contrarias que se atraen y se repelen sin cesar, neutralizándose mutuamente en un precario equilibrio que amenaza con estallar en cualquier instante y liberar, de golpe, toda la violencia contenida. De una película a otra, uno tiene cada vez la impresión de llegar en medio de una historia iniciada tiempo atrás, que arrastra en su marcha un conflicto arcaico y todavía irresuelto cuyo carácter trasluce en cada elemento del film : los personajes, los decorados, la banda sonora, el ritmo, la puesta en escena. Todo empieza en la tensa calma de un entre-dos incapaz de resolver por sí solo las contradicciones que lo definen paradójicamente: ni una cosa ni otra, y las dos cosas a la vez. Pero nada es estático, en el cine de Bonello, nada escapa a las leyes del movimiento y la transformación incesantes, todo es susceptible de devenir otra cosa, en cualquier momento. Para quebrar el conformismo paralizante del entre-dos, para abrir camino a la transformación y forzar lo indefinido a definirse, se requiere de una violencia separadora que sólo puede venir del exterior, y que en las películas de Bonello interviene por lo general tempranamente, seccionando tanto los personajes (física o emocionalmente) como la historia (que sólo así puede retomar su marcha) y la película misma. En su primer largometraje, Quelque chose d’organique(1998), la división se produce casi inmediatamente, en el paso del primer al segundo plano de la película. En El Pornógrafo (2001), el quiebre se da apenas más tarde, al igual que en De la guerre (2007) o L’Apollonide (2011), mientras que en Tiresia(2003) y en Nocturama(2016) interviene exactamente a la mitad de la película. En Zombi Child (2019), en cambio, la violencia separadora acaecerá dos veces, una para cada protagonista de las dos historias narradas en paralelo: una al inicio, otra al final.
4. La promesa de la reparación
Resumamos: si en el cine de Bonello el entre-dos es la premisa, la división es el detonador de la historia. Sólo a partir del impacto feroz y traumatizante que la separación conlleva, los personajes pueden por fin empezar a verse tal cual son, y eventualmente aceptarse. Contrariamente a la manera en que trabajan cineastas como Gaspar Noé o Pascal Laugier, no hay masoquismo alguno ni el mínimo regodeo estético en la violencia extrema y apenas soportable a la que Bonello somete a sus personajes (y, consecuentemente, a sus espectadores). Para Bonello, una ética y una necesidad dramática presiden siempre la mostración. El problema no está en qué se puede mostrar o no y hasta dónde (de hecho, sus películas muestran todo en toda su crudeza), sino en hallar el ángulo y la distancia justas para hacerlo. En sus películas, si la ruptura es extrema es sólo porque la vida anterior a su intervención era ya insostenible. Sólo la violencia de la separación abre a los personajes la ocasión de ser, finalmente, ellos mismos. Doble movimiento en el que no hay separación que no implique, a la vez, una promesa de reparación.
5. Historias
Interrogado en una entrevista sobre la manera en que se construye el relato en Tiresia, Bonello decía que “todo pasa por el cuerpo y el dolor”. En esta declaración, que bien pudiera aplicarse a casi cualquier película del cineasta, la primera mitad de la frase importa tanto como la segunda. Todo pasa, porque de lo que se trata es de contar una historia, de pequeños y grandes acontecimientos que en su pasar transforman, a veces dolorosamente, a los personajes que los viven. En el mismo sentido, Sophie Walon2ha escrito que la obra del cineasta “explora obstinadamente los esplendores y las miserias de la carne, poniendo en escena tanto sus aspectos más sublimes como los más abyectos, desde la carne triste o estática hasta los cuerpos jadeantes de placer o desgarrados por el dolor”. Un cine, en suma, que expresa la fascinación del cineasta por los cuerpos en toda su diversidad y “en todos sus estados”: es decir, no sólo los diferentesestados del cuerpo, sino también y sobre todo los estados intermediarios, transicionales, en los que coexisten (al menos) dos estados distintos pero aún indistinguibles. Bonello no se interesa por las figuras plenamente constituidas, su cámara filma la transfiguración, las metamorfosis, la dualidad, la ambivalencia, las mutaciones que afectan a los personajes en su devenir. El cine sólo sabe filmar la materialidad de los cuerpos en el espacio y Bonello, que bien lo sabe, no ve los cuerpos como un simple envoltorio físico de los personajes de un relato, ni como una materia plástica que se puede modelar a voluntad; en sus películas, el cuerpo es el territorio, el vehículo y la forma de expresión más elocuente de una historia. Esos cuerpos diversos, cambiantes, perturbados, son a la imagen del espíritu que los habita y de la historia que les ha dado forma. Bonello sabe sin duda contar historias, pero sólo sabe filmar historias encarnadas.

1 Clément Rauger, « Introduction au travail de Bertrand Bonello », La furia umana, vol. 17.
2 SophieWalon, « Splendeurs et misères de la chair : corps et sensations dans le cinéma de Bertrand Bonello »,, ENS de Lyon, 2013-

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