Por Patricio Burbano
Al doctor Arturo Fernández no parece interesarle demasiado la vida en Cuando me toque a mi, un paso adelante en el cine de Víctor Arregui.
Follow the happiest story,
it closes with a tomb. 
Emily Dickinson
Cuentan que desde muy joven, al filósofo rumano Damian Carp, le gustaba pasar las noches de verano en los cementerios de Bucarest. Decía que eran lugares ideales para la meditación, y que todo el caos informe de la existencia se minimizaba cuando su cabeza se apoyaba sobre las lozas frías de las tumbas. “Mírense las manos”, solía decirles a sus alumnos que lo escuchaban entre admirados y perplejos, “algún día serán las manos de un cadáver”.
Por su desenfadado cinismo, su escepticismo frente a la realidad y su cercanía con los muertos, el médico forense Arturo Fernández, en la película Cuando me toque a mi, podría ser un personaje de la estirpe del rumano.
Los médicos son los personajes existenciales por excelencia, ya que son los únicos que se interponen entre la vida y la muerte, pero paradójicamente, al doctor Fernández, la vida no parece interesarle demasiado. Sus días transcurren en el interior de la morgue del hospital Eugenio Espejo, y los sobrelleva con todo el estoicismo que le permiten las conversaciones con su asistente y moderadas dosis de alcohol  que ambos toman a diario.
La película se centra en la idea de historias que se entrecruzan y convergen a través de la muerte. En este sentido recuerda a “No matarás”, uno de los más logrados capítulos del Decálogo de Krysztof Kieslowski. La diferencia está en que mientras el director polaco se enfoca en dos personajes específicos (un asesino y su víctima) y una acción central concreta (los destinos del asesino y su víctima enfrentándose), en Cuando me toque a mihay tal despliegue de personajes secundarios y subtramas que a veces da la sensación de que la narración se dispersa. La atmósfera es de una oscuridad que no cede ni un solo momento de respiro, al igual que el discurso pesimista de los personajes, que al no ser confrontado nunca, tiende a volverse un tanto agotador.
Por otro lado, llama la atención el paso del tiempo en la película. Pese a que son varias las historias que se cuentan, hay una fuerte sensación de suspensión de la temporalidad, como si los personajes estuvieran condenados a vivir en un instante que se eterniza en el enfrentamiento con la muerte.
Uno de los grandes aciertos de la producción fue sin duda el casting, que ya le ha valido reconocimientos internacionales a los actores. Manuel Calisto se llevó el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Biarritz. De igual manera, Ramiro Logroño, que en la cinta encarna al personaje de Cáceres, una suerte de fantasma errante que recorre la ciudad y cuyo trágico desenlace define el inevitable destino del resto de los personajes, hizo una de las interpretaciones más sólidas de la película.
Los espectadores que vean Cuando me toque a mi, recorrerán un laberinto urbano cargado de espacios simbólicos: El hospital, la iglesia, la ciudad de noche atravesada por enormes pendientes que reflejan de algún modo la interioridad de los personajes. No en vano el Doctor Fernández le dice a su madre en un momento de intimidad, que tiene la fuerte sensación de estar constantemente subiendo. Es la gran cuesta arriba de su vida y de sus muertos, en una película que indiscutiblemente constituye un paso adelante en la cinematografía de Víctor Arregui.

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