Por Eduardo Varas C.

Hay algo en este biopic sobre Freddie Mercury. Ese algo, esa magia, tiene que ver con lo que se genera en sus últimos 15 minutos —sin sentirlo como un spoiler ya que la historia termina en un evento que todo el mundo ha visto: Queen está tocando en el Live Aid, en el estadio de Wembley, el 13 de julio de 1985—. Una banda entregada a su público, rompiéndola ante la humanidad y abriendo su estatus de leyenda. Eso se sabía desde 1985. En este filme (¿dirigido por Bryan Singer? Recordemos que el director fue despedido y reemplazado por Dexter Fletcher) vemos esa presentación, que nos deja experimentar ese momento de comunión artista-público más impresionante del cine. En la sala hay gente que llora, que aplaude, que canta, mientras que los extras en la película hacen lo mismo. Catarsis pura. El cine no ha tenido algo así en mucho tiempo.
Sin embargo, este intento por dramatizar la vida de Mercury y la existencia de Queen tiene mucho de pasión, pero poco de sustento. Quizás esa pasión ya venía de entrada y era una batalla destinada a ganarse: Queen es de esas pocas bandas que alguien podría escuchar eternamente y reconocer que la siguiente canción es mejor que la anterior. Pero en lo referente al filme como filme, hay muy poco que decir. Clichés dramáticos, personajes que dicen lo que se debería mostrar, selección de viñetas sin un orden o necesidad narrativa evidente, así como una mirada muy moralista alrededor de las acciones de Mercury y los conflictos con la banda: estos no son ni siquiera generados por el cantante, sino por las malas amistades e influencias, porque el Freddie Mercury que interpreta Rami Malek es un ser al que se lo puede engañar con facilidad. Además, la identidad sexual del músico supone un problema mayor para esta película: los lugares comunes alrededor de la homosexualidad dejan en evidencia una postura para la cual esa “vida de desenfreno” lo alejó de su “familia” (Queen) y lo contagió de sida. No se me ocurre otra forma de entender cómo la película maneja este tema.
Una banda sonora de lujo. Planos imposibles (sobre todo en el tramo final) que hacen más grandes momentos que de por sí eran gigantes y una química brutal entre los actores que interpretan a la banda (Gwylin Lee, Ben Hardy, Joe Mazello y el propio Malik). Bohemian Rhapsody es una película que sirve para reconectarse con Queen y por eso no extraña que la banda sea un éxito en plataformas como Spotify. El objetivo parece claro y se ha cumplido.

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