*Tomás Astudillo, realizador audiovisual
Bruselas, 2006. En mi primer día de clases en la escuela de cine yo anhelaba encender luces y mirar a través del visor de una cámara; para mi decepción, el profesor nos entregó fotocopias de La Especie Humana de Robert Antelme. Este testimonio, escrito en 1947 por un sobreviviente del Holocausto, fue el punto de partida para reflexionar sobre cómo filmar lo irrepresentable. Aquella frustrante semana, solo se prendía la luz del proyector con películas que me permitieron aprender teóricamente cómo cambió la historia de la representación tras la Segunda Guerra Mundial. Una guerra que, hasta ese momento, para mí era tan sólo un capítulo más de una materia del colegio. Una tarde, a la salida de la escuela, una compañera que caminaba en mi misma dirección de regreso a casa tenía lágrimas en los ojos; luego de muchos pasos en silencio en los que me fui contagiando de una tristeza rara, me contó que sus abuelos eran sobrevivientes de un campo de concentración y las clases le habían provocado dolor y removido profundamente el espíritu. Esa tristeza rara era una forma de empatía. Desde ese instante empecé realmente a comprender; mi mirada del mundo y del cine se transformó.
Diez años más tarde acababa de recibir el Nóbel de Literatura el escritor Patrick Modiano “por el arte de la memoria con el que ha evocado los destinos humanos más inasibles…” Y el Óscar a Mejor película extranjera El Hijo de Saúl que renovaba cuestionamientos profundos sobre la representación del Holocausto. Ese mismo año tuve la oportunidad de programar esta película húngara en la Segunda Fractura del Siglo. Pensaba entonces que esta sincronía de eventos eran pura coincidencia. Sin embargo, fue solamente cuando miraba los ojos brillosos de los espectadores durante y después de las funciones, que tomé consciencia de la importancia de traer la Historia al presente. Una vez más, fue la experiencia física frente al otro (o a su lado) que me dejó ver esta Historia, no como sujeto de estudio o parte de la agenda cultural de turno, sino, como la luz de las luciérnagas de la que nos hablá Didi-Huberman, una luz que se apaga pero se vuelve a encender, una luz que resiste, que sobrevive.
Hoy, en enero de 2025, me encuentro editando Elogio a la Memoria. Tengo en mi timeline la voz de un padre que le habla a su hija sobre Shoa, tengo más de treinta películas que se han visto durante una década de la muestra, cada una de ellas cargadas de relatos resilientes, tengo sus bandas sonoras, tengo entrevistas a participantes y donantes; en el escritorio me acompañan los periódicos de la Fractura del Siglo. Por momentos me pierdo en la búsqueda de los planos más adecuados. Salgo a caminar en la naturaleza para darme un respiro del montaje y recuerdo al provocador Jean-Luc Godard quien dijo en Viento del Este “No hay una imagen precisa, es tan solo una imagen”. Entonces entiendo: es una entidad invisible la que teje fotogramas y les otorga vida. Es el espíritu de La Fractura del Siglo con el que me debo conectar. Vuelvo a la pantalla y me propongo crear una correspondencia entre todos y cada uno de los elementos, hallar ese hilo que interrogue no solamente el intelecto, sino que, como toda carta de despedida intente invocar recuerdos y fabricar emociones. Espero sinceramente lograrlo.
Funciones:
Sábado 1 de febrero 19h30