En AMI CINE TEATRO, sala operada por OCHOYMEDIO en Cotacachi, celebramos el nuevo año quichua
Por: Gabriela Paz y Miño.
Sobre la tierra: maíces, uvas, guabas, arvejas, hierbas medicinales, flores, botellas de plástico con ayahuasca, panela, un reloj… En un cuenco, el palo santo que se consume poco a poco, inundado el ambiente con su olor, impregnándose en la piel y en la ropa. Rodeado por una cinta multicolor, el círculo sagrado que contiene la ofrenda. Y alrededor, hombres y mujeres que se unen a las plegarias del yáchac.
Hasta la laguna llegan pequeños grupos o caminantes en solitario. Bajan del monte. A lo lejos se escuchan sus voces y se distinguen los colores de sus camisas bordadas, sus rebosos, sus collares. Los niños van de la mano de sus madres o sobre su espalda. Algunos viejos se apoyan en bastones. Responden con su presencia al llamado de los churos que soplan dos jóvenes, para convocar a la ceremonia del Solsticio de Primavera. Faltan pocos minutos para las 12:00 del 21 de marzo de 2014: un viernes soleado, matizado por el frío de montaña.
Entre el “taita Imbabura” y la “mama Cotacachi”, en un pequeño valle rodeado de lomas, junto a una laguna que recibe por primera vez una ceremonia sagrada, se concentra la energía. Manos en alto –pequeñas, grandes, viejas, callosas, suaves, blancas, morenas- se elevan al cielo. La corriente de calor circula en el aire. Son pocos los que escapan de su magia. El hechizo se rompe a ratos por el timbre de un celular o por los gritos de los niños.
Con los ojos cerrados, en un gesto que resume concentración y trascendencia, el yáchac reza. Habla en quichua. Parece pedir, conminar, dar gracias. Los hombres y mujeres, dirigentes de las comunidades de Cotacachi, lo rodean en silencio. Somos pocos los mestizos presentes y parecemos invisibles. Nuestra propia limitación de lenguaje –somos incapaces de descifrar los rezos- nos deja al margen de esta bienvenida al nuevo año. Pero hay palabras que escapan de boca del yáchac, y que podemos atrapar. Dice: “pai mamita”, con enorme ternura. Dice Jesús. Dice llacta
Tras presentar la ofrenda a los cuatro puntos cardinales, se arrodilla. En segundos, todas las rodillas se asientan en el suelo. Nosotros, los ajenos, nos inclinamos también, intuyendo, descifrando palabras. La bendición del yáchac llega en castellano, quizás como una concesión. Parece el final de la ceremonia, que sin embargo continúa en la laguna, cuando los hombres, en interiores, y las mujeres, en rebozo, se purifican en el agua sagrada tras ser limpiados por el soplo del yáchac y por el golpe de la ortiga.
Una hora antes, la sala de AMI CINE TEATRO, está llena a reventar. Mujeres de todas las edades se sientan en las bancas, en el suelo, en los pasillos. Para la mayoría de ellas, esta es la primera vez en una sala de cine y acuden a esta cita como a un ritual distinto. Un ritual que para estas butacas, estos pasillos, este espacio, es también una bendición. Han llegado allí invitadas para hablar del Día de la Mujer, celebración occidental que en esa misma sala se cuestiona más de una vez. Alfonso Morales, presidente de las organizaciones indígenas, les habla de derechos. “Pero derechos –les dice- como se entienden en nuestra cultura: atados a responsabilidades. Si pido algo, debo dar algo antes”. El concepto, que podría rechinar en los oídos de cualquier feminista, es profundamente equitativo. “Para nosotros –dice Magdalena Juerez- la base de todo es la complementariedad. En la naturaleza, todo es macho y hembra, dual: el día y la noche, las montañas, los animales, las plantas, las piedras”. Equidad significa, entonces, caminar juntos, cuidar que nadie se quede atrás.
Luis Enrique Cachicuango, “aprendiz de taita”, saluda el inicio de este nuevo equinoccio de primavera, en el que “termina el ciclo astronómico de la mujer y empieza el del hombre”. Pero eso solo ocurre como una vuelta más de ese tiempo circular. Todo en armonía con los ciclos astronómicos, los tiempos de la siembra y la cosecha, las estaciones, los fenómenos cósmicos. Todo complementario y perfecto.
La ceremonia en la sala de cine, que logra juntar por un momento dos mundos distintos, está precedida por un ritual de saludo en el que todas las mujeres presentes, más de 50, se toman de las manos e invocan a míticas luchadoras como Tránsito Amaguaña y Dolores Cacuango. Con sus nombres en los labios y en su memoria –en nuestra memoria- asisten a la celebración en la sala de cine y participan en la ceremonia del lago. Alrededor del agua, comparten con propios y extraños los alimentos que han preparado en la madrugada. Así, dan la bienvenida a un nuevo ciclo.

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