Por Alexis Moreano. Reseña dialogada sobre el drama sin drama de Jim Jarmusch, estrenado en Ochoymedio en el 2006.

La escena sucede en un café del barrio la Floresta. Dos amigos conversan mientras toman un café.
– ¿Jim qué?
– Jim Jarmusch. ¿No lo conoces?
– Me suena… ¿Qué más ha hecho?
– Algunas: El tren del misterio, Down by Law, Night on Earth
, Permanent Vacation, Extraños en el paraíso, Dead Man, Ghost Dog, Coffee and Cigarrettes
– Austero, tu Jarmusch. ¿Y esta se llama…?
Broken Flowers o Flores rotas, y no seas irónico.
– Bueno. ¿De qué se trata?
– De muertos vivientes, como todas sus otras películas. Sólo que esta es una road
movie.
– ¿Puedes ser más preciso?
– Puedo intentar. El personaje principal se llama Don Johnston, un cincuentón soltero, recién jubilado, que vive muy mal el hecho de ya no ser tan joven y de saber que, aunque haya podido acumular bienes y experiencias, no ha sido capaz de conservar nada que valga la pena. Maneja un auto deportivo, se viste bacán, plata no le falta, se acuesta con peladas treinta años menores, pero todo esto lo hace sin la menor excitación, como si se hubiera resignado a la idea de que no le queda mucho más que hacer en la vida que esperar la muerte del modo más
confortable posible: hundido en el sofá viendo cualquier cosa que pasen en la tele. Es, sin embargo, un tipo simpático, una especie de don Juan decadente, taciturno y algo amargo.
– Amargado, querrás decir.
– No es para tanto. Digamos que se aburre, que lo sabe y que lo asume. Lo que no sabe es que puede también aburrir a los demás.
– Entiendo. ¿Y eso basta para hacer una película?
– Sí, pero no si eres gringo. Para que Don deje el sillón y Jarmusch pueda empezar a contarnos su historia, se necesita algo que desencadene la acción. En este caso será la llegada de una carta anónima, que Don recibe al momento mismo en que su última conquista lo abandona, cuando apenas ha comenzado la película. La autora dice ser una ex-amante del tipo, que hace años habría dado a luz a un hijo de ambos, del cual por supuesto él no tenía ni la menor idea. Y bueno, resulta que el hijo es ahora adulto y ha partido en busca de su padre. Pero como te dije, el cuento de la carta y el supuesto hijo no sirve, a estas alturas, más que para lanzar la película y articular la historia que apenas empieza.
– Un “McGuffin”.
– Me sorprendes, pero no precisamente. Prefiero pensar que es un pretexto. No olvides que Hitchcock era un cineasta, y por eso mismo podía permitirse hacer un cine maquinal e inhumano; Jarmusch es un contador de historias de gente (como Jean Eustache, a quien la película está dedicada), y si de algo valen sus películas,
es porque en ellas deja ver que ha observado atentamente a las personas. El McGuffin no es más que un artificio, pero funciona porque los personajes de Hitchcock son también artificiales. El dispositivo de la carta y el hijo, en cambio, funciona sólo si estamos dispuestos a aceptar que algo de humanidad subsiste en
esa caricatura de la soledad y la melancolía moderna que es Don. Lastimosamente, en la parte final del film, el pretexto termina por re-integrarse a la historia, a mi gusto torpe e inútilmente.
– ¿O sea que no te gustó?
– No he dicho eso. Me refería a la parte final. Pero no te adelantes, que aún no he
podido contarte nada.
– Es tu culpa. Te dije que seas más preciso.
– Estoy intentando. A pesar del shock que le provoca la carta, Don necesitará algo más que curiosidad para moverse. El empujón vendrá de su vecino y mejor amigo Winston – un personaje delicioso – quien, fascinado por el misterio de la madre anónima, lo convence de hacer una lista de sus enamoradas de hace veinte años y de salir a buscarlas, mientras él se encarga de los preparativos. Don recuerda cinco ex novias, que viven hoy repartidas por distintas localidades. Sólo una puede haber escrito la carta, y la única pista sólida es que quizás tenga en su casa una máquina de escribir. Hay que estar muy aburrido y disponer de mucho tiempo para
lanzarse a una aventura tan estúpida y con tan pocas posibilidades de éxito.
– Y uno como espectador, ¿no tiene mejores cosas que hacer?
– No.
– Sigue entonces.
– De alguna manera, Don sabe que el viaje hacia su pasado no es más que una excusa para salir a buscarse a sí mismo. Cada ex-novia constituye una escala, pero el destino final sigue siendo incierto. De su vida presente, Don no llevará nada más que unas grabaciones de música etiope que Winston le ha regalado. El resto es dejarse ir, pues toda la organización del viaje ha quedado en manos de su leal e hiperactivo vecino. Ahora bien, ya que estamos en eso, se puede decir que esta música, que sonará regularmente todo a lo largo del trayecto, tiene por
función recordarnos que Winston no cesa de trabajar fuera de cuadro para que el viaje se desarrolle como previsto, hasta que llegue a su final incierto; en este sentido, el personaje de Winston se puede leer como una metáfora del director de cine, y el de Don como la del espectador.
– Te estás desviando.
– Tienes razón. Como previsto, el viaje se desarrollará en cinco escalas: una por cada ex-amante. La película entra entonces en una mecánica ritual con la que Jarmusch subraya cómicamente la turbación que experimenta el protagonista. Don viaja en avión de una ciudad a otra, un automóvil de alquiler le espera en cada aeropuerto, un ramo de rosas ha sido previamente encargado, etc. Sobra decir que no descubriremos a la autora mientras no hayamos recorrido todas las escalas, pero no te preocupes, que no te estoy contando nada que vaya a
arruinarte la película si un día te animas a verla. La primera es Laura, una voluptuosa rubia que comparte su modesta casa con su adolescente y lasciva hija Lolita. Luego vendrán Dora, una esposa burguesa tan respetable como reprimida, Carmen, quien tras haber sido una hippie dirige ahora una exitosa clínica de terapias cognitivas para mascotas, y finalmente Penny, una histérica peligrosa que comparte su vida con unos motociclistas malosos.
– ¿No eran cinco?
– Sí, pero la otra está muerta.
– Dijiste que no me ibas a contar nada que pudiera arruinarme la película.
– ¿Y cómo sabes que no te estoy mintiendo? Igual, la historia es lo de menos. Lo que quería decirte es que la mecánica del film no se sostendría de no ser porque Jarmusch sabe crear atmósferas envolventes con un mínimo de recursos, y porque sabe dosificar el humor, la ternura y el sarcasmo para evitar caer en el sentimentalismo. Pero Jarmusch es, sobretodo, un magnífico director de actores, capaz de captar en un instante todo lo que necesitamos saber de un personaje, y en esta ocasión ha tenido la suerte de conseguir un excelente reparto.
Comenzando por Bill Murray, quien lleva el rol principal y hace a voluntad lo que mejor sabe: adoptar un rostro impasible en el cual el efecto de cada emoción se intensifica con un simple temblor en los labios, un desvío en la mirada, una ceja que se levanta. Presenciar el encuentro de Don con cada una de sus ex es casi como asistir a un experimento de Kulechov ¿sabes quién era?
– Claro, el ruso que en los años veinte mostraba cómo la percepción de una imagen cambia cuando se la relaciona con otras imágenes. Una de sus experiencias consistía en asociar por el montaje la imagen de un hombre sin
expresión particular a otras imágenes emotivamente cargadas (unos niños jugando, un ataúd, una mujer bonita, un plato de sopa…). El rostro del hombre parecía “reaccionar” ante los diferentes estímulos, pero las “expresiones” eran en realidad una proyección de las emociones del espectador. Supongo que Don es esta imagen que parece cambiar, cuando en realidad es nuestra mirada la que cambia.
– Exacto. Ya te dije que es un film de muertos vivientes, así que no cabe esperar un viaje de grandes cambios y revelaciones. Don no cambiará, puede que termine por reconocerlo. Al menos habrá confrontado sus recuerdos a la realidad que en casa se negaba a ver pero que no pudo evitar reconocer en sus ex mujeres.
– O sea que no hay final feliz.
– El viaje termina antes que la película, y empieza entonces un epílogo nada memorable que tal vez responda a tu pregunta. Ahora bien, no es la primera vez que Jarmusch explora la pista del encuentro inesperado como antídoto a la melancolía (Night on Earth, Coffee and Cigarrettes …) y del viaje como conjura
tragicómica de la fatalidad (El tren del misterio, Down by Law, Dead Man…), y puede que haya querido esta vez aventurarse a nuevos registros. Al final, sin embargo, Broken Flowers cumple globalmente con lo que puedes esperarte de un tipo con su trayectoria: elegante, sobria, eficazmente narrada, ingeniosa…
– ¿Y así quieres convencerme de ir a verla?
– Sí eso quisiera te diría que es divertidísima.
– No te creo.
– No olvides que actúa Bill Murray.
– Ah.
(con mis respetos a Louis Skorecki)
(Todos los derechos reservados. OCHOYMEDIO 2009).

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